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Sobre la urgencia de formar una sociedad resiliente

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Por: Ana Carolina Skaret


Señor director:

Urge pensar en una educación que rescate los saberes elementales capaces de sostenernos como humanidad responsable con la naturaleza. Una propuesta son casas-escuelas de resiliencia multilingües, de acceso libre y con prioridad en sexto, séptimo y octavo básico. En ellas, lo esencial vuelve a ser el centro: leer y escribir con libros y diccionarios, pensar con lápiz y papel, aprender a sembrar y a cultivar nuestra propia comida, revalorizar y tomar como base la economía circular para producir únicamente lo necesario, cuidar los recursos y definir nuestro modo justo de habitar el mundo. Se trata de un currículo constructivista y holístico, abierto también a adultos, que cultive valores y conocimientos prístinos para transmitirlos a las nuevas generaciones.

Las llamamos casas porque acogen a todos los miembros de una comunidad sin distinción alguna. En ellas se recupera lo que nos conecta con la ternura materna: aquella fuerza motriz hoy perdida por las sociedades contemporáneas. La vuelta a la infancia, la inocencia y los cuidados nos permite volver a confiar y a ver el mundo con curiosidad. Más pronto que tarde, urge volver al punto de «sí retorno» para, de una vez por todas, recuperar nuestra soberanía, nuestra gobernanza y nuestra libertad para aprender y generar conocimiento virtuoso.

En la tradición medieval, el trivium (gramática, lógica y retórica) ofrecía la base del pensamiento crítico y de la vida en común. Con otros nombres, esa raíz sigue siendo indispensable hoy. Volver a los saberes más elementales resulta decisivo para la supervivencia frente a la amenaza de colapsos civilizatorios y desastres naturales: escenarios donde no habrá internet, luz ni tecnologías de avanzada.

Estas escuelas se fundan en el respeto. No tienen vínculo con fe organizada, ni con intereses partidistas, ni con formas de violencia o crueldad. Su centro está en reconstruir comunidad. La dinámica contemporánea, marcada por la artificialidad, la fragmentación y el exceso de estímulos, alimenta la búsqueda de recompensas rápidas y termina erosionando la vida en común. Recuperar esa base es una tarea impostergable.

La invitación es a que universidades, empresas éticas, comunidades, educadores y pueblos originarios abran juntos este debate y ensayen experiencias de resiliencia. En ello se juega nuestra supervivencia y la posibilidad de superar los espejismos y la opacidad del Antropoceno.

Ana Carolina Skaret
Chilena residente en Noruega
Licenciada en Lingüística Aplicada a la Traducción en Inglés y Portugués, Universidad de Santiago
Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana

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