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Ciberpolítica y realidad social Opinión

Ciberpolítica y realidad social

José Miguel Zapata
Por : José Miguel Zapata Analista político y MPA de la Universidad de Harvard.
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Aunque las redes sociales y otras tecnologías basadas en internet han sido incorporadas de manera relativamente rápida en el quehacer de los partidos políticos y de sus representantes, todavía no se ha hecho una reflexión profunda sobre el impacto que ellas están teniendo en la reconfiguración de las prácticas políticas, las identidades y el espacio público.

La velocidad con la que avanza el desarrollo digital no se condice con la velocidad con la que evoluciona la teoría política vigente, que considera que una sociedad civil fuerte es la base para una democracia saludable, y para la cual la sociedad virtual es todavía algo ajeno e impropio. Los científicos políticos no han respondido unívocamente la pregunta de si Internet fomenta o erosiona el involucramiento político, es decir, si es una fuente de integración o una nueva forma de aislamiento y alienación. ¿Es la política virtual una negación de la política o sólo una nueva forma de expresar las inquietudes políticas? Varias interrogantes emergen, sólo al plantear el tema.

El hecho que más del 80% de la población considere que Internet juega un rol vital en sus vidas, hace reflexionar sobre si se ha ido conformando una sociedad virtual cuyas prácticas, formas y medios difieren de lo que la teoría entiende como sociedad civil en tanto un conjunto de organizaciones e instituciones que median entre las personas y el Estado. Hablar de una sociedad virtual, es mucho más que decir que la gente use WhatsApp, o Facebook para su vida personal y/o laboral. Ello significa la constatación de que para un grupo de ciudadanos esos medios son los principales tanto para informarse como para expresarse políticamente. Y esta sociedad virtual crece en la medida que los niños y jóvenes que nacieron con estas tecnologías comienzan progresivamente a ser más numerosos y relevantes dentro de la sociedad.

Varios estudios controlados han logrados demostrar la existencia de una sociedad virtual de esa naturaleza y con pocos vasos comunicantes recurrentes con la sociedad civil tradicional. En otras palabras, para muchos la vida online no es necesariamente una continuidad o un complemento de la vida offline, como uno pudiera fácilmente pensar.
No obstante, ello no significa que los que participan de esta sociedad virtual vivan siempre fuera de la sociedad tradicional y sus instituciones, sino más bien que su involucramiento es fundamentalmente episódico e imprevisible, dotando de esa misma impredecibilidad el escenario político y social. En otras palabras, sus impactos, aunque impredecibles, son profundamente reales cuando ocurren. De hecho, la existencia de esta sociedad virtual ha sido responsabilizada del proceso progresivo de polarización ideológica en Estados Unidos, que generó las condiciones para el triunfo de Trump a contrapelo del establishment de los partidos y, por otro lado, también a la sociedad virtual se le ha atribuido un rol relevante en la llamada Primavera Árabe en países como Túnez y Egipto. Ambos escenarios altamente disruptores del estatus quo eran imprevisibles, tan solo unos meses antes de que ocurrieran.

Puede ser que los medios virtuales estén permitiendo un potencial de hyperdemocracia donde las masas pueden actuar tanto dentro como fuera de los canales institucionales preexistentes, imponiendo sus aspiraciones, pero el momento y forma de dicha actuación sea muy difícil de predecir.

Esta constatación lleva aparejada nuevas preocupaciones para la democracia en la medida que esta sociedad virtual sea crecientemente nutrida por registros automáticos generados por inteligencia artificial de cuyo origen y veracidad nadie esté siquiera consciente. Ello puede llevar a que el empoderamiento del que se supone podría estar dotada la sociedad virtual se construya sobre la base de una pseudo-realidad (fake news o posverdad, como se les llama). En el año 2017, la Revista Scientific American publicó un número en torno a la siguiente pregunta; ¿Sobrevirará la democracia ante el big data y la inteligencia Artificial?, analizando si la transformación tecnológica alterará la forma en que las sociedades son organizadas.

Por otro lado, la falta de congruencia entre los hechos políticos y su inmediato acceso a través de las tecnologías complota contra la función de mediación y representación de las instituciones políticas. Esa falla en el control de la temporalidad se traduce en la imposibilidad de que la representación sea una fuente de estabilidad en la experiencia política, y de paso, a una mayor fragmentación del espacio público. El poder de construcción de realidad de las nuevas tecnologías significa que ellos median y empaquetan los hechos de una forma que los partidos y otras instituciones no son capaces de hacerlo. La desintegración potencial de las redes sociales causadas por las redes virtuales basadas en una lógica de velocidad, inmediatez y automatismos atenta gravemente contra las funciones de representación dentro de la sociedad.

Esto está haciendo que el espacio político entre en un dominio de hipercomplejidad, cada vez con menos trazas de la política tradicional, donde la linealidad y la predictibilidad están siendo reemplazadas por la inestabilidad y la impredecibilidad.

El esfuerzo por establecer las nuevas fronteras de la política dentro de un entorno altamente digitalizado, virtualizado e inmediatizado es lo que justifica un nuevo campo de estudio: la ciberpolítica. Más ampliamente dicho, la virtualización de la vida lleva una redefinición de lo que es el espacio público y a la necesidad de una nueva hermenéutica para su interpretación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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