La seria crisis de credibilidad de la Iglesia chilena no es gratuita, ha sido ganada a pulso por los hondos problemas eclesiológicos, estructurales que ella vive. Por los abusadores (Precht, jesuitas, El Bosque, mercedarios, salesianos, maristas, Schöenstatt, franciscanos, etc.); por el silencio cómplice de estos abusos de algunos obispos y otras autoridades eclesiales; por la insistencia en discursos y prácticas de autopreservación que han redundado en un rotundo declive de influencia positiva en la construcción de país.
Reunidos en Asamblea Plenaria, los obispos de Chile, el 13 de abril de 2018, emiten una declaración pública en la que sostienen que “quieren hacerse cargo” de la grave situación que atraviesa la Iglesia a propósito de los múltiples casos de abusos sexuales y de conciencia cometidos por ministros de la misma. De este modo, quieren acoger el llamado de Francisco a colaborar en la reconstrucción de una Iglesia y de una sociedad que ‘sangran’.
Resulta desconcertante, en una Iglesia posconciliar, que el episcopado de Chile haya reaccionado a una crisis que venía siendo cantada desde hace mucho, solo bajo el argumento de autoridad. Así es, como en los mejores tiempos de cristiandad, la Iglesia local ha sido movida solo por las medidas de ‘intervención’ tomadas por la autoridad romana después de su visita. No por el clamor del pueblo fiel de algunas diócesis, parroquias o movimientos… solo por el llamado del Papa.
La seria crisis de credibilidad de la Iglesia chilena no es gratuita, ha sido ganada a pulso por los hondos problemas eclesiológicos, estructurales que ella vive. Por los abusadores (Precht, jesuitas, El Bosque, mercedarios, salesianos, maristas, Schöenstatt, franciscanos, etc.); por el silencio cómplice de estos abusos de algunos obispos y otras autoridades eclesiales; por la insistencia en discursos y prácticas de autopreservación que han redundado en un rotundo declive de influencia positiva en la construcción de país.
[cita tipo=»destaque»]El objetivo no es recuperar la confianza perdida, eso llegará si aún hay tiempo; el objetivo es sanar heridas que sangran, pedir perdón y enmendar, vivir el Evangelio que se predica, generar espacios de participación e inclusión. Francisco se equivocó, el romano pontífice es falible, también se equivocó gravemente el episcopado chileno, algunos órganos de gobierno de religiosos, y también la nunciatura. Sin autoflagelaciones inconducentes, este tiempo nos llama a todos a actuar conforme a conciencia y mirando el bien superior de la dignidad de cada hombre y mujer de esta tierra y de esta Iglesia.[/cita]
Hoy no basta con mirar para adelante, ni menos pretender exculpar a los responsables, ni siquiera a Francisco en el cumplimiento de su rol de proteger la unidad. Hoy es preciso aprender desde la memoria crítica.
Hay muchos heridos en el camino, víctimas violentadas con tantos años de encubrimientos por una institución que detenta la irrestricta misión de mediar comunión (LG 1). El problema eclesial de fondo ha sido el mal ejercicio y el abuso del poder religioso y, hoy, la madurez eclesial y ciudadana están a la altura de la poscristiandad, de un modelo de comunidad eclesial participativa y colegiada, en donde solo nos distinguen los diversos roles y carismas, en donde nadie es superior a otro, ni siquiera el Papa. El ejercicio del poder que el sacerdocio bautismal imprime en cada fiel, atraviesa la eclesiología conciliar del pueblo de Dios que Francisco está, de a poco y no sin errores a veces, esforzándose en promover e instalar.
El episcopado chileno ha tardado años muy largos en ejercer el rol colegiado de gobierno, no era necesario que viniera Francisco, ni sus delegados luego, para poner orden en esta desmantelada casa. ¡Cuántas Asambleas Plenarias han pasado desde las primeras acusaciones de abusos! ¡Cuánta dilación en la toma de decisiones radicales! ¡Cuánto encubrimiento! Y lo que resulta aún más irritante, ¡cuán escasa colaboración de algunos miembros del episcopado que no quisieron prestar declaraciones a los delegados papales!
Pero no nos equivoquemos, no se trata solo de remover a uno o a varios obispos de sus sedes episcopales, o del G9, se trata de corregir malos juicios, de sancionar a todos los responsables del clero secular y regular, obispos y arzobispos, enmendar el daño en lo que hoy es posible, y asumir con responsabilidad la recreación del episcopado y de todas las estructuras institucionales de modo que garanticen la intolerancia definitiva a cualquier tipo de abuso de poder. Está en juego el sentir del pueblo fiel, se juega la defensa de la dignidad de aquellos que nos han sido confiados.
Hoy, la Conferencia Episcopal de Chile, así como los Superiores Generales de Órdenes y Congregaciones Religiosas, deben discernir junto con Francisco la manera de que esta crisis ayude a “reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”. El objetivo no es recuperar la confianza perdida, eso llegará si aún hay tiempo; el objetivo es sanar heridas que sangran, pedir perdón y enmendar, vivir el Evangelio que se predica, generar espacios de participación e inclusión. Francisco se equivocó, el romano pontífice es falible, también se equivocó gravemente el episcopado chileno, algunos órganos de gobierno de religiosos, y también la nunciatura. Sin autoflagelaciones inconducentes, este tiempo nos llama a todos a actuar conforme a conciencia y mirando el bien superior de la dignidad de cada hombre y mujer de esta tierra y de esta Iglesia.