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La colaboración: palabras y/o acciones para construir confianzas Opinión

La colaboración: palabras y/o acciones para construir confianzas

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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Las desconfianzas que operan entre los actores de la política institucional también se reflejan en el barrio, la familia, las amistades y los espacios laborales comunes, respecto de nuestra capacidad de colaborar y construir confianzas con efecto en la construcción de un futuro compartido.


La colaboración como reflejo de nuestras acciones concretas tiene el poder de construir confianzas, no así la mera comunicación entre las personas o las instituciones, y esto es válido para las relaciones familiares, amorosas, vecinales o entre organizaciones de diverso tipo. La comunicación o el diálogo -por sí mismo- no resuelve el dilema de colaborar o competir frente a los demás a la hora de tomar una decisión y actuar con consistencia frente a esa decisión. 

Son nuestras acciones específicas o hechos productores de sentido y concreción los que pueden respaldar nuestras palabras en la forma de compromisos y acuerdos, por tanto, ante el dilema de colaborar o competir, frente a un desafío que nos importa y que compromete a otros actores en un escenario determinado, la comunicación y el diálogo son muy relevantes porque ponen en común (en comunión) nuestros objetivos e intereses frente a los demás cuando se requiere de nuestro compromiso para avanzar en comunidad, ya que lo dicho en lo pactado, sumado a nuestras acciones, refrendan lo acordado y construyen futuro. 

En medio de la dinámica entre lo pactado y poner en práctica la colaboración, que garantice la confianza entre las partes, ocurren distorsiones como: faltar a la palabra empeñada o traicionar un acuerdo, disimular nuestro oportunismo en la acción comunicativa con palabras de “buena crianza” bajo un cálculo especulativo o, bien, restarse a participar colaborativamente en un momento decisivo. Todo ello es más común de lo que pensamos y es lo que deteriora o rompe con mayor impacto las confianzas entre personas e instituciones.

La encuesta sobre colaboración así lo visualiza y grafica en sus resultados. Lo interesante es medir, de una forma u otra, que ese fenómeno está presente en nuestra sociedad, pero el reto mayor es trabajar en torno a generar capacidades que permitan alinear una poética de los acuerdos, una estética de la colaboración y una ética en la construcción de confianzas, para que lo dicho, lo visible de lo que decimos y los hechos estén en sintonía y coherencia.

Faltar al compromiso establecido en el diálogo o comunicación pactada, traicionar, burlar o distorsionar un acuerdo de palabra o compromiso por escrito y sellado con las firmas de sus participantes, así como salirnos del juego colaborativo de forma poco transparente, son todas acciones que valen más que mil palabras en la generación de confianzas, básicamente porque las confianzas no se deben regalar, sino que construir sobre la base de decisiones sólidas y sostenibles en el tiempo. Ello explica la diferencia entre un futuro prometedor y un presente sumergidos en una pelea en el barro sin poder levantarse por lo resbaladizo de nuestras acciones, a vista y paciencia de quienes sí apuestan por colaborar en la comunidad.

Son las acciones concretas las que tienen jodido a Chile en lo cultural, estructural, relacional y cotidiano, con impacto en la convivencia social, las relaciones políticas y futuro económico. No basta con hablar de nuestros temas comunes, si no somos capaces de comprender, de manera efectiva y estratégica, los niveles de interdependencia involucrados a favor de nuestros propios intereses y el cumplimiento de objetivos en una comunidad hipervinculada.

Las desconfianzas que operan entre los actores de la política institucional también se reflejan en el barrio, la familia, las amistades y los espacios laborales comunes, respecto de nuestra capacidad de colaborar y construir confianzas con efecto en la construcción de un futuro compartido. Esto es válido para el tema de pensiones, salud, educación, vivienda, trabajo o seguridad, así como trabajar colaborativamente por construir economías policromáticas (verde, plateada, naranja, violeta, turquesa, circular, etc.) o, bien, fortalecer las ecoseguridades que parten por casa (valga la redundancia).

Cada uno de estos temas/problemas y espacios donde se manifiesta la colaboración están llenos de detalles, que también aluden a lo estructural y cultural de las relaciones humanas. Cumplir con lo pactado puede ir más allá de la voluntad de las partes, porque también existen situaciones que caen en un plano de inejecutabilidad de un acuerdo, ya sea por cuestiones sustantivas, procedimentales o de tiempos de cumplimiento para una de las partes en determinadas condiciones asimétricas. Lo que cabe en tales casos es producir nuevas acciones que sean plausibles para el fomento de la colaboración y la construcción de confianzas en las mismas o nuevas dimensiones de la relación entre las partes.

Las últimas encuestas tampoco son alentadoras en temas como los niveles de polarización de la sociedad o las capacidades para emprender e innovar. El impacto que ha tenido en la sociedad chilena un modelo del “sálvese quien pueda”, exacerbando el individualismo y la competencia malsana frente a los demás, desde los primeros años de formación escolar hasta el ejercicio profesional, es parte del problema. Como dice un abogado de la plaza: “Primero, nos decimos la verdad y luego nos contamos mentiras”. Chile no es Suecia, pero se compró -sin verla- “la teoría sueca del amor” y la promesa de los “Chicago Boys”.

En mi experiencia profesional como consultor y académico, he desarrollado un ejercicio en 9 países de América Latina y el Caribe con organizaciones de diverso tipo, entre ellas: FF.AA., universidades, gobiernos, empresas de distinto tamaño, ONGs, organizaciones sociales, eclesiásticas, culturales, deportivas, etc. Los resultados a lo largo de 30 años han sido muy similares. Frente al dilema de colaborar o competir, las personas deciden competir “para ganarle al otro” y los beneficios que obtienen son muy menores a los que brinda una estrategia colaborativa, porque en sus decisiones confunden estrategia con objetivo.

En este juego de decisiones dilemáticas, los participantes comparten la misma tabla de valores sobre ganancias posibles. El objetivo del juego es “obtener la mayor ganancia posible” sobre una misma tabla de valores. Las decisiones se toman mes a mes y las personas deciden básicamente minimizar sus potenciales pérdidas, pensando que con eso van a obtener la mayor ganancia posible y, en los espacios de negociación que el juego brinda -a la primera ocasión-, optan por traicionar los acuerdos que proyectan una ganancia óptima conjuntamente, porque con la traición sienten/creen que logran cumplir el objetivo del juego. 

En las relaciones humanas e institucionales, los incentivos son diferentes si se trata de una interacción por una única vez o si se seguirán relacionando continuamente. Si hay continuidad existe la posibilidad de tomar represalias en caso de haber sido atacado o de premiar o retribuir la cooperación, por lo que las posibilidades de cooperación aumentan. 

Cuando las personas e instituciones no se comunican directamente, muchas veces proveen información indirectamente a través de su comportamiento. Las acciones concretas son más creíbles que las palabras. La reputación, transparencia y credibilidad de las personas e instituciones pasan a ser fundamentales. Es necesario entender cuáles son los objetivos del otro, porque el “otro” del “otro” es uno mismo. Así, se asume que el objetivo primordial es la maximización de un beneficio, haciendo aún más difícil el predecir la posible respuesta a una determinada acción competitiva, aunque la colaboración en sí conlleve sostenibilidad.

No hay espacio en esta columna para profundizar en las diferencias conceptuales, operativas y estratégicas sobre cohesión-cooperación-colaboración, que podrían incluir las próximas encuestas sobre este asunto tan relevante. Simplemente, pongo el énfasis en que no se resuelve la acción colaborativa únicamente por la vía del diálogo o la comunicación si no va acompañada de acciones concretas que construyen confianzas y futuros compartidos.

Educar “en” y “para” la colaboración es una tarea impresionantemente ventajosa para un país. Las nuevas generaciones están recibiendo desde su educación preescolar buenas prácticas y aprendizajes significativos sobre las riquezas de colaborar en la sociedad. Esas chilenas y chilenos que comenzaron desde el inicio de su formación con prácticas colaborativas, ecológicas, inclusivas, afectivas, hoy están entre los 16 y 18 años de edad. 

Digamos que… ¡Aún tenemos patria, ciudadanos! Podemos volver a los 17, después de vivir un siglo. Es como descifrar signos sin ser sabio competente, cuando comprendemos que el equilibrio es el óptimo, ya que el óptimo no es el máximo, porque el óptimo es el equilibrio.   

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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