Señor Director:
Leí con interés la carta publicada el 11 de septiembre sobre la disminución en la calidad de vida en Chillán, y me sorprendió ver que Rancagua esté tan bien posicionada en la lista de mejores lugares para vivir en Chile. Pensé que la falta de un panorama cultural variado tendría más peso en esta medición. Además, me inquieta que no se considere el impacto de la contaminación producida por la mina El Teniente en nuestros ríos, lo cual debería ser un factor relevante.
Sin embargo, no solo la ausencia de cultura o la contaminación afectan la calidad de vida en Rancagua. Hay algo más profundo que refleja nuestra historia y define a sus habitantes: su humildad casi silenciosa. El mito popular, convertido en meme, de que Rancagua “no existe” expone una característica central de nuestra identidad.
Mi abuelo, Dionisio, como el dios griego del vino, murió prematuramente por una enfermedad causada por la sobreexposición al polvo de la mina. El médico lo atribuyó a “causas naturales”, aunque no hay nada natural en que un pulmón destruido por polvo deje de funcionar. Mi abuelo siempre decía: “Un minero trabaja en silencio, porque sabe que un respiro en falso podría matarle.” Esa humildad silenciosa parece haberse transmitido a las siguientes generaciones de rancagüinos, tanto que hemos llegado a creernos invisibles.
Es sorprendente que Rancagua esté bien posicionada en los rankings de calidad de vida cuando la contaminación de nuestros ríos y la falta de una oferta cultural diversa parecen tener un impacto real. Pero quizás lo más sorprendente es cómo los rancagüinos, en nuestra humildad heredada, rara vez reclamamos por ello.
Al final del día, tal vez la calidad de vida no solo se mida por lo que es visible, como el ambiente o la cultura, sino también por cómo aceptamos y vivimos nuestra realidad, a veces con una humildad que, como bien dice el mito, casi nos hace invisibles.
Atentamente,
Matías Figueroa