Dada la magnitud que ha alcanzado este flagelo –en 2018, por ejemplo, los terroristas de extrema derecha causaron en EE.UU. el triple de muertos que el terrorismo yihadista–, el secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió en el 2021 que “el peligro de estos movimientos avivados por el odio crece día tras día. Hay que llamarlos por su nombre: los movimientos supremacistas blancos y los movimientos neonazis son algo más que una amenaza terrorista nacional. Se están convirtiendo en una amenaza transnacional… Un frenesí de odio invade a grupos e individuos, que recaudan fondos, reclutan personas y se comunican por internet en su propio país y en el extranjero y que viajan por el mundo para adiestrarse juntos y poner en red sus ideologías alimentadas por el odio”.
La primera parte de esta columna fue publicada el martes 31 de enero pasado.
De acuerdo a la ONU, el número de migrantes a nivel internacional en 2019 fue de 272 millones (3,5% de la población mundial al igual que el 2020) y alerta que la guerra, la violencia, la desigualdad y la crisis climática agravarán este escenario, lo que está erosionando la línea que separa las versiones más y menos radicales frente a la inmigración (un racismo semiescondido). Como lo expresa José Pedro Zúquete, profesor de la Universidad de Lisboa y autor de Los identitarios, este fenómeno llevó a diversos sectores “a observar esta transición demográfica y decir que no es algo positivo, sino que un desastre civilizatorio”, haciendo que la derecha conservadora/tradicional y muchas fuerzas democráticas perdieran sus límites, dejándose seducir por la derecha extrema en función de una respuesta fundamentalmente securitizadora frente a este “nuevo enemigo”.
Es decir, y a pesar de que ha sido un fenómeno histórico, en las últimas décadas se ha producido un gran movimiento de personas que ha cambiado las fisonomías de los países y sus anclajes identitarios. En EE.UU., por ejemplo, esta realidad en lugar de considerarse como una sucesión de oleadas de inmigración invitadas por la Estatua de la Libertad y como importante factor en el desarrollo nacional (ej., la mano de obra china unió el país por el ferrocarril), los teóricos del “gran reemplazo” tratan de trazar una línea arbitraria y violenta entre ellos y los inmigrantes posteriores. Esta teoría se popularizó gracias al libro La caída de la gran raza (1916), escrito por Madison Grant, un abogado, eugenista y conservacionista de la “Gran Manzana”. Grant argumentaba “que se puede considerar a los blancos como una especie en peligro de extinción”. Para él, “impidiendo la entrada de los no blancos en el área protegida que es América, se puede preservar esta gran raza”, que identifica y ancla en los europeos del norte.
Grant y sus sucesores se oponían firmemente al “mestizaje” y a la “miscegenación” (mezcla de tres troncos: mongoloide, caucasoide y negroide) por temores similares. Temían que los negros liberados acabaran superando en número a los blancos, diluyendo no solo la “pureza” racial blanca, sino también el poder de los blancos. El libro de Grant fue muy influyente y promovido por presidentes estadounidenses como Theodore Roosevelt y Calvin Coolidge y mencionado en el libro El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald. Los escritos de Grant fueron base para la Ley de Inmigración de 1924, que estableció cupos de inmigrantes según su nacionalidad de origen, favoreciendo tajantemente a los que venían del norte y del oeste de Europa y excluyendo a casi todos los asiáticos y africanos. La caída de la gran raza (blanca, por cierto), también fue admirada por el führer Adolf Hitler, quien lo llamaba su “biblia”, y tomó la política estadounidense de inmigración “de puertas cerradas” como modelo para el Tercer Reich. Hitler sintetizó las ideas de Grant con sus propias teorías conspirativas antisemitas, llevando así la teoría del “reemplazo” al extremo. En Mi lucha (Mein Kampf), culpa a los judíos de traer a los negros a “Renania” para “bastardizar” a la raza blanca, rebajarla cultural y políticamente y así poder dominar.
El propósito/sentido de la ideología del reemplazo es limitar cualquier democratización /humanización influyendo y/o determinando un cambio social y/o político, una modificación legal o cualquier tipo de transformación o reequilibrio en la estructura de poder hacia un pasado perdido, no importando el daño o agravio. Aquí vemos con claridad el carácter normativo del concepto de violencia política como forma de dominación y estructuración social.
El “reemplazo” ha sido citado por los ejecutores de varios tiroteos y por otros individuos de derecha (en los atentados de Charlottsville de 2017 gritaban “los judíos no nos reemplazarán”) como el presentador Tucker Carlson, de Fox News, el canal de Trump, quien había mencionado las “teorías de reemplazo” más de 400 veces en su programa antes del tiroteo de Búfalo (2022). Después intentó distanciarse del trágico episodio que dejó 10 afroamericanos muertos y tres heridos, pero insistió diciendo que “hay un fuerte componente político en la teoría migratoria del Partido Demócrata” y que los ayuda a ganar elecciones. Robert Pape, profesor de la U. de Chicago, dijo que quienes defienden la teoría del “gran reemplazo” están recibiendo beneficios políticos y financieros, en referencia a que políticos y figuras de los medios de comunicación, incluido Trump, se han vuelto más populares como resultado de hacer hincapié en el “gran reemplazo. Esta tendencia es muy alarmante. Aquí hemos visto con fuerza en la TV y en las grandes cadenas de diarios de la derecha cómo se ha levantado a una alcaldesa que llamó a funar a los españoles e ingleses por la detención del dictador (para no sacar el caso del Piñeragate-Kyoto), a un alcalde populista que se ha floreado con frases irresponsables pero que se anclan bien con la inseguridad, o a un parlamentario que se salvó de ir preso por boletas ideológicamente falsas (caso Penta).
No es un concepto nuevo ni marginal el reemplazo, es una teoría defendida tanto por asesinos aislados como por políticos institucionalizados de alto nivel. Reece Jones, autor del libro White Borders, dice que este alarmismo racista respecto a la supuesta suplantación de la población blanca forma parte de la política migratoria desde hace más de un siglo. Según una encuesta de YouGov, el 61% de los votantes de Trump y el 53% de los espectadores de Fox News creen que la teoría es cierta; le dan validez por solo sonar como una propuesta académica respetable, fácil de entender y muy vaga (polisémica) que da cabida a varios puntos de vista, desde los extremos hasta los moderados, aunque entre sus paredes esconde siglos del vil supremacismo blanco. A principios del siglo XX, ni siquiera los italianos eran considerados “blancos”: muchos científicos y académicos de la época adherían a teorías pseudocientíficas de diferencia y jerarquía racial, según las cuales los europeos de Europa Central y los mediterráneos eran una clase separada e inferior a la raza “nórdica” de Europa Occidental y Septentrional.
En Hungría, dos días después del tiroteo de Búfalo, el autoritario y reelecto primer ministro, Viktor Orbán, en su discurso del inicio de su cuarto mandato, dijo que estaba luchando contra “el gran intercambio de población europea… un intento suicida de sustituir la falta de niños europeos y cristianos por adultos de otras civilizaciones: los inmigrantes”. Una semana después, Orbán discutía esta teoría junto a aliados estadounidenses en una sesión especial de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), un grupo estadounidense de derecha, celebrada en Budapest (J.A. Kast participa de esta organización). El presidente de la CPAC, Matt Schlapp, propuso la prohibición del aborto como solución a este reemplazo: “Si les preocupa este ‘reemplazo’, ¿por qué no empezamos por ahí? Empezar por permitir que nuestra propia gente viva”.
Sentimientos similares surgieron a finales de los 60 y principios de los 70 en Francia, a través del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen y el movimiento Nouvelle Droite (Nueva Derecha) de Alain de Benoist. Dos textos clave para las ideas de “sustitución” surgieron en Francia. Uno fue la novela de 1973 de Jean Raspail, El desembarco, la que transcurría en un escenario apocalíptico y descaradamente racista en que los migrantes del sur global invaden Europa; y más tarde, en 2011, Renaud Camus expuso su teoría conspirativa antimusulmana y antiinmigrantes en su libro El gran reemplazo, del que el movimiento actual toma su nombre. En él, R. Camus se refiere habitual y paradójicamente a los no europeos como “colonizadores”. Quizás esto (y problemas sicológicos) explique la reciente matanza en París de 3 ciudadanos kurdos y de otros 3 que quedaron heridos a manos de un hombre jubilado, quien reconoció que había “tenido ganas de asesinar a inmigrantes, a extranjeros” desde un robo que sufrió en 2016.
En España, Vox ha acusado al Gobierno de “promover” el reemplazo generacional y poblacional y ha utilizado esta teoría repetidamente en sus mensajes electorales. Durante la campaña de las elecciones andaluzas, el líder del partido, Santiago Abascal, dijo que “cada vez más españoles y más europeos se sienten extraños en sus barrios de toda la vida, y cunde una sensación de desconcierto y de desposesión, de pérdida de control de sus propias vidas”.
Al igual que en la política formal y la dinámica electoral, los partidos, movimientos y milicias muchas veces son financiados por los superricos con el propósito de defender sus intereses, utilizando el marco institucional habilitado por el capitalismo filantrópico, un entramado legal que permite reducción de impuestos por hacer donaciones a fundaciones u organizar fundaciones. En general, los dueños del capital tienen una mentalidad más conservadora/excluyente, lo que les permite empatizar mejor con este tipo de extremismo. Trump mismo fue respaldado en su primera campaña por Roger Ailes de Fox News –un depredador sexual que sentó las bases del periodismo ultraconservador– y por el magnate Rupert Murdoch, dueño de Fox y de otras empresas de comunicación, y por Robert (Bob) Mercer, exinversor principal de Cambridge Analytica: la compañía se hizo con una base de datos de Facebook (87 millones de perfiles) para un supuesto uso académico, pero la explotó sin permiso para elaborar estrategias electorales para sectores conservadores autoritarios.
No olvidemos que el histórico dueño de El Mercurio y de la cadena de diarios más grande de Chile, Agustín Edwards Eastman, fue instigador del golpe del año 73, aliado de la CIA, y uno de los gestores fundamentales de la revolución que instaló el sistema neoliberal en el país durante el régimen de Pinochet. En Brasil, cuatro personas fueron detenidas (un diputado regional del Estado de Espírito Santo entre ellos) hace poco y más de 100 allanamientos fueron ordenados por el Supremo Tribunal Federal, en el marco de un gran operativo en siete estados contra un movimiento alineado a Bolsonaro para desconocer las elecciones y reclamar un golpe de Estado, entre los cuales había empresarios vinculados al agronegocio y al transporte de cargas de varias regiones bolsonaristas de Brasil.
El exasesor de Trump, Steve Bannon, constituye un muy buen ejemplo de cómo se mueve la ultraderecha desde las elites y con proyección internacional. En los últimos años, Bannon se ha convertido en articulador de la ultraderecha a escala mundial a través de The Movement (organización creada el 2017 por el abogado belga Mischäel Modrikamen), asesorando a diversos grupos y partidos en Europa como Vox en España, Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, el xenófobo partido Demócratas de Suecia, se ha reunido con los líderes de Alternativa para Alemania, es amigo de Matteo Salvini y Viktor Orbán, ha estado presente en la estrategia de redes sociales de la campaña de Bolsonaro, en Argentina el contacto de Bannon es Cynthia Hotton, representante del autodenominado sector “provida”, etc.
La relación entre Iglesias cristianas y sectores extremos de derecha tampoco es baladí, a partir de sus creencias conservadoras/restauradoras: ej., el predicador metodista William Joseph Simmons, junto con varios hombres, subieron a la punta de Stone Mountain/Georgia y construyeron un altar, prendieron fuego a una cruz, juraron lealtad al “Imperio Invisible” y anunciaron la reactivación del Ku Klux Klan en 1915 (Infobae, 22/04/2018). A pesar de que esta historia se repitió en varias partes de EE.UU., historiadores consideran que el movimiento de milicias de extrema derecha se proyectó ampliamente recién a principios de los 90, después de los hechos de Waco-Texas de 1993, donde la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego de EE.UU. (ATF) allanó el complejo religioso de los Davidianos (una rama de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de David).
La relación derecha tradicional, extrema derecha, milicias armadas, iglesias y organizaciones cristianas, es complementada por la penetración de estos extremistas en las filas de las policías y en las FF.AA. Esto hace recordar a la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), también conocida como “Triple A”, y que fue una organización terrorista parapolicial creada por un sector del peronismo conservador, el sindicalismo, la policía federal y las FF.AA., conectada con la vieja logia fascista (1877-1976) Propaganda Due -P2.
Alexander Meleagrou-Hitchens, director del Programa de Extremismo de la U. George Washington, expresa que “uno de los aspectos que define a la extrema derecha es un alto respeto por la autoridad y el militarismo. Hay un respeto por la implementación de la autoridad mediante la fuerza… Esto no quiere decir que todos los soldados sean de extrema derecha, pero existe una cierta mentalidad que atrae a la gente hacia el Ejército y (hacia) los movimientos de extrema derecha”. Este planteamiento es reafirmado por Jason Blazakis, director del Centro de Terrorismo, Extremismo y Contraterrorismo del Middlebury Institute of International Studies, al decir que “para lograr ese objetivo, no hay mejor lugar para reclutar que en el Ejército de EE.UU.”.
Claramente, esto se refuerza por la formación nacionalista (patriotismo a ultranza), por una irreflexiva concepción del enemigo anclada a una seguridad nacional propia de la Guerra Fría, al sentido absoluto de autoridad y la preparación propia de la profesión. Dicho de otra forma, la experiencia de ser soldado puede hacer que algunos veteranos sean susceptibles al reclutamiento de la extrema derecha al estar entrenados para deshumanizar a los enemigos y ver los conflictos en términos binarios, de “nosotros contra ellos” y que tienen sentido en el campo de batalla, pero, al dejar el servicio, deja a los veteranos susceptibles a la propaganda radical y binaria de la extrema derecha.
Investigaciones de los medios y del gobierno realizadas en Alemania en el 2020, por ejemplo, destaparon redes organizadas de simpatizantes de la extrema derecha en las bases de los servicios de seguridad del país; funcionarios de la inteligencia militar interrogaron a varias personas, entre ellos soldados alemanes, sospechosas de estar involucrados en un movimiento antigubernamental de “soberanía ciudadana”. Las cifras son alarmantes: solo en 2019 se registraron 360 nuevos casos de extremismo entre los militares después de que comenzaran los sondeos para controlar un problema que no deja de crecer (cerca de 550 soldados del Ejército alemán fueron investigados).
En el caso de EE.UU., la historia de los militantes ultraderechistas infiltrados en las filas del Ejército tiene origen en los regimientos segregados que lucharon en la Guerra Civil (1862-1865). El oscuro Ku Klux Klan (KKK), fundado en 1866 por un grupo de fanáticos y veteranos de la Guerra Civil del bando confederado, reclutó activamente miembros de las FF.AA. y en los años 20 llegó a tener incluso una rama oficial en la USS Tennessee de la Marina. En España, por ejemplo, el Partido Popular de José María Aznar fue la fuerza hegemónica entre el Ejército y la Guardia Civil, pero perdió ese lugar frente al Vox de Santiago Abascal Conde. Tras las elecciones andaluzas que se celebraron en diciembre de 2018, se constató que dos de los miembros que entraron al Parlamento andaluz tenían orígenes militares. Más tarde llegaron los fichajes de otros cuatro altos mandos del Ejército, nada más y nada menos. Pero la prueba más fehaciente de esta relación llegó tras las elecciones generales, donde una gran mayoría de militares y agentes de las FCSE votaron por Vox en las principales bases militares.
A pesar de que es difícil evaluar cuán sistémico es el problema (en la región ni siquiera asoma por factores históricos y transicionales), en gran parte porque los gobiernos como el estadounidense se han negado a comprometerse con el tipo de investigaciones necesarias para controlar el radicalismo de extrema derecha en las FF.AA. y policías, a pesar de las graves alertas que hay: el Centro sobre Extremismo de la organización judía Liga Antidifamación (ADL) estudió los más de 38.000 nombres en las listas de miembros de los Oath Keepers e identificó a más de 370 personas que, según cree, trabajan en agencias policiales –incluidos jefes de policía y comisarios– y a más de 100 militares activo. Los problemas son más agudos que la existencia de actores individuales en departamentos y unidades locales, como lo reveló en 2019 ProPublica, al constatar que un número mayor de los agentes de las patrullas fronterizas, incluido el director de la agencia, eran miembros de un grupo de Facebook que compartía contenidos y memes racistas, antimigrantes y misóginos.
Otro informe encontró en grupos de Facebook racistas y extremistas a cientos de policías en servicio activo y retirados, revelaciones que llevaron a más de 50 departamentos de policía locales a iniciar investigaciones. Algunos agentes del orden son miembros activos de grupos de odio, como el KKK en Florida y la neo-Liga Confederada del Sur, en Alabama. Los Oath Keepers afirman tener miles de miembros que son oficiales y exagentes de la ley y militares veteranos.
Por lo mismo y dada la magnitud que ha alcanzado este flagelo (en 2018, por ejemplo, los terroristas de extrema derecha causaron en EE.UU. el triple de muertos que el terrorismo yihadista), el secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió en el 2021 que “el peligro de estos movimientos avivados por el odio crece día tras día. Hay que llamarlos por su nombre: los movimientos supremacistas blancos y los movimientos neonazis son algo más que una amenaza terrorista nacional. Se están convirtiendo en una amenaza transnacional…Un frenesí de odio invade a grupos e individuos, que recaudan fondos, reclutan personas y se comunican por internet en su propio país y en el extranjero y que viajan por el mundo para adiestrarse juntos y poner en red sus ideologías alimentadas por el odio”.
La evidencia está y eso sugiere que el público y la democracia tienen motivos para alarmarse de un peligro que transcurre desapercibido o en segundo plano, pero que va más allá de la regresión conservadora que alerta Manuel Antonio Garretón, es decir, sin que los actores de la democracia generen las contraargumentaciones necesarias/proporcionales ante la destrucción de la institucionalidad democrática.