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La política en Chile y la falacia de la polarización Opinión

La política en Chile y la falacia de la polarización

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Las personas parecen compartir cada vez menos el espacio público y privado con quienes no coinciden en términos políticos, lo que deshumaniza al adversario, alejándonos del espectro que une los extremos.


Las formas en política importan, y hoy parecen estar más descuidadas que nunca. La cobertura de la política en clave de espectáculo a la que tuvieron que recurrir medios con orientación puramente comercial, agudizada luego por la dinámica de redes sociales, terminan por premiar la retórica más inflamable. Estas formas entorpecen acuerdos y contribuyen con ello al descrédito de las instituciones.

Hay quienes han identificado parte de este fenómeno con el concepto de polarización, nombre que parece certero al observar cómo los electores han ido optando por candidatos a los extremos del espectro político. Asimismo, las personas parecen compartir cada vez menos el espacio público y privado con quienes no coinciden en términos políticos, lo que deshumaniza al adversario, alejándonos del espectro que une los extremos.

Sin embargo, el polo norte y el polo sur no solo son los puntos más alejados del Ecuador (centro), sino también están a la misma distancia de él. Es ahí donde el concepto pierde su capacidad de describir adecuadamente el fenómeno, pues, al menos en Chile, la derecha está mucho más alejada del centro que la izquierda.

El consenso post soviético encontró a Chile a la salida de un sangriento experimento que abogó por reducir al Estado a su mínima expresión. Las potencias occidentales, en cambio, habían construido estructuras que permitían a los Estados garantizar derechos sociales. Pese a los embates Reagan-Thatcherianos, Europa conservó la garantía estatal en materias como salud y educación, además de un rol activo en su prestación. EEUU, con menor fuerza del Estado en ese sentido, conservó algo de la arquitectura regulatoria de Roosevelt. Todo ello implica que en estos últimos 30 años las discusiones políticas partieran de otra base; jamás un partido conservador sería viable electoralmente en estos países, planteando la privatización completa del sistema de pensiones o de las empresas públicas estratégicas.

En materia moral, el integrismo católico de nuestra elite nos tuvo discutiendo el reconocimiento de los hijos fuera del matrimonio hasta bien entrada la democracia, en condiciones que otras naciones liberales ya tenían aborto en cualquier causal. En términos de sus credenciales democráticas, nuestros partidos conservadores fueron activos partícipes de la dictadura y, lejos de algo que se pudiera parecer a una disculpa, torcieron la conmemoración del aniversario 50 del golpe hasta convertirlo en una discusión acerca de las condiciones “propicias” para un quiebre de la democracia. Importante notar que no estamos hablando siquiera de Republicanos, si no de la mal llamada “derecha liberal”. En suma, su dogmatismo neoliberal, su integrismo católico y su currículum antidemocrático, dejan a la derecha chilena muy lejos de las ideas “de centro”.

Partidos como el Frente Amplio o el PC, por su parte, son considerados -con la liviandad propia de nuestra prensa- como “extrema izquierda”, en condiciones que no presentan, en su propia versión, características como las antes señaladas. Por supuesto, la izquierda chilena cree en la igualdad y ve como necesaria una mayor presencia del Estado para procurarla, pero está lejos de los dogmatismos de la izquierda a la soviética. En el programa del actual gobierno se hacía mención a la inclusión de los trabajadores en los gobiernos corporativos de las empresas, cuestión inviable hoy políticamente, pero que ocurre en varios países del mundo y que, por sobre todo, está muy lejos de la colectivización de la propiedad de las empresas, o cuestiones de ese tipo. Banderas como el feminismo, el ecologismo, las disidencias o los pueblos originarios, lejos de representar luchas particulares, como se le acusa, consisten en hacerse cargo de que hay grupos que enfrentan obstáculos para el goce de sus derechos humanos. Nada más universal, nada más liberal.

En cuanto a su historial democrático, esta izquierda presenta encomiables credenciales, pese a que quieran achacarles el haber orquestado un “golpe no tradicional” para el cual no existe antecedente alguno y que hubiera requerido de una capacidad de movilización con la que ninguno de estos partidos cuenta. Es cierto que el PC ha tendido ciertos apoyos a dictaduras como las de Venezuela o Nicaragua, pero ya se nota en sus generaciones más jóvenes un discurso distinto y que, tarde o temprano, terminará imponiéndose en la interna.

Lo expuesto sirve para desmitificar algunos conceptos que se ocupan, porque permiten orientarnos sobre terreno conocido, pero que ponen como simétricas o equivalentes cuestiones que no lo son. Demócratas no es un centro moderado, Chile Vamos no es una derecha liberal, FA y PC no son de “extrema izquierda”. Atribuir esas categorías sólo normaliza dogmatismos ya abandonados en otros países y que perpetúan un statu quo que favorece cada vez más a cada vez menos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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