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El arte del futuro o el futuro del arte: IA Opinión

El arte del futuro o el futuro del arte: IA

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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La IA puede ser útil en muchos sentidos. Puede ofrecer al artista una serie de bocetos para estimular su genio, si no una base sobre la cual trazar su próxima obra. A aquellos artistas que están en proceso de transición desde los materiales de las artes clásicas al tecnoplasma del arte digital, la IA puede proveerles una mayor autonomía, sobre todo cuando los proyectos son de gran envergadura, o bien, cuando la galería física no da el ancho.


Las comunidades artísticas online, como ArtStation y DeviantArt, son verdaderos templos de la creatividad, donde artistas de todo el mundo suben sus obras a cada instante. Muchos de estos artistas han sabido aprovechar las bondades de la tecnología digital y han construido sus carreras sobre ella. En estas galerías virtuales, es posible encontrar una amplia variedad de obras artísticas, por ejemplo, paisajes interestelares, personajes de videojuegos y películas, ciudades medievales de oriente y occidente, megalópolis futuristas, espadas formidables y cyborgs poderosos. Hay obras para todos los gustos y el arte allí es francamente fascinante.

Como era de esperar, la inteligencia artificial (IA) ha sido ampliamente adoptada en estas plataformas. Cuando hablo de IA, no me refiero únicamente a herramientas basadas en esta tecnología que apoyan la producción artística (filtros, por ejemplo), sino también a generadores de imágenes como Midjourney, DALL-E 2, Stable Diffusion y Deep AI. Estos sistemas crean obras completas a partir de comandos específicos introducidos por el artista, un procedimiento que recuerda la forma de programar utilizada por los profesionales de las ciencias de la computación. Así, en cuestión de segundos, podemos dar vida a versiones remozadas de personajes históricos (y en los años que siguen muy posiblemente podamos animarlos incluso).

Yo mismo hice el experimento con Maquiavelo (ver la imagen que acompaña a esta columna) utilizando la IA de Midjourney, y publiqué el resultado en mis perfiles de DeviantArt y ArtStation. El resultado es sorprendente cuando se lo compara con el portarretrato del pintor manierista Santi di Tito del siglo XVI, al punto que el Maquiavelo de este luce como una tentativa infantil, si no un insulto al potencial artístico de la tecnología.

Mas lo anterior no hace más que refrendar una cosa: la interpretación de la realidad es también tecnológica y el arte −al igual que la filosofía− no puede ignorar esto. Prueba de ello son las formas frías, lúgubres y hasta perversas del elegante Maquiavelo 2.0 que he compuesto vía IA y que tanto contrastan con el gesto bonachón del Maquiavelo de Santi di Tito. Esto hace pensar en la humanidad de Maquiavelo, en sus virtudes y defectos, en sus fortalezas y debilidades más allá de su espeluznante y realista filosofía.

El influjo de la tecnología en la interpretación de la realidad también queda claro, por ejemplo, cuando decimos que los planetas son redondos, pues ¿qué otra cosa sino la tecnología espacial ha hecho posible que se nos haya enquistado “para siempre” esta idea en nuestra conciencia? Un tercer ejemplo podría ser la interpretación que hicieron los azorados artistas japoneses en el siglo XIX, haciendo uso de sus técnicas artísticas medievales, cuando vieron irrumpir súbitamente en la bahía de Edo (actual Tokio) al vapor del comodoro estadounidense Matthew C. Perry: ellos retrataron su buque como una suerte de nave alienígena o demonio. Sucede que los japoneses se habían autoaislado durante dos siglos y solo la reapertura forzada y el acceso a los conocimientos y tecnologías del moderno Occidente les permitió moderar la forma que tenían de mirar las cosas.

Con todo, las quejas no se han dejado esperar. Manifestaciones artísticas opuestas al arte generado por IA son recurrentes en las plataformas mencionadas. En ellas se llama melodramáticamente a continuar soñando y a esforzarse en hacer arte como se hace (sin las nuevas herramientas digitales-cognitivas), o bien, exponen con dificultad lo que sería la superioridad del humano frente a la máquina.

Por supuesto, como en todo orden de cosas, tenemos la opción de “morir con las botas puestas”, romantizando el pasado, demonizando y negando el futuro hasta que este último nos sepulte, como ocurrió con los señores de la guerra del japón, los shogunes, en el ocaso del Japón medieval. Pero los artistas tienen una gran oportunidad. Sobre todo, pienso, los chilenos, ya que no se deben más que a sí mismos, en virtud del nulo auspicio que tienen de la audiencia chilena, que es todavía muy subdesarrollada en materia artística (“arte de mall”, que hace juego con la pintura de la pared del hogar, pero que no responde al final del día a una estética o identidad personal demasiado original).

Y es que la IA puede ser útil en muchos sentidos. Puede ofrecer al artista una serie de bocetos para estimular su genio, si no una base sobre la cual trazar su próxima obra. A aquellos artistas que están en proceso de transición desde los materiales de las artes clásicas al tecnoplasma del arte digital, la IA puede proveerles una mayor autonomía, sobre todo cuando los proyectos son de gran envergadura, o bien, cuando la galería física no da el ancho.

Ahora bien, ¿Cómo ha de diferenciarse un artista del resto de artistas que participan de la high-tech? Y, lo que es más importante, ¿Cómo ha de tomar las riendas de lo tecnológico para no verse meramente absorbido por la dinámica y el imperio mundial de la IA?

Tuve la fortuna de conversar este tema indirectamente hace unos meses con el artista visual y Premio Altazor de las Artes Nacionales (2011), el chileno Bernardo Oyarzún. A Oyarzún le presenté el prototipo de lo que sería una representación artística de un proyecto filosófico mío en el que ponía a interactuar réplicas artificiales de los filósofos clásicos. La idea era efectuar un montaje en algún centro cultural y relevar el rol fundamental que le cabe a la tecnología en la generación de intuiciones, sobre todo en el pensamiento filosófico. Formado en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, a Oyarzún le llamó la atención la claridad de mi intención, como también la forma sistemática en que había orquestado el proyecto (“algo que no es usual en el arte”, me aclaró). Le expliqué que eso se debía a mi background ingenieril, que era mi formación de ingeniero la que me había obsequiado ese nivel de sistematicidad, así como el lenguaje diagramático.

Con esta anécdota quiero connotar que es posible que al nuevo arte le falte unidad o un proyecto rupturista de largo plazo; tal vez filosofía. Y es que al ingresar a ArtStation y DeviantArt es posible apreciar una cantidad ingente de obras, pero cuál de todas más desemejante a la otra. Al acceder a los portafolios de los artistas, la situación no mejora. En los casos más loables, se constata cierta continuidad entre las producciones, pero esta no es más que el resultado de las dinámicas de mercado, es decir, responden al oficio o los servicios como freelancer que ofrece un artista a una determinada industria (por ejemplo, la de los videojuegos). No digo que esto sea malo, en absoluto. Más bien deseo expresar que es más probable que un nuevo vanguardismo pueda darse en la independencia de cualesquiera industrias o sistemas, tomando distancia del arte en su vertiente clásica y de la modalidad en que se despliega hoy el arte digital, y de los amigos que nos autocomplacen en nuestra mediocridad. Solo el cultivo persistente de una idea original que realmente remeza cada fibra del artista puede engendrar lo nuevo.

En mi opinión, el artista obsoleto es aquel que rechaza ahora mismo y rechazará hasta su muerte la IA, no hallándole jamás una virtud. Por la odiosidad de este empecinamiento, además, es posible que su obra no le sobreviva muchos años. En cambio, el artista del futuro será, no el que haga las producciones más sofisticadas sobre la base de la IA, sino aquel que, dominándola como un maestro, será insolente con ella, haciendo ironía de su fuerza avasalladora al tiempo que releva su enorme potencial para producir obras temibles y bellas. El artista sublime, por último, será aquel que vaya más allá en la abstracción artística y que convierta en objeto de su arte a lo tecnológico en general, llegando a cuestionar, criticar y al mismo tiempo enaltecer los sistemas o tramas tecnológicas que subyacen a toda forma de organización social (academias, corporaciones, partidos políticos, medios de comunicación, colectivos artísticos, mafias, etc.) y sus operadores, destacando así el vínculo indisoluble que media entre la tecnología y lo humano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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