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Medio Oriente: dos años en tinieblas Opinión

Medio Oriente: dos años en tinieblas

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Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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Israel está a la espera de los secuestrados y la extinción del terrorismo. Palestinos ruegan por el cese de los bombardeos inclementes y la crueldad de su propio gobierno. Esto pudo ocurrir hace muchos meses y cientos de muertos menos, pero el extremismo de Hamás y Netanyahu lo hicieron imposible.


Donald Trump es un genio del espectáculo. Ubicado al centro de la escena espera el momento cumbre: el regreso a su patria de los últimos 48 rehenes (20 vivos y 28 muertos) justo al cumplirse dos años de la masacre de Hamás, cuando se levantó el telón para dar inicio a esta tragedia.

La esperanza surgió precisamente con el plan de paz presentado por Trump, quien encabezaría personalmente la futura administración de Gaza. Israel está en vilo a la espera de los secuestrados y la extinción del terrorismo en la zona. Los palestinos ruegan por el cese de los bombardeos inclementes y la crueldad de su propio gobierno. Esto pudo ocurrir hace muchos meses y cientos de muertos menos, pero el extremismo de Hamás y de Netanyahu lo hicieron imposible.

El mundo está atento. Hamás sigue evaluando.

La realidad no es un reality show. Por más sofisticados que sean los artificios, Trump no podrá borrar lo ocurrido en estos 24 meses, ni conseguir una paz duradera a punta de amenazas. Aunque le coronen con el Nobel de la Paz.

Habrá que construir sobre las cenizas y la sangre derramada.

Desde la madrugada del 7 de octubre de 2023, el mundo entero parece andar a tientas, extraviado.

Tanto en países árabes como en diferentes naciones occidentales, muchos celebraron la barbarie de Hamás. Consideraron que la matanza de más de 1.200 personas, la tortura, el asesinato de hijos frente a sus padres, la violación, la mutilación de genitales, la captura de más de 251 rehenes, constituía un acto de liberación nacional, digno de jolgorio. Las condenas frente al salvajismo fueron tímidas. El feminismo no vio crimen en las mujeres judías abusadas. Muchos, simplemente callaron.

Algo anda mal en el mundo. Desde ese día, las tinieblas dominaron la región y más allá.

Hamás se siente victorioso. Nunca antes el clamor por un Estado palestino fue tan generalizado, impuso su relato como movimiento de liberación y camufló su naturaleza terrorista.

Con una propaganda bien planificada y el uso eficiente de las redes sociales, conquistó muchas simpatías, especialmente entre los jóvenes. La distorsión de la realidad –propia de la guerra– llegó a niveles inimaginables en el ámbito histórico y la promoción del antisemitismo.

Hamás instaló la idea de que la inexistencia de un Estado palestino es responsabilidad de Israel. No fueron los judíos quienes desconocieron la partición de Palestina en 1948 y declararon la guerra. Desde los años 70, hay más de media docena de oportunidades perdidas. Hace 25 años, Yasser Arafat rechazó el Estado Palestino acordado en Camp David junto al presidente Bill Clinton. La preocupación de la comunidad internacional y el  reconocimiento del Estado Palestino en Naciones Unidas llegó con décadas de retardo. Parece más bien un premio inescrupuloso para los terroristas islámicos que aún gobiernan Gaza.

Cabe preguntarse si puede considerarse un triunfo la ruina de Gaza, el sufrimiento de los gazatíes deambulando sin rumbo, los miles de muertos calificados como víctimas colaterales, que ni siquiera tuvieron la posibilidad de refugio en los sólidos túneles que recorren su territorio.

Ningún país hubiera reaccionado de manera distinta a Israel frente a una masacre como la de Hamás. Sin embargo, la respuesta inicial –cuyo objetivo era rescatar a los rehenes– se convirtió en la destrucción de Gaza y en una crisis humanitaria con miles de víctimas. La despiadada estrategia bélica de Benjamin Netanyahu poco tuvo que ver con la liberación de los secuestrados. Apenas ocho de ellos lograron ser rescatados por las armas.

Fueron negociaciones diplomáticas –con la mediación de Qatar, Egipto y Turquía– las que consiguieron recuperar a 147 personas a cambio de unos 5 mil presos palestinos, más los cuerpos de 45 personas asesinadas por Hamás o muertas producto de los bombardeos israelíes. Desde el punto de vista de los rehenes, la operación militar fue un fracaso. Sin embargo, la ofensiva se prolongó, ya que –como lo explicitó Netanyahu– el objetivo era otro: evitar la existencia de un Estado palestino e incrementar sustancialmente la ocupación de Cisjordania a través de nuevos asentamientos judíos.

El plan de Trump echa por tierra estas ambiciones. Pero Netanyahu también se siente victorioso y se vanagloria de haber modificado la realidad geopolítica de la zona. Poco parece importarle el desprestigio internacional y el alejamiento de sus históricos aliados europeos, especialmente de Alemania.

Dentro de Israel, las heridas son profundas. A las víctimas del 7/10 se suman los soldados muertos en combate, el suicidio de medio centenar de reservistas y las secuelas físicas y psicológicas de la violencia. Al mismo tiempo, su democracia se debilita en manos de un gobernante que se aferró a la guerra para mantenerse en el poder y evitar los juicios en su contra por corrupción, por su responsabilidad en el ataque del 7/10 y por crímenes de guerra.

Ni las manifestaciones masivas, ni los ruegos de los familiares de los secuestrados, ni las declaraciones de la cúpula militar y de exgobernantes, que advirtieron del sinsentido de la ofensiva en Gaza, lograron conmover a Netanyahu. Con rasgos de un narcisismo patológico, y aliado a sectores fundamentalistas, el primer ministro está provocando una peligrosa división en la sociedad y hace temer que Israel se convierta en un Estado teocrático, más parecido a Irán o Afganistán que a la democracia liberal que soñaron sus fundadores.

El conflicto del Medio Oriente también sacudió a los judíos de la diáspora. A 80 años del fin de la II Guerra Mundial, el antisemitismo resurgió de manera exponencial, como ocurre cada vez que el mundo enfrenta problemas serios. Ahora se le llamó antisionismo, pero las consecuencias fueron idénticas a las de hace un siglo: ataques a personas, escuelas, sinagogas e instituciones judías. Las redes sociales se coparon de insultos, caricaturas aberrantes, símbolos nazis y acusaciones de genocidio, sin importar lo que piense o haga el agredido.

Al mismo tiempo, se incrementó la negación del Holocausto y se pretende negar a los judíos la condición de pueblo originario de Palestina, ignorando su historia, su cultura y múltiples hallazgos arqueológicos. El absurdo llegó a tal punto que, en pesebres de la última Navidad, Jesús de Nazaret apareció con un kufiya, el tradicional pañuelo palestino.

La semana pasada, dos personas fueron asesinadas durante Yom Kippur frente a la sinagoga de Manchester. El antisemitismo dejó de ser una ideología políticamente incorrecta y se proclama sin escrúpulos en los parlamentos democráticos. Miles de judíos en todo el mundo volvieron a vivir con el miedo y la incertidumbre pegados a la piel.

En medio de la oscuridad reinante, las fuerzas de izquierda en las democracias occidentales respaldan a los movimientos islamistas que procuran explícitamente la desaparición de Israel, promueven prácticas medievales que aplastan a sus mujeres, matan a los integrantes de la comunidad LGBTQ+, mantienen a sus pueblos oprimidos por dictaduras totalitarias. En este contexto, en diversas latitudes, irrumpen nuevos gobernantes autoritarios, que desprecian la democracia y amenazan a quienes se les oponen –dentro y fuera de sus fronteras– al estilo de Trump, Putin, Erdogan y el propio Netanyahu.

En este caldo de cultivo tendrá que sembrarse la paz entre judíos y palestinos.

Trump logró el apoyo de la mayoría de los países musulmanes y árabes para su plan. Obligó a Netanyahu a ceder, a pesar de la ira de sus ministros de ultraderecha, y amenazó a Hamás con “un infierno nunca antes visto” si no acata la propuesta.

Si los rehenes regresan en las próximas horas, será el inicio de un camino largo y complejo para salir de las tinieblas. Las heridas demorarán décadas en sanarse, pero quizás la oscuridad pueda disiparse con la luz incomparable de Jerusalén, y ambos pueblos asuman que no tienen más alternativa que vivir juntos. Y esto implica justicia, compasión y humanidad para todos, aunque cueste.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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