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Una historia, una pregunta y una moraleja Opinión

Una historia, una pregunta y una moraleja

Jorge Pinto Rodríguez
Por : Jorge Pinto Rodríguez Premio nacional de Historia año 2012 y actual director del Instituto de estudios avanzados para el diálogo de saberes Ta Iñ Pewam de la Universidad Católica de Temuco.
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En cierto país se había generalizado la violencia, la protesta social, las huelgas y una grave descomposición política y moral que puso en peligro a la Nación. Para agravar aún más las cosas, años antes, un terremoto asoló parte importante de su territorio y una pandemia causó entre 50 y 100 millones de muertes en el mundo. Solo en el país fallecieron unas 50 mil personas.

El pésimo desempeño de la clase política le causó enorme desprestigio. Se habló de una clase sin valores y sin moral. Uno de sus miembros se preguntaba ¿qué habremos hecho mal para arrastrar al país a esta situación? A su vez, un trabajador se preguntaba ¿habré tenido alguna vez la calidad de vida de la cual gozaban unos pocos?

Los estudiantes se unieron a los trabajadores, salieron a las calles y fueron víctimas de la represión. Algunos perdieron la vida, otros quedaron con secuelas por el resto de sus días. El pueblo ancestral más importante del país también levantó su voz para revelar los abusos e injusticia que se cometían en su territorio. Numerosos escritores denunciaron lo que estaba ocurriendo no solo con ese pueblo, sino con el resto de la población, dando cuenta de una situación que no se previó en años anteriores, cuando ese país era un ejemplo entre sus vecinos. Estas turbulencias afectaron también a la economía. En medio de esta situación, un político que se encumbró al poder ofreció “tiempos mejores” que concluyeron en tiempos peores y su más absoluto desprestigio. Con dificultades logró mantenerse al mando del país.

Se pensó entonces en una nueva Constitución, una especie de nuevo pacto social redactado por una Asamblea Constituyente elegida por los ciudadanos. La propuesta de la Asamblea Constituyente no prosperó, aunque se redactó la nueva Carta Fundamental, elaborada por un grupo más pequeño formado por representantes de los mismos grupos que habían arrastrado al país a la crisis.

Si hasta este punto el lector presume que me refiero a Chile, tiene razón; pero, si cree que se trata del Chile del 2021, se equivoca. Simplemente comento lo ocurrido en la década de 1920, hace un siglo.

La violencia se había iniciado antes y se extendió hasta 1925. Primero en Valparaíso, luego en Santiago, Punta Arenas, Antofagasta, en el fatídico 21 de diciembre de 1907 en Iquique, en Loncoche, en la Coruña y San Gregorio. Cientos de trabajadores perdieron la vida. El obrero que levantó su voz fue Luis Emilio Recabarren. En 1906 se produjo el terremoto de Valparaíso, que causó enorme daño a la región central. Una epidemia tan grave como el COVID se desató en 1918, la llamada “fiebre española”, que se extendió por todo el mundo y también a Chile. El Presidente que prometió tiempos mejores fue don Arturo Alessandri Palma, y la nueva Constitución, la de 1925. Entre los que denunciaron lo que pasaba en el país no puedo dejar de mencionar a Gabriela, poetisa de todos los tiempos, a novelistas como Augusto D’Halmar, y a ensayistas como Vicente Huidobro, que dejaron testimonios invaluables.

Y aquí surge una pregunta, ¿tiene sentido cambiar la enseñanza de la Historia por formación ciudadana? La primera pretende hacer reflexionar a los estudiantes para evitar repetir los errores del pasado; la formación ciudadana, en cambio, pretende que se sometan a las reglas que imponen quienes la diseñaron. La moraleja la recojo de un poeta y filósofo: “Todo pueblo que no conoce su Historia está condenado a repetirla”.

 

  • Jorge Pinto Rodríguez, Instituto Ta Iñ Pewam, Universidad Católica de Temuco

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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