Si los militantes y dirigentes se tomaran la molestia de leer hoy lo decidido en el último Congreso, que ahora será revisado, verán que hay muchos aspectos allí propuestos que aún no se han cumplido, especialmente en temas de concentración económica, medios de comunicación, administración regional, desarrollo urbano, inequidad en las pensiones, AFP estatal, sistema de reparto, apoyo a las Pymes como ejes de un modelo de desarrollo; mayor control de los abusos del mercado, sanciones reales a la corrupción y, una afirmación reiterada, potente y seria de la importancia de las personas y de las familias. No hay otro partido que haya formulado como propósito un esfuerzo semejante en Chile, pero no lo ha hecho carne en la realidad y por ello se perdió cohesión y la brújula.
La última Junta Nacional fijó para el 27 de Mayo de 2018 una nueva elección de su mesa directiva, manteniendo los demás órganos en funcionamiento sin cambio alguno. La justificación para ello fue de orden administrativo. Además, se adoptaron otros acuerdos, de diverso carácter que pueden ser útiles si se enderezan en función de las cuestiones realmente substantivas. Todo ello, se mezcló con un apresurado y confuso incidente de votación sobre el ámbito de la política de alianzas, ello a pesar de aprobarse que se hará una oposición sin requerir formar para tal o cual fin, una coalición con otros partidos.
La discusión sobre este último punto se hizo en un muy mal momento, en un breve tiempo de intercambio de ideas, al medio día, en circunstancias que la veraniega Junta logró convocar solo a la mitad de sus integrantes, a ningún senador y a pocos diputados, lo que ya de por sí resulta muy sugerente. A ello habría que agregar que, ni en la citación ni en la cuenta que entregó la mesa directiva dimisionaria, no se informó que se tomarían este tipo de resoluciones.
En este ambiente y con una intensa presión mediática, que hace rato experimenta el PDC -en apariencia para acelerar su destrucción- se terminó por hacer relevante el único punto de disenso que obviamente no fue producto de una gran reflexión partidaria. Algunos, los que obtuvieron una leve mayoría, impusieron el criterio que se actuaría en oposición al gobierno de Piñera II, con todos los que estén o se declaren en esa categoría para impedir retrocesos en los derechos y conquistas sociales obtenidas, sin especificar ninguna. Es sin duda una definición vaga, puesto que no cabe la menor duda que se verá caso a caso como se entiende aquello y en especial, quienes son los beneficiados de esas políticas desde el punto de vista de la Democracia cristiana.
La ponencia que perdió por el mínimo, avanzaba más hacia al futuro y tenía menos carácter defensivo, apuntaba -a nuestro juicio- un poco apresuradamente a determinar quiénes serían los sectores políticos con los que debería, desde ya buscarse, acuerdos para futuras alianzas. Esta definición así hecha, contenía un defecto que consistía en olvidar que la mitad de la población no se considera parte de ningún sector o ideario político. Por la vía negativa establecía, a priori, una obligación absoluta de no llegar a acuerdos con el grupo conocido como Frente Amplio y también en forma vaga, negaba toda posibilidad de alianza con los que no estén de acuerdo con “los conceptos de la democracia, derechos humanos y crecimiento con equidad”, de lo que podría entenderse que no se buscarían convergencias con el Partido Comunista o partidos de derecha que propugnaren crecimiento sin equidad social o anarquistas.
Como se ve, el aspecto en desacuerdo del órgano cupular no es claro, tampoco es sencillo, ni menos oportuno. En efecto, todavía no se instala el nuevo gobierno y a mayor abundamiento, todas estas cuestiones serán materia esencial de la futura elección de directiva, del Congreso Ideológico y, particularmente, con una activa participación que tendrán que tomar todos y cada uno de los militantes.
Es bueno traer al recuerdo, aunque fue en otro contexto, la forma como operó la DC italiana a fines de la década del 50 y principio de la del 60, después de 2 o 3 Congresos realizados en Florencia y Nápoles. En uno de ellos, bajo la conducción de Aldo Moro, éste espeta un discurso de 6 horas, en las que analiza, ante un silencio sepulcral un proyecto que significaba el giro desde lo que él llamaba un movimiento centrista con el Partido Socialista Democrático y el partido derechista Republicano de carácter moderado, hacia un modelo de gobierno parlamentario de carácter centro izquierdista. El famoso giro a la “sinistra”.
Las razones que dio fueron básicamente dos; la primera, que había recibido señales del Partido Socialista -que estaba aliado con el poderoso Partido Comunista en un mundo de guerra fría- que se podía iniciar un camino en conjunto, no necesariamente un pacto de inmediato, pero si iniciar un proceso de acercamiento concreto para aislar el comunismo. La segunda, era el temor por el crecimiento de la derecha, que él llamaba antidemocrática o nueva expresión fascista, que después de 15 años de la Segunda Guerra Mundial, comenzaba a tomar fuerza en Italia. La dinámica de la política era el nervio de su intervención.
[cita tipo= «destaque»]Es evidente que el juego político, las inteligencias electorales y los cambios socio culturales obligan a los partidos, si desean pervivir, a desarrollar prontamente procesos de ajuste de lo que están haciendo y no puede calificarse de traición, en democracia, que se desarrollen proyectos o alianzas de variada índole. Estos son procesos difíciles y traumáticos y por ello requieren tiempo, buena voluntad, inteligencia y una debida apreciación de las circunstancias históricas[/cita]
Quién esté leyendo esto puede decir que no tiene mucho que ver con lo que pasa en Chile, pero se equivoca, porque es interesante observar, además, las condicionantes que Moro establecía para un proceso de cambio de alianza. En ese terreno, desarrolla muy bien en la siguiente frase: “no es posible pensar que fuerzas políticas distintas y todas claramente caracterizadas, puedan querer sinceramente el mismo programa por mucho tiempo” y más adelante agregaba que también era una verdad evidente, que no era posible “asumir una dirección para toda las fuerzas políticas sin distinción”. Es decir, Moro establecía la necesidad de buscar algunos mínimos comunes denominadores y admitir que todo eso era por un tiempo determinado.
Este punto sirve como orientación para no exagerar con que una alianza haya durado cuatro años. Es evidente que el juego político, las inteligencias electorales y los cambios socio culturales obligan a los partidos, si desean pervivir, a desarrollar prontamente procesos de ajuste de lo que están haciendo y no puede calificarse de traición, en democracia, que se desarrollen proyectos o alianzas de variada índole. Estos son procesos difíciles y traumáticos y por ello requieren tiempo, buena voluntad, inteligencia y una debida apreciación de las circunstancias históricas.
Recordemos desde luego que la DC Chilena recibió el apoyo de la derecha en 1964 y que después de haber pactado electoramente con ella en 1973 (CODE), devino en la conformación de una sólida alianza con los sectores de izquierda y centro, tras haberse conformado un ethos político defensivo de los derechos humanos y de su derecho a existir políticamente como partido, con su propia identidad. Ello constituye una particularidad de los procesos políticos de alianzas de la DC en Chile que no puede ser dejado de tomar en cuenta.
El requisito adicional o el requisito que proponía Moro, para tener una personalidad política potente, era que el partido debería estar unido, que debía ser valiente y rechazar absolutamente la hipótesis de la renuncia y la derrota definitiva.
Aquí debemos detenernos para decir algo evidente. El PDC chileno claramente no es un partido unido, y no lo es, no solo por ambiciones personales o carrerismo, cosa que se da habitualmente en la política, sino porque no ha sabido dar cumplimento a sus acuerdos fundacionales. El ejercicio práctico de la política partidista, parlamentaria y la política de alianzas ha llevado a que distinguidos militantes defiendan materias y las lideraran en ámbitos muy sensibles para el electorado tradicional del partido, sin que apareciera de ello ninguna ganancia electoral ni se lograra mayor cohesión interna. Así, la ley de divorcio vincular, la ley de aborto, especialmente en algunas causales, alejó a la DC de mucha gente y lo mismo ocurrió con la forma de enfrentar el proceso de la contra revolución neoliberal que la hizo aparecer a veces demasiado convencida de que el mercado podía solucionarlo todo.
Si los militantes y dirigentes se tomaran la molestia de leer hoy lo decidido en el último Congreso, que ahora será revisado, verán que hay muchos aspectos allí propuestos que aún no se han cumplido, especialmente en temas de concentración económica, medios de comunicación, administración regional, desarrollo urbano; inequidad en las pensiones, AFP estatal, sistema de reparto, apoyo a las Pymes como ejes de un modelo de desarrollo; mayor control de los abusos del mercado, sanciones reales a la corrupción y, una afirmación reiterada, potente y seria de la importancia de las personas y de las familias. No hay otro partido que haya formulado como propósito un esfuerzo semejante en Chile, pero no lo ha hecho carne en la realidad y por ello se perdió cohesión y la brújula.
Usar el congreso para fines electorales, solo agravará la crisis interna y una bizantina e inútil discusión sobre la geometría política y el dónde situar al partido en ella.
La práctica de adoptar temas e ideas programáticas de otras vertientes ideológicas sin mayor análisis, ha llevado a un desdibujamiento muy concreto. Cuando recuperamos la democracia, en la que fue viga maestra la identidad de la DC y el liderazgo que ejerció, el partido fue premiado con una enorme votación que hoy parece inconcebible: en 1989 en la elección de diputados, habiendo cedido distritos, obtuvo 1 millón 766 mil 347 (25,9%) de los votos y 38 diputados y con el envión de la administración Aylwin, subió a 1 millón 827 mil 373, (27,12%) y 37 Diputados.
El drama se visibiliza en la dramática cifra de la última elección de noviembre en que el PDC obtiene 614 mil186 votos, que representa el 10,24% y 14 Diputados.
En el tiempo en que la DC ha estado en el poder, Chile sufrió una gran transformación que ya se ha comentado y que todos percibimos, pero curiosamente por algo somos los más afectados considerando el tiempo analizado precedentemente. Es cierto que otros partidos también bajaron sus votaciones, pero no en la forma que ocurrió con la DC en 28 años, algunos han vuelto a hacer o van en camino a lo que fueron en sus orígenes y en la mayoría de los casos no tienen el bagaje cultural y político de la DC.
Los acuerdos apresurados no consultados a la militancia, parecen no considerar el factor tiempo y la asimilación que requieren los procesos, ya que ni siquiera podemos saber si aún se ha tocado fondo. Las elecciones internas propuestas pueden ahondar aún más un panorama donde no hay claridades y acordar un proceso de discusión doctrinaria, programática y estratégica puede resultar inútil, si al final 20 personas deciden en una reunión el ser del partido y su política de alianzas. No solo no se consultaron a los militantes, sino tampoco los órganos regionales y comunales para una cuestión decisiva para el futuro del partido y de alguna manera del país.
El diagnóstico
Nuestro diagnóstico es negativo. Hay un proceso claro de desintegración en curso, de descriterios reiterados, de reconstrucción de grupos o facciones que obedecen a lo peor de la política. Forzar los acontecimientos, resoluciones, alianzas sin esperar siquiera que la derecha muestre su verdadera intención es proceder en forma infantil. El Partido debe darse cuenta que está en el comienzo de un largo camino, porque la derrota sufrida no es un acto aislado, sino, una secuencia perfecta de fallos multisistémicos, de enorme y auto destructiva fuerza subterránea.
La vieja generación que dirigió la Democracia Cristiana en décadas anteriores ya no existe y, la de reemplazo ha fracasado, no ha sido capaz de generar un conjunto sistemático, no solo de ideas sino de conductas que sin temor nos permitan enfrentar a un electorado que no vibra como antes con lo cristiano, le importa poco la comunidad y es mayoritariamente individualista. Ello obliga a recrear un discurso destinado al sector que aún se identifica con los valores humanos y comunitarios que no parecen prevalecer y que, en gran medida, puede tener eco en más de la mitad de un electorado potencial que no se interesa en la cosa política de los clásicos términos partidistas.
Adicionalmente, desde hace un largo tiempo algunos hemos sostenido que harían mella en las organizaciones políticas materias como el financiamiento público que está transformando a los partidos en verdaderas oficinas o, lo que es peor, en fuente de negocios. Asimismo, hemos advertido hace muchos años que la concentración del poder, el uso indiscriminado del dinero y el poder mediático no era una cuestión de segundo orden y que aún hay un largo camino que recorrer, para que las redes sociales reemplacen la potente injerencia editorial de los grandes medios televisivos y escritos.
Los órganos de los partidos y en particular la Junta Nacional de PDC, ya no cumplen ninguna función dialéctica, sino que sancionan lo que ya está discutido en cenáculos reservados y ya no hay más tiempo para seguir omitiendo las necesarias consultas a todos los miembros de la organización. Resulta incuestionable, que hoy cualquier militante está tan bien informado como cualquier directivo y el hecho que permanentemente sea mantenido en un eventual congelador, que solo es llamado a elegir a los profesionales de siempre de la política, ya es una cuestión que debe ser dejada de lado. Ahora nuevamente son “invitados” a votar y ahí terminará todo, pero los tiempos exigen otra cosa y ello, no es subsanable ni problema que pueda ser resuelto por las redes sociales.
Esto es particularmente relevante en los partidos que reúne a mayor número de personas activas, las que terminan por informarse de lo que pasa en el partido por los diarios o medios de comunicación, que mediatizan más allá de toda lógica puramente comunicacional la relación interna y normalmente magnifican y tuercen palabras de quienes facilitan ser manipulados.
Hay que evitar, sin embargo, todo camino a la desesperación o a medidas radicales. Es el momento de la gran mesura y podría darse una oportunidad de hacer una discusión interna que vaya más allá de una confrontación sin destino.
En los últimos documentos presentados a la Junta Nacional en enero de 2018, prolifera el intento por definir el ser de la DC y confundirlo con eslóganes publicitarios o frases de campaña.
Si consideramos las declaraciones originarias, tanto de la falange como de la declaración de principios y las comparamos con los acuerdos del último V Congreso, se verá que más allá de una suerte de secularización del partido, en ninguna parte se observan expresiones como vanguardia, centro, o nacional. En efecto, la falange nacional se definía en sus veinticuatro puntos como una “cruzada para instaurar un orden nuevo” y explicitaba que más que un simple partido, era una fuerza destinada a la afirmación de la fe en los destinos de Chile y una voluntad inquebrantable al servicio de la nacionalidad. Luego mencionaba que sus principios se afincan en el pensamiento cristiano.
La declaración del partido, dos décadas después, mantenía el concepto de que el PDC tenía una misión que no era otra que realizar una verdadera democracia y que en ella el hombre pueda obtener su pleno desarrollo espiritual y material. Su política se decía inspirada “por el concepto cristiano de la vida”, lo que se traducía en que buscar una transformación de las estructuras de la sociedad, refiriéndose a las de 1957.
Cincuenta años más tarde del acto fundacional, en el V Congreso que no será fácil de superar, en un extenso documento, sin hablar de cruzadas ni misiones, se mantenía claro el concepto que conformó la arquitectura angular del partido. A modo meramente ejemplar, citamos que se reiteraban las fuentes filosóficas y se especificaba que la inspiración era el humanismo y la doctrina social cristiana. En el terreno económico social se planteaba que aspiraba a un desarrollo integral, lo que se entendía en que cada persona pueda desenvolverse conforme a su dignidad y sus proyectos, con su esfuerzo personal y su compromiso con la comunidad y, como colofón, se expresaba que había una opción preferencial por los más pobres.
Como se ve de esta brevísima reseña, en ninguna parte el PDC se ha definido en relación a otros partidos o movimientos y claramente tiene una doctrina propia de alto contenido, de gran raigambre en la cultura occidental, y, en consecuencia, tiene su forma propia de entender la política y desde ahí, debe intentar acuerdos para hacer las mayorías sin poner en riesgo los valores fundamentales reseñados.
Que la práctica o algunos ideólogos hayan hecho ejercicios para tratar de ubicarla entre la derecha y la izquierda, no cambia lo esencial y se puede llamar coloquialmente o electoralmente al partido de muchas formas, pero no hay que confundir el ser propio con las denominaciones acomodadas a otros propósitos educativos o publicitarios. Tampoco olvidar la frase que repetía Narciso Irureta de que haga lo que haga el PDC para la derecha será izquierda y para ésta, derecha. Curiosamente parece que la actual dirigencia estuviera dispuesta a seguir batallando en un juego sin destino y perdido hace tiempo.
Podemos concluir, en consecuencia, que si todos obramos de buena fe, el partido puede ser una cosa en que todos entendamos lo mismo y podremos tender puentes hacia toda la sociedad que respete los principios básicos que nos inspiran.
Lo que no tiene que ver con los temas ideológicos es la inconducta y falta de fraternidad que ha cambiado nuestra manera de relacionarse cotidianamente dentro del partido. No es la primera vez que existen diferencias, las ha habido y muy serias, hay diferentes maneras de ver algunos temas y dificultades para aplicar lo teórico a la realidad. Si tenemos visiones con matices, debemos ser muy respetuosos en nuestra dialéctica interna, porque sin ella, hemos dejado de ser demócratas y ni que hablar de ser cristianos.
Es útil recordar la cita del profeta Daniel cuando descifra el acertijo que le pedía el Rey Baltazar, “Mane”, “Tecel”, “Fares”, que significa que se ha medido tu reino y se le ha puesto fin, que ha sido pesado en una balanza y falta peso y que por ello, tu reino será dividido y entregado a tus enemigos.
Tal como están sucediendo los acontecimientos, se navega con mucha oscuridad. Se requiere un gran esfuerzo de claridad y discernimiento. El proceso de demolición autoinducida del PDCristiano lleva al abismo y su destrucción. Se requiere discernimiento individual y colectivo, es necesario darle tiempo al tiempo, no apresurar un ganado flaco, escuálido y con osteoporosis crónica. Se debe escuchar al único soberano, el pueblo demócrata cristiano, este ha sido preterido y sustituido por órganos cupulares que no conciben ni practican la democracia participativa.