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Erick Polhammer recita un poema en el Parque Bustamante Opinión

Erick Polhammer recita un poema en el Parque Bustamante

Mauricio Electorat
Por : Mauricio Electorat Escritor y académico chileno. Autor de "El paraíso tres veces al día", "La burla del tiempo", "Las islas que van quedando" y "No hay que mirar a los muertos", entre otros textos.
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Esa tarde, no había cantantes celebrando los helicópteros, sino una larga fila de esos hoy extintos “poetas jóvenes” y mucha gente común y corriente que paseaba por allí, o pasaba por allí, y esa gente escuchó muy atentamente a Erick Polhammer leyendo su ahora famoso poema “Los helicópteros” y muchos se rieron y casi todos aplaudieron a rabiar y los carabineros siempre presentes no sabían mucho cómo reaccionar, porque nadie estaba criticando el régimen, ni llamando a la subversión del nuevo orden, ni provocando ningún desorden público, sino escuchando a un señor que hablaba de los helicópteros y decía que el zumbido de dichos helicópteros “se infiltró hasta siempre en las estructuras cerebrales/ de las generaciones posteriores a las nuestras…


Debía ser el 77, o el 78. Alguien me había invitado a leer poemas en un recital en el Parque Bustamante. Habíamos allí varios de esa especie hoy extinta que se llamó los “poetas jóvenes”. La fila de poetas era larga, cada uno leía un poema y se bajaba. Antes de que me tocara el turno a mí, se subió Erick Polhammer al escenario y leyó su famoso poema Los helicópteros:

“hasta que llegaron los helicópteros

y los helicópteros se establecieron desde allí hasta siempre

girando y zumbando como tábanos

de acero los helicópteros

girando sobre nuestros cerebros zumbando sobre nuestros cerebros

que desde allí en adelante

se limitaron a recordar las épocas previas a los helicópteros…”

Se había montado un escenario justo frente al Hospital del Trabajador, exactamente donde ahora hay un recinto que acoge todo tipo de eventos, pero en ese entonces no había nada, por la sencilla razón de que no había eventos de ningún tipo, salvo los helicópteros, claro, y unos autos con los vidrios polarizados que solían pasar muy lentamente bordeando las veredas. De hecho, el primer evento que se hizo allí mismo, en el edificio alto que hay en la esquina de Bilbao con el Parque Bustamante, fue la celebración del primer año del Golpe. Desde uno de esos departamentos, en los últimos pisos, habló Pinochet, con su voz nasal y ruda. Pero abajo, en la calle, se había montado otro escenario, donde cantaron algunos artistas famosos de la época, Antonio Zabaleta, los Huasos Quincheros, entre otros conspicuos próceres de la cultura de los helicópteros. Pero esa tarde, no había cantantes celebrando los helicópteros, sino una larga fila de esos hoy extintos “poetas jóvenes” y mucha gente común y corriente que paseaba por allí, o pasaba por allí, y esa gente escuchó muy atentamente a Erick Polhammer leyendo su ahora famoso poema “Los helicópteros” y muchos se rieron y casi todos aplaudieron a rabiar y los carabineros siempre presentes no sabían mucho cómo reaccionar, porque nadie estaba criticando el régimen, ni llamando a la subversión del nuevo orden, ni provocando ningún desorden público, sino escuchando a un señor que hablaba de los helicópteros y decía que el zumbido de dichos helicópteros “se infiltró hasta siempre en las estructuras cerebrales/ de las generaciones posteriores a las nuestras/ posteriores a las generaciones anteriores/ que intentando llevar a cabo la esperanza/ fueron sorprendidas por el ronquido de los helicópteros”.

Después me fui de Chile. Después pasaron más de cuarenta años. Después Erick Polhammer murió. O sea, ahora. Y ahora mismo, hace un par de semanas, acaba de ocurrir la fiesta chilena en la Feria del Libro de Buenos Aires, en la que la ciudad de Santiago fue invitada de honor. Ocurre poco esto, por la sencilla razón de que Santiago, como Chile entero, no tiene mucho que celebrar, ni cultural, ni existencialmente. No voy a ser yo quien discuta –ex post, además– la selección del ínclito comité de curatoría: todos los y las y les que estuvieron (¿o estuvieren?) presentes tienen una irrefutable trayectoria y sin duda alguna merecían estar allí. Ahora, lo que causa una punzada un tanto lancinante –pero nada que no cure el Paracetamol de los días acumulados con su carga de noticias tristes– es que algunos poetas, justamente como Erick Polhammer, no hayan podido estar en esa cita. Porque si hay alguien que vivió y escribió y así encarnó lo que es y ha sido Santiago, ese fue justamente Erick Polhammer. El otro poeta que merecía estar allí de muy pleno derecho es Claudio Bertoni, uno de los escritores más singulares y radicalmente libres que ha dado nuestro país en los últimos tiempos. A mí me extraña que Bertoni no sea mencionado para el Premio Nacional de Literatura, porque sinceramente se lo merece. Pero claro, Claudio, con todo lo santiaguino que es, se fue a vivir a Con Con hace mucho tiempo, no es ya de Santiago, a lo mejor no califica. Y a lo mejor los invitaron, a él y a Erick, y no pudieron asistir. No se sabe. Nunca se sabe. Lo único cierto parece ser, como escribe Polhammer, el ir y venir de los helicópteros “bajo el cual/ nacieron vivieron y murieron el resto de las generaciones”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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