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Vivir mirando El Aleph

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Por: Marcelo D. Miranda


Señor Director:

Jorge Luis Borges, en su cuento El Aleph (1949), nos habla de una pequeña esfera ubicada en el sótano de una casa de la calle Garay, en Buenos Aires. Desde ese punto es posible observar todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos, sin superposición ni transparencia.

Cuando el protagonista del cuento (al parecer el mismo Borges), seducido por Carlos Argentino Daneri, observa ese punto con algo de pánico, relata lo siguiente:

“Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos escrutándose en mí como en un espejo del planeta y ninguno me reflejó… vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph desde todos los puntos, y vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese secreto y conjetural objeto cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.”

Hoy, como en aquel sótano, yo también estoy frente a un punto conjetural llamado El Aleph, que se manifiesta en cada rincón de mi casa, oficina y artefacto conectado a la red, y desde el cual puedo relatar lo siguiente:

Vi un atentado a un candidato presidencial, vi un auto eléctrico girar sin control durante redadas migratorias, vi un pronóstico de lluvia que anunciaba una catástrofe, vi a un hombre salir entre las llamas preguntando por su equipaje, vi aviones lanzando misiles con precisión y de vuelta, drones descontrolados sobre el orbe, vi humo, vi a un conocido bajar a su refugio y a otro preguntar por su familia a las tres de mañana, vi la llegada de la tregua y a un presidente que jugaba a ser el Papa, vi mi día y mi noche en su conjunto y con asombro, la inconmensurable realidad.

Para vivir mirando El Aleph, hay que aprender a mirar lo inconmensurable, nombrar lo innombrable y sostener la incertidumbre que nos impone la hiperconectividad, a través de esta ventana que llamamos internet.

Marcelo D. Miranda

Departamento de Ecosistemas y Medio Ambiente

Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales

Pontificia Universidad Católica de Chile

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