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La política entre expertos y profanos Opinión

La política entre expertos y profanos

Eduardo Salinas
Por : Eduardo Salinas Abogado. Licenciado en Derecho UC
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El problema no son los expertos, sino -parafraseando a la filósofa española María Zambrano- nuestro «nexo con la realidad».

En efecto, si dicho nexo es sano, límpido, podemos darnos cuenta, sin necesidad de expertos, de la rica complejidad de la realidad y cómo necesitamos ayuda de otros en múltiples cosas.
Si, en cambio, ese nexo está «atrofiado», no nos convencerán ni 1000 expertos de la verdad de un aserto (o escucharé únicamente a aquellos que dicen lo que yo quiero que digan).
Este es el problema subyacente a la discusión.
Nadie duda que pueda haber expertos. Nadie duda de su utilidad.
El problema es la deslealtad intelectual, la cerrazón ante la realidad, la ceguera deliberada. La perseverancia es una virtud, pero la tozudez, defecto.
No queremos ahondar en esta oportunidad en qué se puede entender por experto en una disciplina dada. Queremos ahondar en lo que subraya María Zambrano y en la actitud ante la realidad necesaria para aprender de ella; actitud de apertura, que no puede darse por descontada en persona alguna: ni en el «profano», ni en el «iniciado».
Queremos mirar abiertamente dónde podemos encontrar actitudes honestas frente a la realidad y actitudes de impermeabilidad ante ella.
Como fragmentos algo inconexos, comparto algunas reflexiones sobre el tópico, pues aún en algunos discursos podemos captar «factores constitutivos de nuestra personalidad» (Giussani) y, si bien puede que las decisiones macropolíticas pueden resultar erróneas, el profundizar la autoconciencia siempre será ganancia.
1) No es verdad que no hubiese habido expertos en la Convención Constitucional, pero supongamos que eran incumbentes. También hubo muchos expertos que, bajo la etiqueta de #ElConstitucionalista , respaldaron, técnicamente, muchas de las decisiones que se adoptaron en el seno de la Convención (con independencia, incluso, de si estaban -o no- de acuerdo con ellas).
Hace poco se entrevistó en su medio a un connotado profesor de derecho constitucional que, mientras se mostró proclive a algunas posturas, lo citaban siempre como experto y, una vez que, por evolución humana, trayectoria intelectual y lealtad con lo que iba viendo como correcto, se puso en una postura diversa a la que, tradicionalmente, había manifestado, pareciera que se esfumó.
¿Dejó acaso de ser experto de un día para otro?¿perdió su título?¿le invalidaron su doctorado? No. es que ya no piensa como ellos.
Sí, todos tenemos derecho a cambiar de opinión; nadie está obligado a seguir contratando a los mismos que -hasta ahora- han esgrimido las banderas propias, pero seamos honestos: no es que lo contratara por ser experto, sino porque coincidía con mis ideas.
Sigamos profundizando en el argumento: no hay nada de malo en escoger gente para que defienda mis ideas, pero convengamos que ese es un abogado, un lobbysta o un político afín a mis ideas, pero no un experto (o, al menos, no fue contratado como tal experto, sino en tanto defiende mis ideas).
2) La técnica nos dice que «2 + 2 = 4». Es una postura política aceptarlo,y también lo es el rebelarse ante la evidencia. Ambas son posturas igualmente políticas, pero una es más razonable que la otra.
La política puede (y, en cierto modo, debe) aceptar lo que se le muestra como verdadero, pero para que esta actitud sea justa y adecuada debe ser tomada en primera persona; no puede ser impuesta por otros.
En la discusión actual, lamentablemente, esta sumisión se quiere imponer desde afuera y no parece auténtica. Más parece una estrategia para evadir la responsabilidad política de defender cosas aparentemente impopulares (que sean otros los que aparezcan diciendo lo que yo pienso); una táctica para «clavar la Rueda de la Fortuna»; un ardid para evitar esa incómoda necesidad del diálogo, de tener que ir hacia el otro e intentar persuadirlo y aceptar que él quiera otra cosa, y significa reconocer -a plena luz del día- que lo que yo quiero en realidad es simplemente imponer mi punto de vista (y, claro, ¿quién quiere aparecer así frente a todos?).
3) Vamos más al fondo: ¿es verdad que la técnica dice una única cosa?¿Es, acaso, verdad que todos los expertos están de acuerdo en todo?
Un viejo refrán dice: «dos abogados, tres opiniones». Nada me impide concluir que experiencias similares encontramos entre diversos economistas, diversos historiadores, diversos sociólogos, etc.
Siendo así, ¿qué se espera de los expertos?
La verdad es que si estamos frente a verdaderos expertos, estos debieran ser deferentes (que es distinto a dóciles o genuflexos) con quienes sean electos como consejeros constitucionales.
El que ha tomado en serio su «experiencia» (de ahí viene la calidad de «experto») debe tener la lealtad de reconocer que hay diversas formas para conseguir un mismo objetivo. El «experto» sabe que hay más cosas en el cielo que en su imaginación, como nos enseña Hamlet.
La auctoritas (el experto) se nos da para ayudarnos a mirar la realidad, no para sustituirnos; te ayuda a juzgar, no juzga por ti. Quien traspasa esa línea, con independencia de las intenciones que tenga, te aliena.
4) Finalizo esta lluvia de ideas con una reflexión más en línea con mis personales intereses intelectuales. Supongamos, por un instante, que esta insólita rendición de «la voluptuosa política» a «la reflexiva técnica» es real, es honesta.
¿Por qué, entonces, si la mayoría de los expertos señalan que las organizaciones más eficaces tienen organizaciones horizontales, seguimos defendiendo una estructura presidencial, sumamente vertical y jerárquica?¿Por qué, si aceptamos tantos postulados económicos, nos entra pavor cuando se insinúa que el Ejecutivo y el Legislativo responden a incentivos, sea perversos o virtuosos?¿Por qué, siendo tan «racionales» y celosos de la separación Iglesia-Estado, no osamos siquiera discutir los dogmas y mitos en que descansa la figura presidencial?
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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