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Muera el Roto Quezada Opinión

Muera el Roto Quezada

Pelotillehue entraña algunas lecciones


No recuerdo que Pepo hubiese pedido disculpas al mayor Quezada. Durante años los muros de Pelotillehue amanecían con insistentes rayados que reclamaban: “Muera el roto Quezada”. La historia se origina, según consigna Memoria Chilena, en una cena en el Club Militar donde la cartera de la cónyuge de Rodolfo Rios Boettiger había sido robada. A fin de aclarar la situación, Pepo se dirigió al mayor Washington Quezada, gerente del club. Como respuesta, el mayor le dijo:  “Lamentablemente a este Club están llegando mujerzuelas que, además, se hacen las robadas”. Pepo se contuvo: “Un ‘por favor no me comprometas’ de mi amigo militar, me retuvo en el asiento. De lo contrario le vuelo los dientes”, cuenta. “Con rotos como este no se puede seguir hablando. Justo en esos momentos nacía Condorito y ahí lo metí entonces como un motivo de chistes. El perrito con la patita levantada y el letrero que dice ‘Muera el roto Quezada’. Y al perro le puse Washington”. 

La suya fue una respuesta ante el abuso grosero de una autoridad. Nadie, en su sano juicio, podría pensar que el rayado fuese una incitación a la violencia o una invitación al matar alroto Quezada, “roto de miéchica” en opinión de Pepo. Personaje que “nada tiene que ver con el roto altivo de Yungay, con el roto trabajador y sufrido que labora en la pampa, en la mina, en el mar y en nuestros campos”. 

Con los años los epitetos se multiplicaban (“Clotió el rito Quezada”, “Hoy fusilan al rito Quezada”. 

La acción desmedida de la autoridad, el despliegue irrefrenable de la fuerza contra el pueblo en la calles, la reprensión de a quien cuyos reclamos no son atendidos, encuentran como respuesta la creatividad del verbo popular. La historia del país está plagada de reclamos que, como en Pelotillehue, encuentran en las paredes un lugar para su expresión. 

No se recuerda en Pelotillehue autoridad alguna que prohibiera a Washington regar el rayado en cuestión. El manicomio del pueblo tenía expresamente prohibida la entrada de los cuerdos y es posible que, de haber tales autoridades, encontrarían allí su lugar. 

Convengamos que, finalmente, Pepo accedió a los pedidos de la familia del mayor en cuestión. Lo hizo en dos occasiones. la primera vez fue engañado. Dijeron a René Rios que el mayor había muerto, que ya no tenia sentido seguir con la historia. El mayor estaba vivo y trabajaba en el Hospital Militar. Engañados sus lápices volvieron a ilustrar los muros del pueblo. Años después las hijas solicitaron formalmente terminar con la campaña, a lo que finalmente se accedió. 

Pelotillehue entraña algunas lecciones. 

Los agravios y desagravios tienen sus historias y cuando alguna ventaja de poder impide al agraviado defenderse, no quedan sino las palabras, las ironías, las performances, para dar curso al desagravio. Enojosas, sin duda, brotan expresiones desproporcionadas en relación a sus orígenes. Pero ha mucho tiempo los pueblos entendieron que lo desmesurado de sus símbolos era en lo que justamente radicaba su poder. En Pelotillehue, como en cualquier parte del mundo, se comprende el enojo pero no la literalidad de lo dicho. Cuando El Fatiga entiende mal a un Condorito que le invita a jugar al arco y juega a la horca, nadie pensará – aunque la literalidad del dibujo lo muestre – que El Fatiga murió ahorcado. Y Pepo nos sugiere que hay un momento para el perdón, el momento en que se asumen los agravios, se sanan las heridas y se reencuentran los caminos. 

Pero en momento alguno Pepo borró de lo dibujado ni se desdijo de lo dicho. 

Haberlo hecho habría sido aceptar que su cónyuge era una mujerzuela que se hace la robada. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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