Los votantes mayores: mas allá de la PGU
Señor director:
Cada periodo electoral se parece cada vez más a una larga repetición de promesas y discursos, donde en esta oportunidad uno de los pivotes centrales de los mediático hace referencia a la Pensión Garantizada Universal (PGU), convertida casi en símbolo de la preocupación por los adultos mayores. Sin embargo, detrás de los números y propuestas surgen silencios que pesan más que las palabras: el de quienes envejecen sin ser realmente escuchados. El enfoque economicista de las pensiones ha tenido un efecto silencioso pero profundo: ha invisibilizado las dimensiones emocionales, sociales y culturales de la vejez.
Se habla del “problema” de la PGU, como si envejecer fuera un error del sistema y no una consecuencia natural del vivir. La discusión se ha estancado en su continuidad, forma de financiamiento o el alcance del mismo, pero evita mirar de frente lo que hay debajo: un modelo social que no ha sabido integrar la vejez con dignidad ni sentido. Esa omisión no es casual: revela una forma de entender la política que prefiere administrar la vejez antes que dignificarla. La vejez, en lugar de ser reconocida como una etapa activa de la existencia, se ha reducido a un problema de gestión o caridad, fragmentando responsabilidades entre el Estado, la familia y el mercado.
Las propuestas políticas suelen sostener una lógica asistencialista hacia los adultos mayores basándose en entregar apoyos, en los cuidados, que no está mal, pero a veces es insuficiente al no entregar una real participación y reconocimiento, al contrario, aparecen en los discursos, como sujetos frágiles, dependientes, casi imposibilitados de decidir sobre su propia vida, hasta las referencias en las propuestas electorales que hablan de los ancianos, abuelitos o las viejitas. Se les promete que “esta vez” estarán mejor, siendo una forma de paternalismo que, en lugar de reconocer su valor, consolida su exclusión.
Ante esta realidad debemos de preguntarnos qué país queremos ser cuando todos seamos parte de esa generación. Porque el envejecimiento no es un fenómeno lejano, es el reflejo de la sociedad que estamos formando. Un sistema de cuidados sostenible, o una reforma previsional duradera, lo cual requiere una mirada que humanice, que comprenda que el bienestar no se mide solo en pesos, sino en vínculos, tiempo compartido y sentido de pertenencia.
Las campañas políticas pasan, los debates se agotan, pero lo que permanece es la necesidad de construir un modo de vivir la vejez que sea coherente con la idea de comunidad. Escuchar a los mayores no es una concesión, sino un acto de justicia y memoria: reconocer en ellos la historia, la experiencia, y también los deseos que todavía los mueven. Es básicamente reconocer que lo que ellos han realizado, nos dan las bases para coconstruir nuestro futuro.
Es necesario reconocer que las personas mayores son activas, más allá de programas sociales de turismo o de alfabetización digital, sino que son capaces de autónomamente promover sus intereses y sus cuidados como parte de la sociedad. Tal vez, cuando logremos devolverles su voz en el debate público, habremos dado un paso más hacia un Chile más consciente de su propio futuro. Un país que entienda que la dignidad no se promete en campaña, sino que se practica todos los días.
Maria Pilar Marin Olguin y
Francisco Ramirez Varela
Trabajadores sociales, Universidad de las Américas