Tras meses de discusión el gobierno de Theresa May finalmente confronta la votación del nuevo acuerdo de Brexit en el parlamento. El acuerdo se logra tras varios intentos fallidos de perfilar una propuesta viable para la Unión Europea (UE), pero bajo un total escepticismo en el Reino Unido. Más allá del resultado concreto de la votación en el parlamento, lo que es claro que el Brexit como estrategia populista de rearticulación y hegemonía política ha sido un completo fracaso. Su proceso y trayectoria no solo ha expuesto al Reino Unido en un escenario de no-acuerdo con la UE, con insospechadas consecuencias económicas, sino también a generado una crisis política mayor en el país.
El nuevo acuerdo de salida
El acuerdo que se vota en el parlamento el 15 de Enero, es el resultado de un arduo proceso de negociación. Desde marzo del 2018 las negociaciones del Brexit se vieron estancadas dada la dificultad en la definición de fronteras físicas entre el Reino Unido y la UE en Irlanda. La delimitación de esta frontera, implica la división geográfica y económica entre la República de Irlanda, miembro de la UE, e Irlanda del Norte, miembro del Reino Unido. La división viola la principal cláusula de los acuerdos de paz suscritos el año 2006 entre los países involucrados y los sectores independentistas, que acordaron la ausencia de fronteras físicas en la isla. Si bien la propuesta evita la definición de una frontera física, a cambio mantiene a todo el Reino Unido dentro de las uniones aduaneras de la UE durante el periodo de transición. Además entrega un poder de veto a la UE, según el cual el Reino Unido no podrá dejar las uniones aduaneras tras el periodo de transición a menos que exista un mejor acuerdo de salida, aprobado por la UE.
[cito tipo=»destaque»]Desde una perspectiva internacional, el fracaso del Brexit y su estrategia no es una resultado aislado. Las recientes victorias electorales de las nuevas derechas si bien corresponden a un motivo de preocupación, dado su carácter reaccionario y nacionalista, pero deliberadamente neoliberal. Ninguna de ellas ha logrado establecer un gobierno con carácter hegemónico o al menos con un grado de mínimo gobernabilidad. Tanto Trump, como Macron y Renzi presentaron sus gobiernos como soluciones de alta popularidad, sin embargo han sido incapaces de consolidar y proyectar sus mayorías electorales o sostener sus niveles de popularidad. Peor aún, sus políticas heterodoxas y autocráticas, solo han agudizado los dilemas sociales que agobian a sus países, teniendo resultados políticos desastrosos que han extendido las crisis que supuestamente debían resolver. Como el caso del Brexit sugiere, las victorias electorales bajo mayorías contingentes parecen ser solo síntoma postraumático de la crisis económica global, y no necesariamente el vehículo de transformación social que han proclamado ofrecer.[/cita]
Para los brexiters, la salida de la UE constituía la oportunidad de recuperar el control y la soberanía del país, restableciendo un férreo control migratorio, un manejo autónomo de los aranceles, precios de intercambio y otras regulaciones financieras, y el término del pago de los costos de membresía y cooperación del Reino Unido al presupuesto europeo. Contrariamente, la propuesta del gobierno mantiene al Reino Unido en la esfera de dependencia política y económica de la UE. La salida le costará al Reino Unido 39 billones de libras, más el pago de su contribución al presupuesto europea hasta el fin del periodo de transición en 2020 y los costos de los múltiples preparativos para iniciar el proceso de salida. El acuerdo, además ubica al Reino Unida en una posición frágil, sin capacidad de mantener ninguna influencia en las decisiones de la UE, pero vulnerable a las decisiones europeas, en tanto el nuevo acuerdo da el poder de veto a la UE en futuros los acuerdos que el Reino Unido pudiese establecer con otros países. La propuesta de May por ende sólo formaliza administrativamente la salida británica, sin conseguir de manera completa ninguno de los objetivos políticos y económicos prometidos por el Brexit, y cediendo la posición privilegiada que el Reino Unido tenía en la UE.
La política del disenso
El anuncio de la propuesta en Noviembre 2018 y la votación en los días siguientes sólo han agudizado las tensiones políticas en el gobierno y los partidos. En Noviembre dos ministros del gabinete renunciaron. Hasta la fecha, ninguno de los partidos políticos en el parlamento se ha comprometido a apoyar de manera mayoritaria el nuevo acuerdo. Durante Diciembre, Jacob Rees-Mogg, figura hard brexiter y parlamentario del partido conversador, levantó un voto de no confianza contra la primer ministra. Si bien no logró sacar a Theresa May del cargo, fragmentó duramente al partido, dejándolo escindido entre parlamentarios que apoyan la propuesta y otros que frente a la imposibilidad de un mejor trato optan por un escenario de no-acuerdo.
Por el lado del Labour, el liderazgo de Corbyn se ha visto seriamente dañado por la polarización nacional y la falta de una posición clara respecto al Brexit. En su última conferencia en Septiembre del 2018, el partido acordó que su estrategia sería buscar elecciones tempranas a fin de implementar su programa de gobierno en el contexto de salida de la UE. Esta posición, logró mantener un apoyo creciente en las bases del movimiento en tanto la salida de la UE se apreciaba como ventaja coyuntural para la implementación del programa económico de Corbyn y no forzaba al partido a asumir una postura maximalista de rechazo a los resultados del referéndum. Sin embargo, esta posición ambigua perdió apoyo en tanto las posibilidades políticas se han reducido y el gobierno ha resistido la crisis. La campaña por el voto popular, que busca llamar a un segundo referéndum para revertir el Brexit, ha ganado un apoyo significativo entre los miembros del partido, generando tensiones al interior del Labour y sería críticas al liderazgo de Corbyn. Tal ha sido su crecimiento, que en septiembre 2018, logró concentrar a 700.000 personas en Londres, siendo una de las movilizaciones más masivas de los últimos años y entre los militantes corbynistas se ha posicionado como una alternativa frente a un posible no-acuerdo.
En este escenario, la primer ministro está prácticamente aislada de cara a la votación del nuevo acuerdo y con la posibilidad de un cambio abrupto en la política británica, que incluye como escenarios posibles: la búsqueda de un nuevo acuerdo con la UE, una capitulación del gobierno y un llamado a elecciones, el llamado a un nuevo referéndum, o la a suspensión del proceso salida vía parlamento. Configuraciones variadas que emergen sólo a semanas de hacer efectiva la salida del Reino Unido de la UE en marzo del 2019.
¿Por qué fracaso el Brexit?
Dos razones parecen fundamentales. Pese a las promesas políticas, es imposible revertir cuarenta años de integración económica. Tras el ingreso del Reino Unido en la comunidad europea, la economía británica se ha integrado orgánicamente a los sistemas de intercambio y producción europea de tal modo que su desempeño depende en gran parte de su acceso al mercado común. El 47% de las exportaciones británicas se destinan al mercado común de la UE. Entre el 40% y 60% de los sectores productivos británicos dependen de importaciones europeas o están conectadas con sus cadenas de suministros. La salida británica, sin un acuerdo de reemplazo, implica por ende la reorganización de gran parte de su estructura económica, como la exposición a una economía global polarizada donde el Reino Unido carece de aliados significativos que puedan compensar sus pérdidas económicas, y donde su baja competitividad la hace frágil respecto a los nuevos actores globales.
La segunda razón es fundamentalmente política. El proceso de Brexit constituye un ejemplo claro del fracaso de las estrategias populistas de derecha y el uso demagógico de mecanismos democráticos de consulta. Como proceso político el Brexit, no surge de un cuestionamiento generalizado de la población británica respecto a la UE, sino de una contienda política interna entre facciones de la derecha británica, que deriva en un referéndum nacional, con un margen mínimo de diferencias entre las preferencias. Este mecanismo democrático, efectivamente logra articular una mayoría relativa a favor de la salida de la UE, alineando sectores de la élite conversadora, con sectores medios y bajos, preferentemente blancos, rurales y mayores de 40, en procesos de precarización. Sin embargo, esta mayoría carece de organicidad, siendo únicamente un producto contingente y circunstancial generado por la coyuntura del referéndum y por los aciertos en la campaña pro-Brexit.
Esta mayoría contingente por ende, carece de una alineación estructural entre posiciones sociales, identidades, intereses y demandas políticas que pudiera trascender la coyuntura del referéndum y sostener un proyecto o nueva visión del Reino Unido. Dicha fragilidad no ha sido capaz de dotar de legitimidad nacional la decisión del referéndum y dar continuidad a un proceso de hard-brexit, manteniendo las críticas al referéndum y extiendo la polarización y fragmentación del país. Si bien la diferencia entre brexiters y reminers se mantiene aún estrecha, muchos sectores han variado su percepción. Las recientes encuestas, muestran que solo un 47% de la población aprueba la salida de la UE. Porcentaje 5 puntos menor a los resultados obtenidos por la opción de salida durante el referéndum. Desde esta perspectiva, el resultado más palpable del Brexit es la crisis de gobernabilidad en la sociedad británica, donde las tensiones de clase, edad y nación se intensifican aceleradamente y la política opera únicamente mediante ventajas circunstanciales mínimas, incapaces de articular mayorías hegemónicas o establecer puntos de consenso.
Desde una perspectiva internacional, el fracaso del Brexit y su estrategia no es una resultado aislado. Las recientes victorias electorales de las nuevas derechas si bien corresponden a un motivo de preocupación, dado su carácter reaccionario y nacionalista, pero deliberadamente neoliberal. Ninguna de ellas ha logrado establecer un gobierno con carácter hegemónico o al menos con un grado de mínimo gobernabilidad. Tanto Trump, como Macron y Renzi presentaron sus gobiernos como soluciones de alta popularidad, sin embargo han sido incapaces de consolidar y proyectar sus mayorías electorales o sostener sus niveles de popularidad. Peor aún, sus políticas heterodoxas y autocráticas, solo han agudizado los dilemas sociales que agobian a sus países, teniendo resultados políticos desastrosos que han extendido las crisis que supuestamente debían resolver. Como el caso del Brexit sugiere, las victorias electorales bajo mayorías contingentes parecen ser solo síntoma postraumático de la crisis económica global, y no necesariamente el vehículo de transformación social que han proclamado ofrecer.