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Tierra: la próxima frontera Opinión

Tierra: la próxima frontera


Para los romanos Marte era un planeta, pero también el dios de la guerra. Hoy, este nombre vuelve a sonar ahora como la próxima frontera para la humanidad. Voces entusiastas pregonan su vertiginosa conquista, dirigiendo la mirada de los oyentes hacia el rojizo astro titilante en el firmamento. Mientras, la civilización agoniza en un planeta contaminado y consumido.

Occidente siempre soñó con alcanzar otros mundos, sin embargo, en el contexto del cambio climático, esa aventura resulta inminente para algunos científicos. Stephen Hawkins en 2006, advertía sobre una colonia en la Luna y más recientemente se escuchan los rumores de una campaña a Marte. De concretarse, seremos testigos del fin de la humanidad como la conocemos. Pero, momento, antes de partir a otro planeta, me parece que es preciso, digo –tal vez– tratar de salvar este, la Tierra, en un acto final, un gesto de náufragos. Al menos podría destinarse la misma energía y recursos, el mismo ahínco que motiva esta nueva versión del positivismo científico –y que conquista las planas de la prensa y las editoriales de radio y TV– para intentar al menos resolver el mal que le hemos hecho a este planeta, antes de partir a arruinar otro.

Dicen que encontraron agua en Marte –¿que piensan?… ¿Ser los primeros en ir a contaminarla? Si no supimos, los seres humanos, cuidar el hábitat original: la Tierra. Francamente, como se dice en Chile, ¿con qué cara pretenden vendernos la Luna o Marte? Es más, hoy somos testigos del inicio de la venta a futuro, en verde, de un futuro extraterrestre para los terrícolas.

[cita tipo=»destaque»]Todos presentan ejemplos de las consecuencias insospechadas del encuentro entre especies: ya sean bípedos, vertebrados o directamente quimeras del sublime espacial. Pero, como tantas otras veces, el hecho que el cine o la literatura lo sueñen tiene sin cuidado a los que de verdad participan del poder de imaginar la aventura extraterrestre humana y sus proyecciones futuras. En la web circula, a propósito de la discusión por presupuestos para investigación para las ciencias, las humanidades y las artes, un meme brillante con la frase: “la ciencia puede decirnos como clonar un tiranosaurio rex; las humanidades pueden decirnos que quizás es una mala idea”.[/cita]

Si la carrera espacial se inauguró a mediados del siglo XX, en el contexto de la Guerra Fría, las condiciones que motivan el entusiasmo por proyectarnos en Marte o la Luna son quizás el anuncio de otra guerra, una por la sobrevivencia humana en el más allá. Cuando se habla de esta nueva frontera, olvidan mencionar que estos cuerpos celestes tienen dimensiones menores que la Tierra: la Luna, seis veces más pequeña, Marte, tres. Por eso es importante hacer ver que no se trata de una migración 1 a 1 de los habitantes de la Tierra a otro hábitat, sino de un modelo colonial en el sentido más clásico del término. Algunos viajarán allá, otros se quedan acá.

La pregunta es cómo se resolverá la selección y, la siguiente cuestión, ¿en qué condiciones vivirán los que partan y en cuales los que se queden? En este sentido no estaría mal volver sobre algunos ejemplos que nos aporta el cine, con sus metáforas –por dar solo algunos ejemplos– con Viaje a la Luna de George Melliè de 1902, prefigurando el encuentro con los selenitas, o, el clásico pop de la ciencia ficción, de 1976, “Fuga en el siglo XXIII”, de Michael Anderson; y, más recientemente, la tercera de la serie “Avengers: la guerra infinita” de los hermanos Russo en 2018. Cada uno de estos films materializa el sueño aventurero intergaláctico.

Todos presentan ejemplos de las consecuencias insospechadas del encuentro entre especies: ya sean bípedos, vertebrados o directamente quimeras del sublime espacial. Pero, como tantas otras veces, el hecho que el cine o la literatura lo sueñen tiene sin cuidado a los que de verdad participan del poder de imaginar la aventura extraterrestre humana y sus proyecciones futuras. En la web circula, a propósito de la discusión por presupuestos para investigación para las ciencias, las humanidades y las artes, un meme brillante con la frase: “la ciencia puede decirnos como clonar un tiranosaurio rex; las humanidades pueden decirnos que quizás es una mala idea”.

Esta misma reflexión puede desplazarse ante la idea de partir a Marte. ¿Por qué no probar en alcanzar los mismos desarrollos tecnológicos de la carrera espacial, pero en una que logre salvar el planeta Tierra? ¿Cómo puede ser que no logremos conservar las especies terrestres, pero sí nos dispongamos a partir, raudos, como ratas de un barco que se hunde, de este naufragio auto infligido? Es patente que no será fácil reparar la nave mientras navegamos en alta mar, pero que el legado de destrucción ecológica del siglo XXI coincida con la solución hipertecnológica de migrar a Marte, simplemente me parece un escándalo.

No solo por la contradicción de decisiones que implica condenar la Tierra mientras convertimos a Marte en el profeta por venir. Quizás no sea una buena idea, como dice el meme ¿Por qué no darle otra oportunidad a este lugar que nos vio nacer y nos verá morir? A riesgo de parecer retrógrado ante el futuro auspicioso de la ciencia, no puedo dejar de pensar en la advertencia que nos ha hecho la poesía, la literatura, las artes y el cine, cuando se trata de imaginar esas nuevas fronteras. Cómo creemos que podremos superarlas si aún las limitaciones de aquí, de este mundo, son tantas y, sobre todo, parecen nada si se miden con los desafíos que implica alcanzar ese dios rojo, Marte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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