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Los espectros de Marx, Carlos Peña y el CEP Opinión

Los espectros de Marx, Carlos Peña y el CEP

Dentro del amplio espectro de ‘intelectuales orgánicos’ que otorgan sustentabilidad ideológica a la cada vez más agrietada modalidad capitalista neoliberal, Carlos Peña se ubica en un lugar destacado, ya que el rector de la UDP es quien articula más claramente la idea de que la irrupción del malestar social no encuentra su explicación en el fracaso del modelo sino que, por el contrario, la emergencia del malestar encuentra su fundamento en el éxito relativo de la modernización tardocapitalista.


A mediados de esta semana –y tras unos años de ausencia– volvió a aparecer un célebre fantasma por los pasillos del Centro de Estudios Públicos (CEP): su nombre es Karl Marx. En junio de 2013, el director que condujo exitosamente al CEP por más de tres décadas, el literato Arturo Fontaine, se despedía sorpresivamente del think tank, dedicando una conferencia sobre el oriundo de Tréveris denominada: “Marx, preguntas al materialismo histórico”. En los últimos meses de conducción de Harald Beyer (sucesor de Fontaine), Marx volvió a aparecer en el CEP, bajo un interesante abordaje del filósofo Martín Hopenhayn, en una conferencia llamada “El legado de Marx”, otorgada en abril de 2017.

El pasado miércoles el espectro marxista volvió a rondar por el CEP, hoy por hoy, espacio conducido por Leonidas Montes (según dicen, un conocedor de la obra del más clásico de los economistas políticos, Adam Smith). Esta vez, el espectro de Marx llega de la mano (jurídico-filosófica) de Carlos Peña, autor que podría perfectamente ser considerado como el principal “ideólogo de la modernización capitalista”, sobre todo, tras desatarse la incurable herida provocada por la irrupción de los movimientos sociales durante el año 2011.

“Marx después de Marx” fue el título escogido por el rector de la UDP para presentar su propia interpretación del pensador alemán, cometido que llevó a cabo frente a un auditorio que pocas veces se había mostrado tan colmado y, a su vez, tan ávido de certezas frente a un panorama histórico que se presenta plagado de incertidumbre, mientras, en paralelo, los síntomas de la descomposición se intensifican, diversifican y amplifican.

[cita tipo=»destaque»]Dentro del amplio espectro de ‘intelectuales orgánicos’ que otorgan sustentabilidad ideológica a la cada vez más agrietada modalidad capitalista neoliberal, Carlos Peña se ubica en un lugar destacado, ya que el rector de la UDP es quien articula más claramente la idea de que la irrupción del malestar social no encuentra su explicación en el fracaso del modelo (tal como había constatado Alberto Mayol en su ensayo ‘El derrumbe del modelo’, 2012; lectura anticipada además en la década del 90, tanto en el informe del PNUD, ‘Las paradojas de la modernización’, de 1998, como en el formidable ensayo de Tomás Moulian, ‘Chile actual. Anatomía de un mito’, publicado un año antes, en 1997) sino que, por el contrario, la emergencia del malestar encuentra su fundamento en el éxito relativo de la modernización tardocapitalista. Mayores regulaciones para evitar los excesos del mercado y una mejor institucionalidad política para procesar las demandas levantadas por una sociedad eminentemente moderna, son las fórmulas que permitirían superar, o al menos mitigar, las ‘externalidades negativas’ provocadas por el estadio de desarrollo alcanzado mediante el auge modernizador.[/cita]

La convocatoria del pasado miércoles presenta una imagen icónica del modo en que el statu quo otorga sustento ideológico y explicativo a las convulsiones sociales presentadas tanto en el Chile actual como en el mundo contemporáneo, presentando en ambos casos (fundamentalmente en el primero) una visión que legitima el rol progresista y modernizador que tendría la denominada ‘vía chilena al neoliberalismo’; vale anticipar, punto interpretativo que procedemos a criticar desde sus antípodas.

Si se mira con detención, es bastante obvio que el Marx que ha de ser resucitado en los pasillos del CEP, será completamente funcional a la tesis legitimadora de un orden social que –hoy más que nunca– se nos presenta como una “inmensa acumulación de mercancías”. Para concretar la operación, nada mejor que resucitar un Marx que –en lo decisivo– se presenta a ojos de Peña como una obra añeja, sobre todo al momento de referir a los ejes fundamentales en la problematización efectuada por Marx, hablamos de la ‘teoría del valor’, la interpretación de la ‘historia (tiempo)’ y del ‘sujeto histórico’.

La interpretación de Peña sobre estas dimensiones, tal como intentaremos bosquejar, parte de una incomprensión evidente al momento de ser interpretada sobre la base del famoso Prólogo a la Contribución de la crítica de la economía política, publicada por Marx en 1859.

Si usted se anima a hacer el ejercicio de cotejar las conferencias de Fontaine y Peña ya mencionadas, se dará cuenta de que la base de sus interpretaciones sobre Marx se desprenden de un texto que, ambos, consideran una especie de sistematización “cúlmine” de la obra de Marx, siendo que dicho prólogo fue nada más ni nada menos que una especie de “veranito de San Juan” (cuestión tratada latamente por Slavoj Žižek en Viviendo en el final de los tiempos, 2010), momento que será ‘superado’ por Marx, precisamente, a partir de su nueva lectura de la Lógica de Hegel (la que relee entre 1858 y 1860; un dato que maneja Peña, pero que, al parecer, no logra derivar en la conclusión decisiva).

Quedarse con el prólogo de 1859, impide comprender las fundamentales modificaciones que Marx efectúa a la estructura explicativa de El Capital, que se desarrolla a lo largo de la década de 1860 y culmina con la segunda edición alemana publicada en 1872. Leer a Marx desde el Prólogo pareciera ser nada más que la readecuación de un ejercicio clásico ejecutado por el ‘marxismo ortodoxo o monolítico’. Es sabido –y ello se demuestra claramente tanto en las conferencias de Fontaine como de Peña– que seguir este camino lleva inevitablemente a la trampa de codificar gran parte de la interpretación de Marx mediante la “vital contradicción que se da entre la ‘estructura’ (la base material) y la superestructura (la base jurídica que se empina sobre ella)”.

El vetusto, funcional y (a)crítico Marx de Carlos Peña

La lectura de Marx ofrecida por Carlos Peña es una interpretación que destaca en erudición, lo cual no necesariamente es sinónimo de una ‘adecuada interpretación’. Precisamente, es esta última constatación lo que nos motiva a poner la interpretación de Peña en discusión.

Evidentemente, no sería justo emprender una crítica a una particular interpretación de Marx sobre la base de una conferencia, por más erudita y multitudinaria que esta sea. Es un hecho que una sesión de 60 minutos es un instante absolutamente reducido para abordar la obra de Marx con la profundidad que un trabajo como este requiere.

Sin desconsiderar este factor, también estimamos que es viable, no obstante, discutir la interpretación de Carlos Peña, en primer lugar, porque nos enfrentamos a una conferencia que tiene un importante nivel de sistematización al momento de trazar el itinerario biográfico-intelectual de Marx, por cierto, un ejercicio completamente deliberado y en el que ya se muestra lo que, a juicio de Peña, son los principales aspectos teóricos que sustentan la explicación que Marx ofrece sobre ‘el misterio del capital’, ‘misterio’ que sería, además, el ‘secreto’ del movimiento ejecutado por la sociedad moderna.

Consecutivamente, lo fundamental para Carlos Peña se juega en tres ámbitos (seguimos la secuencia propuesta por el autor en la conferencia). Primero: la teoría del valor. Segundo: la temporalidad de la historia. Tercero: el problema del sujeto.

Junto a este contenido del discurso, una crítica preliminar a Carlos Peña también se torna viable si se toma en cuenta la considerable presencia del rector en el debate público actual. De ella, podemos tomar como referencia dos textos en los que dialoga preferentemente con Marx. Por un lado, el ensayo publicado en la edición especial del cuerpo de Artes y Letras de El Mercurio, a propósito del 200 aniversario del nacimiento del autor del 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), denominado “Marx sale a la calle (pero no sabe qué hacer)”. Por el otro lado, el libro publicado el año pasado, Lo que el dinero sí puede comprar (texto que también ha sido criticado latamente por Renato Garín en este mismo medio, en la columna titulada “Lo que el dinero ya no puede comprar: para refutar a Carlos Peña”).

Carlos Peña construye su presentación a partir de una singular interpretación de la teoría del valor, desde la cual establece las conclusiones acerca del sujeto y la temporalidad. A poco andar la conferencia, es posible observar rápidamente una ausencia notable del debate reciente acerca del valor en la Teoría Crítica contemporánea. No es nuestra intención aquí hacer el ejercicio, sin embargo, resulta relevante, antes de entrar en la obra de un pensador clásico como lo es Marx, trazar una separación respecto de lo que fue –y en algunos casos sigue siendo– el ‘marxismo tradicional o ideológico’, cuestión, al parecer, no advertida por el autor de Lo que el dinero sí puede comprar.

Tal separación, en términos conceptuales, no es nada nuevo si revisamos las interpretaciones elaboradas a partir de los materiales de la MEGA² (hablamos de la principal recopilación de las obras completas de Marx, la Marx-Engels-Gesamtausgabe 2, donde destacan Michael Heinrich, Marcello Musto y Roberto Fineschi, entre sus intelectuales más prominentes) y las diversas corrientes críticas del marxismo ortodoxo basadas en el análisis de Marx desde los Grundrisse y El Capital. Por supuesto, muchas de ellas varían entre sí, por ejemplo, respecto a la identificación entre capitalismo y modernidad, Jürgen Habermas, Rafael Echeverría, Immanuel Wallerstein, Boaventura de Sousa Santos, Antonio Negri y Enrique Dussel, entre otros, destacan por ubicarse en esta notable discusión que traza un horizonte problemático en la búsqueda de aquella exterioridad respecto de la totalidad de la modernidad, como insiste el propio Dussel en sus 16 tesis de economía política (2014).

No obstante, en Marx la crítica del capitalismo es inseparable de la crítica de la naturaleza misma de la modernidad, supuesto ontológico de la lógica del capital que encuentra su origen en la Europa del siglo XVI y que luego se expande como un sistema global hacia el resto del mundo. La riqueza de la nueva interpretación de Marx, obviada por Peña, se basa en la relectura de las “formas sociales” fundamentales que estructuran la modernidad, a saber, las categorías básicas de la crítica de la economía política: valor, mercancía, trabajo abstracto y capital.

Según nuestra lectura, Peña critica las interpretaciones marxistas clásicas de la obra de Marx centradas en la propiedad privada de los medios de producción, el dominio de clase, y el mercado. No obstante, las nuevas lecturas de Marx (desde las más académicas hasta las más políticas) sustituyen los registros clásicos para caracterizar la sociedad moderna desde Marx a partir de una conceptualización del capitalismo en términos de una interdependencia social (Moishe Postone, Tiempo, trabajo y dominación social, 1993), donde las categorías de la crítica de la economía política –siguiendo al propio Marx– son “formas de ser”, “determinaciones de existencia” históricas y específicas de la dominación capitalista.

Esta lectura supone que el trabajo vivo es la única fuente de valor, el cual es creado por la dimensión abstracta del trabajo (“trabajo abstracto”), que es puro gasto de tiempo de trabajo, independientemente de la manera en que se ha gastado, haciendo abstracción de sus formas concretas (Anselm Jappe, Las aventuras de la mercancía, 2003). De esta manera, el valor es la forma dominante de la riqueza en el capitalismo ligado al papel del trabajo como mediación social, en tanto que sus productos, mercancía y capital, son productos del trabajo concreto pero, a la vez, son formas objetivas de mediación social (Moishe Postone, Marx reloaded. Repensar la teoría crítica del capitalismo, 2007). La mediación social a través del trabajo abstracto es idéntica a la mediación de las mercancías, lo cual quedaría expresado en la obligatoriedad de la venta de la fuerza de trabajo para sobrevivir (Norbert Trenkle, La crisis del trabajo abstracto, 2007).

La modernización es un modo de vida social donde la dominación social de las personas transcurre por medio del tiempo. El tiempo, de esta manera, no es una determinación de la historia como profecía, es decir, una suerte de escatología donde la historia encuentra una dirección casi ineluctable hacia modos progresivos de evolución social, como Peña deja entrever en su interpretación histórico-temporal de la obra de Marx, más bien se trataría –en un sentido negativo– de un tiempo abstracto, de una “norma temporal general” (Postone, 2007), que es uniforme e independiente de los acontecimientos históricos, del tiempo cronológico, puesto que es la dimensión abstracta la única magnitud que puede medir el trabajo abstracto.

En definitiva, Carlos Peña está discutiendo con las tesis que organizan el sistema categorial del marxismo clásico, hoy profundamente desplazado por los críticos contemporáneos del sistema mundial. Otro ejemplo de tal situación aparece bien expresado cuando Peña interpreta como otro punto débil en la teoría –del valor– de Marx al proletariado como sujeto de la historia.

Esta lectura recurrente se corresponde con el error interpretativo que Carlos Peña hace de la teoría del valor en Marx, sustancializando el valor en la clase obrera (de manera calcada a como lo hacen Sombart y Schmidt). La exclusiva concentración en la categoría plusvalor, como aquella medida del valor impaga a los trabajadores por parte del marxismo tradicional, puso el acento en la distribución cuantitativa desigual (Robert Kurz, El colapso de la modernización, 1991). El marxismo clásico consideró esta injusticia distributiva como base de la lucha de clases y del eventual levantamiento obrero que haría carne la filosofía práctica, argumento también expuesto por Peña en la conferencia.

Sin embargo, esta categoría, central en la obra de Marx, más bien muestra la centralidad de la clase del trabajo en el capitalismo antes que la encarnación de la negación del mismo. La dictadura de la forma social no tiene sujeto o, dicho de otra manera, el sujeto de la modernidad es el capital, o “el valor que se autovaloriza” al convertirse en sujeto automático del proceso social.

El marxismo de Peña desplegado en la tesis de la modernización capitalista

Dentro del amplio espectro de ‘intelectuales orgánicos’ que otorgan sustentabilidad ideológica a la cada vez más agrietada modalidad capitalista neoliberal, Carlos Peña se ubica en un lugar destacado, ya que el rector de la UDP es quien articula más claramente la idea de que la irrupción del malestar social no encuentra su explicación en el fracaso del modelo (tal como había constatado Alberto Mayol en su ensayo El derrumbe del modelo, 2012; lectura anticipada además en la década del 90, tanto en el informe del PNUD, Las paradojas de la modernización, de 1998, como en el formidable ensayo de Tomás Moulian, Chile actual. Anatomía de un mito, publicado un año antes, en 1997) sino que, por el contrario, la emergencia del malestar encuentra su fundamento en el éxito relativo de la modernización tardocapitalista. Mayores regulaciones para evitar los excesos del mercado y una mejor institucionalidad política para procesar las demandas levantadas por una sociedad eminentemente moderna, son las fórmulas que permitirían superar, o al menos mitigar, las ‘externalidades negativas’ provocadas por el estadio de desarrollo alcanzado mediante el auge modernizador.

No obstante, dicho diagnóstico encuentra su límite interno cuando evaluamos el neoliberalismo como un nuevo patrón de acumulación y, a la vez, como una nueva manera de fabricar subjetividad.

En primer lugar, nos referimos a las consecuencias de las transformaciones globales que ha significado la imposición neoliberal para el propio capitalismo, al convertir el planeta en un espacio global de valorización y, con ello, colmar los espacios del capital. Tal situación abre un escenario aún más complejo cuando se cruza con la competencia eufórica de los grandes capitales por reducir los costos de producción a punta de la incorporación de las nuevas tecnologías, que reducen el trabajo vivo y, con ello, aumentan el nuevo éxodo social del desempleo.

En segundo lugar, las nuevas fábricas de producción de subjetividad neoliberales que intentan, por primera vez, colmar la constitución del sujeto buscando su identificación con la mercancía a través de la práctica del consumo como un presente inagotable, apuntando, cual francotirador, a la memoria histórica por medio de un presentismo absoluto que sacrifica la construcción, tanto de las identidades colectivas (pasado) como de la construcción de horizontes por venir (futuro). De todo ello, resulta la conformación de una sociedad desintegrada y exclusivamente articulada como vendedores y compradores de mercancías.

Lo paradójico de todo el relato elaborado por Carlos Peña se refleja muy bien en una entrevista otorgada a horas de la segunda vuelta presidencial, momento en que invita a la izquierda a olvidar aquellos pueriles sueños de vanguardia revolucionaria, para dedicarse a dirigir el proceso de modernización neoliberal y, con ello, abandonar la crítica del capitalismo y la modernidad elaborada por Marx.

Así, Peña cae inevitablemente en el momento fukuyamista, aquel intento de encontrar en la economía de mercado y en la democracia representativa el ideal moderno de sociedad burguesa, lectura que evidentemente colinda con la imposibilidad de un alternativa al capitalismo, de una “salida interna y externa” de la modernidad mediante el movimiento de la negatividad. De esta manera, para Peña la política consistiría en un espacio de consenso respecto de la modernización y disenso respecto de la dirección de la misma.

Seguir este camino, a nuestro juicio, es ya emprender la senda de la catástrofe.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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