Señor Director:
Hace unas semanas nos enteramos de que Baltazar, de nueve meses, recibió una “bala loca” en su cabeza. Estaba durmiendo dentro de su casa, en la comuna de La Pintana. El país se conmocionó con la noticia y aparecieron en los medios declaraciones de autoridades haciendo promesas de reparación y nuevas –aunque sobre todo repetidas- hipótesis de cómo aplacar la delincuencia.
Desde el año pasado me toca ir continuamente a visitar colegios a esa comuna. La primera vez que me presenté en uno la coordinadora académica me explicó que, esa misma semana, los niños habían dormido debajo de sus camas, porque había muerto un emblemático hincha de un equipo de fútbol nacional y los disparos iban y venían. Otro día, se habían pillado, llegando al colegio, con un cadáver en la esquina.
En esas condiciones es fácil que los niños no quieran aprender: los problemas de la calle son mucho más importantes que los problemas matemáticos de la pizarra. Pero muchos profesores no dan su brazo a torcer, hay quienes llevan más de 20 años y no cambian de comuna, porque se preguntan: “si me voy, ¿quién va a venir acá?”.
Hace unos días celebramos a los profesores, quienes no tienen tiempo de hacer promesas de reparación, porque son los que reparan. Sin esos líderes anónimos, que trabajan por que sus estudiantes no deserten del sistema, no compren la droga de la esquina y no busquen dinero fácil delinquiendo, es muy difícil pensar que no volveremos a tener a nuevos Baltazares en este país. Si tenemos suerte, antes de conocer al próximo, este o algún gobierno futuro se dará cuenta de que, sin la educación como aliado, en el combate a la delincuencia, siempre llegará tarde.
Nishme Zafe
Mentora de Formación
Fundación Enseña Chile
