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La lengua del Rechazo Opinión

La lengua del Rechazo


El filólogo alemán Victor Klemperer (1881-1960) publicó en 1947 su extraordinario libro LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, a partir de sus notas redactadas desde 1933 sobre los usos y abusos idiomáticos del Tercer Reich. La propuesta del filólogo –áspera, radical e inquietante– analiza cómo la propaganda del nacionalsocialismo modificó el idioma alemán día a día, utilizando los muros, los libros, las universidades, las escuelas y la radio.

Los usos de las palabras “pueblo”, “violencia”, “héroe”, “heroico”, “judío”, “trabajo”, más todas las siglas que representaban a una organización nazi (SA, SS, HJ, entre otras), ingresaban en los poros y en el lenguaje cotidiano, modificando lentamente las realidades, conceptos y percepciones con los que la sociedad hacía sentido del mundo.

Qué duda cabe, vivimos lejos de ese panorama. Estamos en otro contexto histórico, pero el libro de Klemperer nos deja una importante lección: “Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico”.

Desde el 18 de octubre de 2019 estamos ante palabras que han entrado a nuestra cotidianeidad por redes sociales, medios de comunicación y discursos políticos. Para los apuntes de los futuros filólogos quedará el “estamos en guerra” de Sebastián Piñera, así como también las palabras “estallido”, “violencia”, “primera línea”, “capuchas”, “negro matapacos”, “Plaza de la Dignidad”, “Chile despertó”, entre otras, que se han integrado a nuestra lengua cotidiana y usos sociales.

En el marco del plebiscito del 26 de abril próximo, también ingresarán otras palabras a nuestro vocabulario: “proceso constituyente”, “convención constituyente”, “convención mixta”, “yo apruebo”, “yo rechazo”. Un alfabeto político necesario y democrático.

Dentro de ese marco es justo que alguien quiera votar Rechazo o bien Apruebo, buscando dialogar y entender otras opciones, sensibilidades y argumentado su opción política y, por cierto, no creyendo que las opiniones propias son verdades reveladas, mientras que las del otro fanatismo, ideología e ignorancia.

Sin embargo, en el campo político articulado en torno a la opción Rechazo, las lenguas más vociferantes no apelan a una verdadera deliberación política, ni menos a una comprensión compleja del proceso de cambios estructurales en curso. Por el contrario, buena parte de su repertorio político se ha basado en mañosas ficciones que recuerdan esfuerzos concertados de «campañas del terror» de otras épocas.

La ficción del “rechazar para reformar”, representada por figuras de la derecha conservadora como el diputado Schalper o el senador Allamand, es quizás el ejemplo más patente de este fenómeno. Una columna se quedaría corta si intentara enlistar todas las obstrucciones de la derecha desde 1990 para modificar las leyes y los enclaves autoritarios de la Constitución. Además, el ímpetu reformista de última hora de buena parte de la derecha resulta confuso: ¿ahora quieren reformar?, ¿qué es lo que quieren reformar?, ¿cuál es su diagnóstico de la crisis chilena?

Por dentro y fuera de los partidos de derecha, la lengua del Rechazo apunta a generar artificialmente miedo e incertidumbre en torno al proceso constituyente. Desde la “hoja en blanco” (que interpretan como imposibilidad de lograr grandes acuerdos), la complejidad y duración de la redacción del texto, el “salto al vacío”, hasta la temida “Chilezuela”, aparecen continuamente para advertirnos del caos y de la pasión revolucionaria que se despertarían si gana la opción Apruebo.

Este tipo de lengua del Rechazo y sus principales voceros (Gonzalo de la Carrera, Camila Flores, Sergio Melnick, J.A. Kast, entre otros.) se niegan a aprender de la historia. Les duele leer hacia atrás. En su esfuerzo por bloquear todo cambio, participan del mismo espíritu inmovilista de la derecha política durante la transición, la que en último término llevó las cosas hasta el estallido social inorgánico de nuestros días.

Aquellas lenguas malintencionadas gotean arsénico en la deliberación pública, llevando, entre otras cosas, a la falta de racionalidad política de una derecha arrinconada por sus temores y sus delirios conspiracionistas. Entre los ciudadanos más fanatizados por el miedo, el asunto ha llevado a situaciones algo patéticas como la compra de un AK-47, lo que esperamos no sea el preludio de una práctica más recurrente.

Este tipo de lengua del Rechazo debería razonar sobre sus posturas políticas y afirmar abiertamente que no quieren modificar su mundo, ese mundo consagrado por la Constitución de 1980 y sus pilares de exclusión (educación, pensión, salud), en vez de producir ficciones como las propuestas por Schalper o Allamand, o estimular campañas del terror que, sabemos, poseen un efecto perverso en las elecciones políticas.

Es preferible que aparezcan en los medios de comunicación un exministro (Valente) o un asesor del segundo piso de La Moneda (Larroulet) hablando de las (para ellos) bondades del sistema económico, pues ahí está su creencia, su verdad, su mundo que no quieren modificar, a escuchar ficciones y vulgares campañas del terror. Sería mejor que esa lengua del Rechazo se convirtiera en una gramática política racional y no llena de lugares comunes que escudan el secular miedo de la oligarquía hacia la igualdad. Es hora de que la lengua del Rechazo deje de lado las dosis de arsénico, pues de otro modo los efectos tóxicos de sus palabras continuarán corroyendo nuestra convivencia común.

Una vez derrotada su opción en el plebiscito de abril, deberán sumarse al proceso de deliberación racional que nos permita la refundación de nuestro pacto social, y entender que, en aras de la armonía y la verdadera paz social, hay que poner coto a la voracidad del capital. El camino de la negación, el engaño y la ficción no lleva a otro lugar que no sea el de los escenarios de violencia desatada que dicen querer evitar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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