Restará evaluar con el tiempo cómo se estructura el Frente Amplio, qué rol cumplen las organizaciones políticas y si este transita a ser una fuerza político-social antineoliberal, como pretendían las tesis de la vieja SurDa, o se conforma como una renovación y rejuvenecimiento de la élite política socialdemócrata, formando una Concertación 2.0. De momento, dada la correlación de fuerzas interna poselecciones, todo apunta más hacia lo segundo.
Transcurridos algunos días de las elecciones y luego de oír a diversos analistas y politólogos hablando de lo novedoso de los resultados, es necesario, con más calma, entregar algunas observaciones que vayan más allá de señalar que el Frente Amplio se constituyó como una nueva fuerza política, que la DC hizo un pésimo negocio, que Piñera no tenía la elección tan ganada y que las encuestas fueron un fracaso. Al respecto, la columna se centra en tres puntos que considero claves.
1. La abstención, aunque invitada de piedra, sigue ganando
Es importante señalar que, pese a que muchos festejaron, no hubo un aumento en la participación electoral. Es cierto, tampoco hubo una debacle, como algunos temían luego de las municipales, pero las cifras hablan: la abstención sigue tan alta como en las elecciones presidenciales pasadas.
Este elemento naturalmente hay que estudiarlo con mayor detención y, si bien aún no hay información que permita comparar las características de los votantes (geográficas, etarias, de género) para poder inferir con mayor seguridad que los que votan son exactamente los mismos o que hubo un recambio significativo, en términos agregados, las cifras siguen siendo demasiado similares a otros años.
En la primera vuelta del 2014, votaron 6.699.011 personas y, en las presentes elecciones, 6.699.627, es decir, 616 personas más. Esto, debido al aumento del padrón electoral, representa proporcionalmente un 2,66% menos. De esta forma, pese a las campañas y a la amplia oferta electoral, la abstención sigue siendo elevada, lo que, de mantenerse en la tendencia, nuevamente provocará que se elija a un nuevo Presidente en segunda vuelta con menos del 25% del electorado.
Ante ello, a pesar de la “diversidad” de candidaturas, estas no lograron movilizar ni siquiera al 59,10% que votó en primera vuelta en las presidenciales del 2009 o al 63,14% que lo hizo el 2005 (votantes vs. universo de electores posibles). De esta forma, a pesar del crecimiento poblacional y, por tanto, del número de electores habilitados (cifra que ha aumentado en 3 millones en 12 años), el número de votantes en términos tanto absolutos como proporcionales sigue disminuyendo. Y esto no solo porque “apáticos jóvenes”, que antes no se inscribían, hoy no votan; sino también porque cerca de 1 millón de personas que anteriormente si estaban inscritas y sufragaban –y que por ello aparentemente tenían una “cultura cívica”–, hoy no lo hacen.
El fenómeno es interesante, pues en el mismo periodo en el que se observa un aumento de la conflictividad social y de las luchas populares, es decir, el mismo periodo donde 1 millón de personas protesta contra las pensiones, o años atrás a favor de la gratuidad estudiantil, cohabita simultáneamente una alta abstención electoral.
Un gran número de personas no vota por decisión y convicción política –basta con revisar las apuestas de algunas organizaciones que se desenvuelven en el espacio social, quienes se abocan a construir desde las bases–. Otro tanto, con mayor o menor nihilismo, se encuentra descontento, decepcionado y con rabia “contra los políticos”. Pero también –y en eso no hay que engañarse– hay un importante y posiblemente mayoritario sector de personas que no vota por apatía y por una subjetivación profunda de lo que Moulian describía a fines de los 90. Es el mismo sujeto del consumo, hedonista, individualista, que no se organiza, no se sindicaliza ni participa territorialmente de nada; el mismo sujeto que provoca que hace años, en la mayoría de las elecciones a federaciones estudiantiles, no se alcancen los cuórums o que estos sean muy bajos, el mismo que no va a asambleas ni reuniones, ni le interesa nada. Hay que asumir que lo que algunos llaman “crisis de representatividad” afecta tanto a la esfera de la política como a la esfera social.
Con ello, el conflicto sigue abierto y acentúa su tendencia. Ninguna de las opciones presentadas ha sido capaz de capitalizar el descontento y conseguir el “cierre discursivo”, construir proyecto o una adhesión movilizadora; seguimos en el mismo escenario de crisis y vacío (llamado de distintas maneras: crisis de representatividad, legitimidad o política); elemento que, a nivel global –aunque con particularidades–, se vincula a una crisis del capitalismo, de la socialdemocracia-tercera vía y de la democracia representativa.
Ante este “vacío” es de una mayoría compleja e inexpresiva, vale la pena recordar algunos hallazgos que dejó el informe 2015 del PNUD, los que, transcurridos dos años, siguen entregando posibilidades de interpretación de la sociedad chilena. Al respecto, el informe señalaba algunas afirmaciones: 1) Chile está más politizado en discursos, pero hay malestar con la política (y lo político), lo que se traduce en un rechazo y desmotivación a participar y organizarse, por lo tanto, es un malestar principalmente pasivo; 2) los chilenos sienten esperanzas y deseos de cambios profundos, pero hay miedo al conflicto y una valoración alta del orden; 3) hay desconfianza a todo lo que represente, principalmente políticos, pero también líderes sociales.
Es decir, de ser cierto y vigente el estudio, estaríamos ante una sociedad compleja, con deseos de cambios pero aún con una orientación al orden; con desconfianza pero con esperanzas; con rabia y malestar, pero todavía pasiva.
2. El Frente Amplio es más una tendencia mediática novedosa que una nueva fuerza político-social
Otro aspecto señalado sobre las elecciones es el aparente cambio en la correlación de fuerzas. Diversos analistas y partidarios han estado tentados a señalar que el “fenómeno” Frente Amplio indica la irrupción de una nueva fuerza político-social, sin embargo, este elemento puede ser sumamente cuestionable.
En primer lugar, como señalábamos –y habría que confirmarlo con el estudio de los votantes– se trata del mismo universo de las últimas elecciones, es decir, no hay una nueva fuerza social que se haya embarcado masivamente hacia la apuesta electoral. En otras palabras, es la misma “torta” pero con distintos cortes. Pero ¿si la torta (número de votantes) es la misma, como se modificaron las preferencias?
[cita tipo=»destaque»]El Frente Amplio discursivamente cumple el rol que las juventudes socialistas y PPD no realizaron en 27 años, es decir, un discurso socialdemócrata de recambio. Es por esto que se podría interpretar que los votantes de la vieja Concertación, cansados de Escalona, Andrade, Zaldívar, Lagos, Walker (perdedores emblemáticos en esta pasada), aburridos de esperar la jubilación de los líderes de la alianza democrática y la medida de lo posible, vieron en el Frente Amplio una “esperanza”. No más revolucionario ni transformador que eso, es decir, los hijos de los derrotados “autoflagelantes” concertacionistas, construyendo un proyecto socialdemócrata desde fuera de los partidos de la transición o, quizá, ni tan afuera.[/cita]
Si se analiza la serie de las últimas tres elecciones, se podría advertir que, junto con existir un voto duro de derecha (que ronda entre 2 millones y medio y 3 millones) y un voto “concertacionista” (que ronda los 2 millones), existe un voto laxo, “independiente”, que generalmente respalda candidaturas “progresistas” o, en algunos casos, el “factor” sorpresa, en otras palabras, este es un votante con alta sensibilidad mediática. Al comparar las tres últimas elecciones, es posible identificar que un gran número de personas (cercano al 20%) votó por los candidatos que planteaban una alternativa “ciudadana y diferente”, es decir, por la novedad de las elecciones. El 2009 fueron 1.405.124 votos para Marco Enríquez-Ominami; el 2013 fueron 1.389.557 personas que votaron por la sumatoria del mismo Enríquez-Ominami y Parisi; en estas elecciones, 1.336.622 votaron por Beatriz Sánchez.
Esto, además, puede constatarse con otro elemento: el Frente Amplio adolece de carencia de construcción social o esta es marginal, más allá de algunas experiencias como el Colegio de Profesores, UKAMAU y espacios estudiantiles. A su vez, el Frente Amplio en su conjunto posee mucho más adherentes y simpatizantes que cuadros militantes. Su militancia no se compara, por ejemplo, con los 67 mil militantes del PC, de los cuales un gran número es adherente o funcionario, pero otro tanto no menor son militantes de base, insertos socialmente y con capacidad de despliegue nacional; o con organizaciones pequeñas de la izquierda revolucionaria que con algunas decenas de militantes poseen una inserción alta –en comparación con la cantidad de militantes–, logrando en ocasiones conducir movimientos populares. Es decir, más allá de las orientaciones políticas, hay una diferencia cualitativa y cuantitativa en la militancia.
El Frente Amplio discursivamente cumple el rol que las juventudes socialistas y PPD no realizaron en 27 años, es decir, un discurso socialdemócrata de recambio. Es por esto que se podría interpretar que los votantes de la vieja Concertación, cansados de Escalona, Andrade, Zaldívar, Lagos, Walker (perdedores emblemáticos en esta pasada), aburridos de esperar la jubilación de los líderes de la alianza democrática y la medida de lo posible, vieron en el Frente Amplio una “esperanza”. No más revolucionario ni transformador que eso, es decir, los hijos de los derrotados “autoflagelantes” concertacionistas, construyendo un proyecto socialdemócrata desde fuera de los partidos de la transición o, quizá, ni tan afuera. Esto es algo no muy lejano a lo que fueron los jóvenes que se salieron del partido conservador para formar la DC o, posteriormente, los jóvenes que se salieron de esta misma para formar el MAPU o, ulteriormente, IC.
Tanto por los lazos familiares como por las trayectorias militantes de varios frenteamplistas, otrora militantes de juventudes DC o PS, podría interpretarse que el electorado del Frente Amplio son principalmente los huérfanos de la Concertación-Nueva Mayoría.
Por ejemplo, en las elecciones 2017 el Frente Amplio obtuvo 989.353 votos (350 mil menos que Beatriz Sánchez). Al ser una coalición nueva, no es posible compararla más que con los 400 mil votos que obtuvieron los humanistas, ecologistas y liberales (hoy parte de FA) en las elecciones a diputados anteriores. Viendo la trayectoria global, podría señalarse que el número de votos obtenido actualmente por el FA es igual a lo obtenido por las organizaciones nombradas en las elecciones pasadas, más los cerca de 90 mil votos que perdieron el PRO, los 300 mil del PPD y los 100 mil del PS. Definitivamente, misma torta.
En síntesis, sin convocar a más personas a las elecciones, sin una construcción nacional de cuadros militantes, sin mayor inserción y organización popular, el Frente Amplio difícilmente podría considerarse una nueva fuerza político-social, siendo, a lo sumo, una nueva tendencia electoral, una nueva fuerza parlamentaria o una renovación etaria de la misma Concertación.
El mérito del FA radica en la capacidad de haber articulado una lista nacional, en un escenario de cambio de sistema electoral, que facilitó la llegada numerosa al Parlamento. Sin embargo, al no ser una fuerza político-social y más bien una tendencia mediática novedosa, su capacidad de generar transformaciones (las que sean: liberales, socialdemócratas, antineoliberales, anticapitalistas, etc.) es baja, por no decir inviable.
3. Los grandes perdedores de las elecciones
No cabe duda, los principales perdedores de las elecciones fueron los de la izquierda del Frente Amplio. Con ello, ¿cuál es el futuro de estas fuerzas políticas?
La vieja tesis de la democracia antipopular de la SurDa (renombrada, con los años, por otras organizaciones como Ruptura Democrática y otros nombres) tiene como una de sus hipótesis que los avances institucionales y la desactivación del neoliberalismo permitiría el ascenso de las masas populares. Para ello, requerían un crecimiento como fuerza al interior de Frente Amplio. Sin embargo, ante los paupérrimos resultados electorales, ¿cuál va a ser el rol de Nueva Democracia o Izquierda Libertaria dentro del espacio político?, ¿cuánta incidencia pueden tener frente a fuerzas como el Partido Humanista o Revolución Democrática, que lograron una gran cantidad de diputados?
Por otro lado, la apuesta por conseguir inserción parlamentaria también pudo haber tensionado a sus propias bases y sus posibilidades de inserción social. Disputar los espacios sociales con discursos “transformadores” y banderas rojinegras, luego de haberse centrado por largos meses en compartir fotos y discursos de una “moderada” Beatriz Sánchez, no es cosa fácil. Por la trayectoria histórica de algunas de estas organizaciones políticas, la apuesta del Frente Amplio puede resultar altamente costosa.
Para las bases y dirigentes sociales de esas organizaciones y sus cercanos (que aún levantan discursos anticapitalistas), debe ser difícil explicar lo siguiente: 1) para los desafíos de largo plazo, se debía cambiar y suavizar el discurso electoral, construyendo un espacio más amplio, ciudadano, socialdemócrata, liberal y progresista; 2) que esto era con la finalidad de acumular fuerzas que les permitieran inserción parlamentaria, para tener existencia dentro del Frente Amplio e ir izquierdizándolo; 3) que esto permitiría implementar la estrategia de transformaciones en Chile.
Para esos sectores, quedarse sin representación fue solo pagar los costos, recursos, tiempo, quiebres y tensiones, para terminar sin obtener buenos resultados. Con ello, las fuerzas derrotadas (izquierda del FA) se quedan en tierra de nadie y sin mucho margen, ya que, para convencer a los sectores populares con una vocación más transformadora y radical, existen otras organizaciones a la izquierda del Frente Amplio, y, para construir una alternativa institucional ciudadana y socialdemócrata, están otras organizaciones, como Revolución Democrática.
Restará evaluar con el tiempo cómo se estructura el Frente Amplio, qué rol cumplen las organizaciones políticas, y si transita a ser una fuerza político-social antineoliberal, como pretendían las tesis de la vieja SurDa, o se conforma como una renovación y rejuvenecimiento de la élite política socialdemócrata, formando una Concertación 2.0. De momento, dada la correlación de fuerzas interna poselecciones, todo apunta más hacia lo segundo.