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Estado de Chile y Pueblo Mapuche: las dos caras de un conflicto no resuelto Opinión

Estado de Chile y Pueblo Mapuche: las dos caras de un conflicto no resuelto

Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
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No es utópico pensar que el histórico conflicto Estado-Pueblo Mapuche, tiene una solución definitiva. Sin embargo, este conflicto se ha sostenido en el tiempo, principalmente por quienes se benefician de él. Hay que preguntarse entonces, ¿Quiénes son aquellos que se benefician?…

Nuestros antepasados derrotaron al Imperio Español, con una estrategia firme y una disciplina rigurosa. De este modo, aprendieron los hábitos de guerra de los invasores, estudiaron sus debilidades y lograron la victoria.  

El pueblo mapuche, liderado por Pelantaro y los indomables de Purén, logró la independencia en 1641 (Tratado de Quillin), ratificado por el Estado de Chile en 1825 por el Tratado de Trapigue. Esa libertad duró 241 años, un periodo aún más extenso que toda la historia republicana de Chile, y se rompió a partir de 1860 en la mal llamada “Pacificación de La Araucanía”. En ese proceso, el Estado cometió un acto genocida que incluyó la muerte de miles de mapuche, la expoliación y anexión de sus tierras y el robo indiscriminado de ganado.   

Más allá del hecho que los arcabuces fueron reemplazados por armas de tiros de repetición o que el Ejército de Chile profesionalizó su actividad, nuestro error fue no adaptarnos al nuevo contexto y repetir los discursos y estrategias que se mostraron obsoletos, asumiendo ingenuamente que los éxitos pasados garantizarían para siempre los logros futuros. Seguimos utilizando viejas ideas para resolver nuevos problemas y recurrimos a viejos guerreros para conducir las nuevas batallas.

Si observamos el presente con espíritu autocrítico, podemos ver la reiteración de los errores propios que nos hicieron creer que siempre seriamos invencibles. Con el respeto y reconocimiento que merecen quienes, desde el pueblo mapuche lucharon contra la dictadura de Pinochet, hoy se siguen proponiendo los mismos discursos y los mismos medios que, ya en democracia, no han resuelto los problemas esenciales de los pueblos indígenas.

Algunos líderes parecen priorizar su propia vigencia a costa de cualquier cosa y sus intereses personales mucho más que la dignidad de la misión que debemos adoptar. Asistimos a la saturación de aquellos discursos basados en consignas, pero completamente vacíos de contenido, claridad y proyección.

De hecho, después del incumplido Pacto de Nueva Imperial de 1989, se produce un progresivo agotamiento de la dirigencia Mapuche y un evidente estancamiento en las reivindicaciones sociales y políticas que se perseguían. Lo mismo ocurrió con un grupo de intelectuales, que más que contribuir con la sustentación de la causa mapuche, se sintieron satisfechos con una pura reflexión académica, que cada vez se alejó más de la realidad.

Hace pocos días un dirigente indígena, reiterando algunas ideas que hemos escuchado antes, a vuelto a proponer el co-gobierno, luego la autonomía y, por último, la independencia de los mapuche. Estos planteamientos, que son expuestos sin el sustento suficiente, quedan más bien en simples buenos deseos.

Hay que reconocer que hemos arribado a una época en que solo podemos enorgullecernos de nuestro pasado glorioso, pero disponemos de un presente que es más bien motivo de tristeza. Debemos plantearnos la necesidad urgente de superar la mera consigna del “Estado opresor”, como si esto fuera un destino fatal y concentrar todas nuestras energías en la unidad y cohesión de nuestros pueblos para generar un proyecto de cambio capaz de alcanzar una convivencia pacífica y respetuosa al interior de la diversidad que caracteriza a la sociedad chilena.    

Llegó la hora de hablar de lo que nos une a los Mapuche y los demás pueblos indígenas, y comprender de una vez por todas, que tenemos un problema en común, un problema de pueblo. En definitiva, debemos recuperar los derechos políticos, territoriales y económicos que nos reconocen todas las normas internacionales.

La posibilidad de tener autoridades mapuche en distintos gobiernos no mejora automáticamente nuestra condición de pueblo. En efecto, contar con un alcalde, diputado, senador, intendente, subsecretario o ministro mapuche, es mucho más un triunfo personal o partidario, que un éxito colectivo.

La única manera de avanzar es construir un proyecto político como nación mapuche y esto supone unidad, diálogo, búsqueda de acuerdos y conciencia de pueblo. Pero tampoco eso basta, se requiere poder. Y como lo señala Moisés Naim, el poder es un ejercicio que nos permite lograr que otros tengan conductas que, sin su aplicación, no habrían adoptado.  

Tener poder es muy importante para cambiar las cosas, pero no es suficiente, si no se sabe qué hacer con él. Hoy los casi dos millones de indígenas, debemos despertar, para transformarnos y alcanzar la madurez política. Nuestro poder político radica primariamente en nuestra relevancia electoral. ¿Qué acuerdos podríamos lograr actuando unidos? Es importante tener conciencia de esa fuerza, que se visualiza en cada elección, en que nuestros votos definen buena parte de los resultados. Es más, son nuestros votos los que ponen o no a un Presidente en el Palacio de La Moneda.

Esta conciencia nos debe generar, además, una gran responsabilidad, pues nuestros votos pueden llevar a los diferentes espacios de poder, a gente capaz de aprobar todo tipo de leyes y decisiones que terminan afectando a nuestro pueblo, nuestro territorio y también a la mayoría de los pobres y marginados de Chile.

Como mapuche me encuentro en el centro de fuerzas opuestas e igualmente negativas, que actúan simultáneamente. Están por un lado, un grupo de mapuche “complacientes”, que sin respeto por sí mismos y resignándose a su estado de pobreza, estiran deshonrosamente la mano a la espera de bonos y subsidios, todo a cambio de no cuestionar o criticar a quienes administran el poder político, que les otorgan esas prebendas.

Por otro lado están los “flagelantes”, que están llenos de resentimiento, odio y frustración nacida de la violencia de la discriminación institucionalizada. Muchos de ellos han llegado al convencimiento de que la violencia es la única vía de solución a todos los males que sufren o han sufrido, llegando a defender las opciones radicalizadas del indigenismo fundamentalista. Esta resulta ser, además, la justificación que utilizan los grupos de poder para militarizar y judicializar nuestra causa.

También están aquellos hermanos mapuche, seguidores de la tradición judeo-cristiana, que muchas veces están más centrados en alcanzar la salvación personal que la que requiere su pueblo, como una gran comunidad que tiene un destino común.

Y existen además pequeños grupos que estiman que para ser mapuche, hay que conservar la sangre, las tradiciones y las costumbres en su estado más puro. Esto recuerda el racismo que prioriza la raza única, tantas veces fracasado. Para ellos un mapuche debe vivir en el campo, andar con manta y trarilonco y criticar todo lo que no es mapuche. Claro que son los mismos que usan plataformas de comunicación norteamericana, celulares chinos o coreanos, autos japoneses y poseen gustos globalizados.

Creo que nuestros ejes deben ser, la adopción del camino de la acción política, recuperar nuestra conciencia de nación, acceder al poder y cambiar nuestras realidades de pueblo. Me niego a aceptar la resignación como la respuesta a estos tiempos y me resisto rotundamente a perder la fe en la unidad de mi pueblo.

No se podrán atenuar jamás las desigualdades económicas y sociales, si aquellos que no han experimentado la pobreza, siguen hablando por los pobres y si los que no son indígenas insisten en interpretar el sentir de nuestros pueblos. No pretendo descalificar a personas de buena voluntad dispuestas a mejorar las cosas, solo sostengo que existe una responsabilidad indelegable e intransferible de los propios pueblos indígenas respecto de su propio destino. Debemos ser conscientes de nuestro compromiso histórico para enfrentar el desafío de decidir nuestro propio futuro y contribuir de esta manera a ser un país más justo e inclusivo.

Frente al poder político que ha administrado el Estado y a los intereses económicos que han forjado el carácter del Chile actual, con su nueva élite económico-agraria, ideológicamente racista y políticamente reaccionaria, queremos instaurar una nueva forma de liderazgo que sea capaz de dar igualdad de oportunidades a todos, haciendo reformas sustanciales a la democracia que hemos configurado y al modelo económico que nos asfixia.

Nuestro pueblo no es perfecto. Somos una comunidad pequeña, ubicada en la cola de la distribución del poder. Sin embargo, estamos llamados a una misión perfecta, que es liberar a nuestro pueblo mapuche, a los demás pueblos originarios y a toda persona que sufra los perversos efectos de la exclusión.

Debemos enviar una señal firme a quienes aún no creen en nuestra misión. Por eso debemos corregir los errores, ampliar la mirada, sanar las heridas, unificar a nuestro Pueblo y cumplir la misión que nos inspira. Yo estoy al servicio de esa causa y en ello radica mi compromiso vital.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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