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Lo real y lo imaginado: la iniciativa Clase Media Protegida del gobierno de Sebastián Piñera PAÍS

Lo real y lo imaginado: la iniciativa Clase Media Protegida del gobierno de Sebastián Piñera

Azún Candina Polomer
Por : Azún Candina Polomer Académica Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile
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Durante el mes de mayo, el actual gobierno anunció la creación del ‘sistema de apoyo’ Clase Media Protegida. Si se revisa su sitio web, no es más que una página para consultar sobre políticas sociales que ya existen en Chile, como el subsidio de cesantía o de vivienda, o la ayuda social para adultos mayores. ¿Por qué se presenta como un proyecto de protección a la clase media? En cierto sentido, la respuesta es simple. Dado que entre un 70% a un 80% de la población se autodefine como clase media, no es un misterio difícil de desentrañar por qué los políticos profesionales se dirigen a ella: necesitan votos y tienen que apelar a las mayorías.

Quizás esos políticos saben que una parte significativa de esos alegados sectores medios son pobres, o quizás sí creen en la optimista tontería de que actualmente hay menos pobres y una nueva-clase-media. Como sea, allí medra una pregunta más interesante que los cálculos electorales de los candidatos: cómo y porqué ocurrió eso. Es decir, porqué sociedades con una mayoría de población pobre llegaron a considerarse a sí mismas sociedades de clase media.  

En Chile y sólo por citar unos pocos datos recientes, según la Fundación Sol, el 74,3% de los asalariados gana menos de quinientos mil pesos mensuales (aproximadamente 700 dólares) y sólo un 1% tiene un salario igual o superior a los tres millones por mes. Ese 1% de los más ricos, además, concentra más del 25% del PIB.  No es una situación excepcional en América Latina: según el Panorama Social 2018, de CEPAL, “América Latina y el Caribe sigue siendo la región más desigual del mundo, por sobre el África Subsahariana (la segunda región más desigual), y presenta un índice de Gini promedio casi un tercio superior al de Europa y Asia Central”.

En consecuencia, éramos sociedades mayoritariamente pobres y desiguales, y lo seguimos siendo. Nuestras pirámides sociales, si se dibujaran de manera realista, no serían ese elegante triángulo equilátero donde una base se estrecha paulatinamente  hasta llegar a una cúspide. Serían rascacielos bastante feos, con una aguja superior elevadísima –allá donde apenas alcanzaríamos a verla–, luego un minarete pequeño, y bajo él, un grueso e irregular edificio habitado por distintas variedades de pobres.

Puede que esa misma fealdad explique parte del fenómeno. Es menos deprimente y peligroso, en términos de conflictividad social, pensar que vivimos en sociedades donde las diferencias de clase y la desigualdad existen, por supuesto, pero no son brutales e irremontables. En segundo término, la manera en que nos definimos socioeconómicamente es relacional, y la extendida pobreza y precariedad de nuestras sociedades influye en esa definición como clase media: si una familia, por ejemplo, vive con mil dólares mensuales y se endeuda o postula a la ayuda social del Estado para solventar gastos básicos como salud o educación, pero cotidianamente mora en un ambiente donde otras personas y familias tienen bastante menos que eso, los ve a ellos como pobres y se entiende a sí misma como clase media.

El lenguaje coloquial –a veces adoptado por las ciencias sociales y la política—recoge esa situación: se habla de clase media-baja, media-media y media-alta o acomodada. Los especialistas también han aportado sus propios eufemismos: clase media vulnerable, clase media aspiracional, y la mencionada nueva clase media. Todos esos términos abordan y a la vez emborronan la peliaguda situación real: que hay clases medias en América Latina, por cierto, y en Chile, pero que ni lejanamente alcanzan al 70% u 80% de la población. Quizás y con buena voluntad, según las diferentes realidades locales y nacionales, no superan al 30% del total. Y que en la última década, por lo demás, la desigualdad ha aumentado en la región. El edificio social es cada vez más feo.

En las ciencias sociales, uno de los elementos centrales para distinguir a los sectores medios de los sectores populares ha sido que se trata de los individuos y familias que tienen cubiertas sus necesidades básicas –como salud, educación y vivienda— de manera estable, y cuentan con excedentes que les permiten ahorrar e invertir, por ejemplo, en una segunda vivienda o un nuevo negocio. Que una iniciativa para informar a la población sobre subsidios y beneficios sociales que permitan cubrir esas necesidades básicas se llame Clase Media Protegida, sólo da cuenta de esa suerte de travestismo de clase que se instaló durante el siglo XX y parece avanzar en el siglo XXI, y que es más un deseo rara vez cumplido que una realidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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