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Eros de primavera: un banquete de amor con mujeres antiguas Opinión

Eros de primavera: un banquete de amor con mujeres antiguas

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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La Musa del Desierto es una lectora voraz, amante de la música y culta. También muy innovadora para gestar solidaridad y cultura. Escribe columnas sin fatiga. Por tanto, inspira por lo que es, lo que hace y lo que escribe. Me protestó que yo escribiera sobre el Amor sin referirme a la opinión de las mujeres. ¡Cierto, tienes razón! –le dije–. Pero en la Antigüedad no es tan fácil encontrar escritos de mujeres sobre el amor. Apenas las dejaban cuidar la casa, la prole y el ganado. Sus maridos las remataban al mejor postor y las canjeaban por objetos. En algunos pueblos griegos y romanos no podían sentarse a la mesa ni hablar sin permiso del señor. Sus esposos tenían derecho a repudiarlas y echarlas a la calle casi sin invocar motivo. Ya en el colmo de los colmos, en pueblos celtas y galos fueron consideradas bestias de carga. Es desagradable y penoso recordarlo, pero es la historia. 

Como humanidad hemos perdido mucha dignidad y talento femenino por siglos y siglos. Pero parafraseando a don Quijote, si algunos perros ladran, es que las mujeres avanzan o cabalgan. Sin embargo, lo importante no es solo avanzar sino hacerlo en la dirección correcta y de manera adecuada, de lo contrario, se puede caminar en vano o al precipicio. 

Pero volvamos a la Antigüedad, cuando muy pocas mujeres por su enorme inteligencia, carácter y astucia, o por circunstancias de entorno excepcionales, lograron sobresalir, se “montaron en el macho” y su estela llegó hasta hoy.  

Para excusar mi omisión reclamada por la Musa del Desierto, invitaré a un banquete a cuatro mujeres extraordinarias de la Antigüedad que hablaron del Amor o lo vivieron de una manera especial. Llamaré a Enheduanna para que venga desde la Mesopotamia de hace 4.300 años. Es una mujer polifacética, sacerdotisa del Amor, primera poeta de la historia y astrónoma. También invitaré a Safo, poetisa de hace 2.600 años, culta, poderosa y devota de Afrodita. Safo era bisexual y presuntamente hacía iniciaciones lésbicas a sus discípulas en su escuela para mujeres en Lesbos. Pediré que venga la gran Diotima, porque fue la sacerdotisa que enseñó a Sócrates sobre el Amor y habló por boca de aquel en El Banquete de Platón, hace 2.400 años. Y no podrá faltar Aspasia, mujer destacadísima de Grecia antigua, amante y luego esposa de Pericles, maestra de filósofos y políticos en Atenas, oradora eximia. Decían las malas lenguas que Aspasia tenía una escuela para hetairas, las damas de compañía más finas en Grecia antigua, cultas, inteligentes, refinadas. Parecido a lo que fue una Geisha en Japón. Eso a su vez les permitía tener mucha libertad y acceso al poder que no tenían las mujeres casadas. Pero algunos dicen que lo de Aspasia como hetaria o regenta era un chisme de los comediantes, historiadores y biógrafos de esos tiempos, para perjudicar a Pericles, que se casó con esta extranjera contrariando una ley que él mismo dictó. También porque toda mujer y hombre que sobresale o que camina por fuera de las reglas culturales o costumbres establecidas es sujeto de maledicencias. Es probable que quisieran maltratar la reputación de Aspasia, al ser una mujer muy destacada en tiempos de fiero patriarcado.  

Las invitadas llegaron al banquete con vestidos lujosos de su tiempo y sombreros extraños. Caminaron por el sendero enconchado, húmedo y boscoso de mi jardín, rozando con sus manos los enormes helechos, las nalcas y otras plantas que les parecían exóticas. Las lavandas, jazmines y romeros se encargaron de perfumarnos sin fatigar. Tomamos vino fresco con frutas y un toque de miel. 

Iniciado el banquete y por ser la más antigua, se puso de pie Enheduanna. Ella hacía cánticos y poemas a Inanna, la diosa sumeria del Amor, la guerra y la fertilidad, llamada Ishtar en lengua acadia. Nos recitó una poesía sorprendente en lengua sumeria, que tradujo una experta en lenguas muertas. Son fragmentos que conocemos hasta hoy. 

“Las mujeres de la ciudad ya no hablan de amor/ con sus maridos./ Por las noches ellos no hacen el amor./ Ya no están desnudas delante de ellos,/ revelando íntimos tesoros.// Gran hija de Suen,/ impetuosa vaca salvaje, suprema señora comandante de An,/ ¿quién se atreve a no venerarte?”.

¡Pero cómo!  –dije–, ¿hace 4.300 años la ausencia del deseo erótico, de la sensualidad y de la intimidad  sexual en  matrimonios y parejas mayores ya era un tema? Sí –contestó la suma sacerdotisa del Amor bajando su cabeza–. Yo estaba muy preocupada –añadió.

–¡Y durante cuatro milenios y medio hemos seguido hablando de lo mismo! –dije–. ¡Si esto se hubiere sabido antes, Vanidades, Vanity Fair y Cosmopolitan habrían quedado sin tema y en la quiebra! Solo las habrían salvado Harry y Megan y las últimas novedades de estiramientos por todo el cuerpo. 

Los expertos hoy culpan de la falta del deseo sexual al estrés, los medicamentos, el sobrepeso y la depresión. ¿Pero tú crees que en Mesopotamia hace 4.300 años existía todo eso? ¡Por supuesto que no! Tampoco había TV, teleseries, libros, pastillas para dormir ni partidos de fútbol que complotaran contra el eros. El síntoma era el mismo que ahora, pero las causas que hoy señalan los expertos no existían en aquel tiempo. ¡Qué extraño! ¿Habrá causas permanentes, antropológicas o biológicas? Quizás sea algo tan natural como las hormonas que influyen en la libido y cómo evolucionan durante el ciclo vital de los hombres y mujeres de todos los tiempos. Es una causa humana y biológica. Y ello debió tener un sentido. Tampoco nos fabricaron para vivir tantos años como ahora. Me inclino a pensar que la biología y la naturaleza humana tienden a imponer su ley, más que otros factores.

Tal vez no podemos pedirle peras al olmo. Salvo que al olmo le colguemos peras. ¿No será más sabio entender que el olmo también es un árbol grandioso, siempre verde, que da una magnífica sombra, tiene una raíz muy firme y es un pivote? En nuestro sur, su flor da néctar a las abejas para la miel más exquisita, su madera es de una veta preciosa. O sea, el olmo da tanto o más Amor que la pera, pero de forma distinta. Procrea y se hace inmortal tanto como el peral. Ahora bien, una pera jugosa para cualquier matrimonio o pareja mayor siempre es muy buena, nunca está de más.

Pero Enheduanna no solo nos recitó aquello. También, pese al enorme poder que ella tenía, parece haber sido víctima de acoso sexual hace 4.300 años, según la interpretación que se dio en una exposición el año pasado en Nueva York. Una degradación y sufrimiento de las mujeres que se sigue repitiendo después de cuatro milenios. Enheduanna reclamó enfurecida que un tal Lugalanne convirtió el templo «en una casa de mala reputación, forzando su entrada dentro como si fuera un igual»… «¡Se ha atrevido a acercarse a mí en su lujuria!».   

En la próxima columna te seguiré contando lo que nos dijeron en nuestro banquete las grandiosas Safo, Aspasia y Diotima. Tan sorprendentes como Enheduanna.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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