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Frente Amplio y la crisis de la izquierda Opinión

Frente Amplio y la crisis de la izquierda

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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Como nuevo domicilio político, se suponía que el Frente Amplio iba a ofrecer un lugar más cómodo para la izquierda, la posibilidad de desarrollar visiones y propuestas sin necesidad de transigir constantemente con sectores más conservadores. Sin embargo, esta comodidad ha terminado por alentar una cierta molicie intelectual. Tenemos todo demasiado claro: la versión de los últimos 30 años, quiénes han sido los responsables, cuáles han sido sus errores y, sobre todo, cómo hay que enmendarlos. Introyectamos lecturas críticas del pasado, con un facilismo que raya en la ingenuidad, como si la solución fuera simplemente volver 30 años atrás y hacer todo de nuevo, pero esta vez bien. Al final, tenemos muy claro lo que habríamos hecho en vez de la Concertación, pero no tanto lo que hay que hacer hoy, en el complejo, individualista y despolitizado Chile actual.


La crisis por la estrategia de alianzas del Frente Amplio (FA), su duda hamletiana, entre buscar acuerdos de mayoría o seguir un camino propio, la ilusión (nunca cumplida) de que el descontento ciudadano va a cuajar en un respaldo electoral, incluso la fantasía de que los demás partidos van a desaparecer, son todas expresiones de un mismo fenómeno: la falta de una visión ideológica clara, que permita conectar con una mayoría.

Nos vanagloriamos constantemente de que queremos superar el neoliberalismo, pero hemos sido poco claros en describir el camino alternativo para lograrlo. Exactamente, ¿qué proyecto de sociedad queremos? Y más aún, ¿cómo vamos a conquistar una mayoría electoral para ello?

No lo tenemos muy claro, ni siquiera nos lo hemos preguntado de forma verdaderamente incisiva. Esto es paradójico puesto que, como nuevo domicilio político, se suponía que el Frente Amplio iba a ofrecer un lugar más cómodo para la izquierda, la posibilidad de desarrollar visiones y propuestas sin necesidad de transigir constantemente con sectores más conservadores.

Sin embargo, esta comodidad ha terminado por alentar una cierta molicie intelectual. Tenemos todo demasiado claro: la versión de los últimos 30 años, quiénes han sido los responsables, cuáles han sido sus errores y, sobre todo, cómo hay que enmendarlos. Introyectamos lecturas críticas del pasado, con un facilismo que raya en la ingenuidad, como si la solución fuera simplemente volver 30 años atrás y hacer todo de nuevo, pero esta vez bien. Al final, tenemos muy claro lo que habríamos hecho en vez de la Concertación, pero no tanto lo que hay que hacer hoy, en el complejo, individualista y despolitizado Chile actual.

Alentamos por supuesto la impugnación, el denuesto de la clase política, la desconfianza de las instituciones, como si ese ánimo insumiso fuera a granjearnos automáticamente un mayor respaldo ciudadano. Pero lo cierto es que ese respaldo nunca llega, es un objetivo siempre diferido.

Al final –nos empezamos a dar cuenta, no sin cierta alarma–, el descontento parece ser más estructural de lo que pensábamos y, peor aún, de un signo neoliberal, anclado en un individualismo acérrimo, más que en la esperanza de un nuevo proyecto de izquierda.

Cortejamos a los movimientos sociales, los ensalzamos e idealizamos, a veces llegamos a pensar que nuestro rol más alto será convertirnos en una mera plataforma para su expresión. Pero lo cierto es que los movimientos sociales se organizan en torno a demandas sectoriales, y también requieren un discurso político que los viabilice, Simplemente mimetizarnos con ellos, es la mejor forma de renunciar a un rol verdaderamente transformacional.

[cita tipo=destaque»]El Frente Amplio se ha convertido en un espacio muy cómodo para algunos, una base militante que puede elucubrar libremente y sin tapujos, pero es incapaz de canalizar un segmento más amplio del descontento ciudadano.[/vita]

Nuestra propuesta de levantar el proyecto de izquierda fidedigno, por el cual se supone que la gente había estado esperando todos estos años, y el cual le había sido arrebatado por las elites, se topa con un cierto escepticismo de la ciudadanía, una porfiada indiferencia, una adhesión a medias.

Aquí reside una parte importante de nuestra autorreferencia. El Frente Amplio se ha convertido en un espacio muy cómodo para algunos, una base militante que puede elucubrar libremente y sin tapujos, pero es incapaz de canalizar un segmento más amplio del descontento ciudadano.

La pregunta de fondo es: ¿cómo construir un proyecto realmente transformador, que sea capaz de convocar a una mayoría? ¿Cómo actualizar los ideales de justicia social, equidad, dignidad, en un proyecto político que resulte convincente hoy? ¿Qué tipo de ideas y propuestas serán capaces de conectarse con las preocupaciones de la gente, de recuperar su confianza?

Después del estallido, estas interrogantes no se han cancelado, por el contrario, se han vuelto más urgentes. El mayor dilema que nos plantea el nuevo Chile post-18-O, es el siguiente: ¿Por qué el masivo nivel de descontento e insatisfacción no se traduce en un apoyo más amplio a los proyectos de izquierda? ¿Qué parte de nuestro discurso, que pretende interpretar precisamente este tipo de demandas sociales, no hace sentido? ¿En qué estamos fallando?

En vez de enfrentar estas interrogantes, tendemos a bloquearlas, por medio de tabúes y anatemas (en esto importamos un lenguaje religioso, casi mesiánico): socialdemocracia, reformismo, tecnocracia, elites, clase política. Al final, caemos inevitablemente en la discusión “quién es más de izquierda”, cargada de prejuicios y eslóganes, un lenguaje anquilosado, cuando a la gente ya ni siquiera le interesa el clivaje izquierda-derecha.

Esta es otra dimensión de nuestra autorreferencia, la incapacidad de comprender que las demandas actuales no se satisfacen con ideas antiguas, que la retórica que se considera “radical” no es verdaderamente radical en el Chile actual. No había una mayoría oculta esperando por ideas revolucionarias de hace décadas, la verdadera revolución consiste en construir las ideas, los lenguajes y las propuestas que permitan viabilizar los cambios hoy.

Otro aprendizaje palmario que nos deja este año posestallido es el siguiente: sumarse al descontento no es suficiente para canalizarlo, así como alentar la impugnación no es suficiente para construir mayorías, por el contrario, tiende a disolverlas, atomizarlas.

El verdadero desafío es construir los nuevos referentes colectivos que permitan dar forma a un relato político, y las ideas concretas para sustentarlo. Qué tipo de Estado proponemos, qué tipo de democracia y qué tipo de políticas nos permitirán impulsar las transformaciones que queremos.

Si acometiéramos esa tarea, sería más fácil dialogar de verdad con otras vertientes políticas, buscar alianzas y soportar las tensiones que permitan construir efectivamente las mayorías que Chile necesita.

Mientras tanto, y sin una válvula de escape que le dé salida, el malestar social de Chile se sigue acumulando, con consecuencias insospechadas.

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