Publicidad
El fracaso cultural de nuestro experimento capitalista Opinión

El fracaso cultural de nuestro experimento capitalista

Publicidad

Hago un llamado a nuestros líderes políticos a considerar un nuevo modelo económico solidario, justo, humano y fraterno, que, leyendo los signos de los tiempos, sintonice con nuestros propios valores culturales y la civilización que nace.


Para ilustrar la importancia de la diversidad cultural en el desarrollo económico de los países, me permito relatar la experiencia de un colega ingeniero, que, continuando su preparación en Alemania, tuvo que complementar sus ingresos trabajando en una fábrica, donde fue interpelado por sus colegas que le reprendieron señalándole “no converse… trabaje para lograr nuestras metas” y, también, recordar el caso de la fábrica de contenedores instalada por la empresa naviera danesa Maersk en el Puerto de San Antonio, que solo después de tres años debió cerrar sus operaciones, principalmente debido a un ambiente laboral conflictivo inferido por un importante ausentismo y licencias médicas reiteradas.

I. Desarrollo económico

Alcanzar el desarrollo económico emulando el éxito de las naciones capitalistas tradicionales ha sido una estrategia extensamente estudiada por diferentes autores, tales como Paul Kennedy en su libro Ascenso y caída de las grandes potencias; por Acemoglu y otros que estudian el problema de la riqueza o pobreza en su libro Por qué fracasan los países; en el Fin de la historia que proyectaba Francis Fukuyama; en la militarista defensa de la supremacía estadounidense de Samuel Huntington en su libro ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense; y recientemente en el Informe sobre el desarrollo mundial 2024, del Banco Mundial, que propone “una estrategia 3i de inversión, incorporación (de tecnologías del exterior) e innovación, para evitar la trampa del ingreso mediano”.

Sin embargo, opino que estas visiones son equivocadas, pues las personas de distintas culturas son diferentes y es un gran error pretender aplicarles modelos de desarrollo exitosos en otras latitudes, tal como los experimentos capitalistas en las culturas latinas, cuyo fracaso no proviene de una implementación contradictoria o defectuosa, sino principalmente de razones culturales, considerando que cultura son los valores, conocimientos, costumbres, conductas e identidad de una nación y que civilización corresponde a una cultura inmersa en una estructura social, económica, política e institucional de un Estado.

Con este objeto, en la tabla siguiente se compara la riqueza de algunos países representativos ubicados en regiones desarrolladas, tales como anglosajones del norte, europeos no anglosajones y asiáticos, con la situación de economías latinoamericanas; evaluando este desarrollo a través de su Producto Interno Bruto per cápita medido a Paridad del Poder Adquisitivo (PPA), es decir, en dólares internacionales de igual poder adquisitivo:

De esta tabla se puede inferir que existe una gran diferencia de riqueza entre las regiones predominantemente anglosajonas y orientales respecto al resto del mundo, lo que permite validar nuestra hipótesis respecto a la segmentación cultural de su distribución mundial y, para el caso particular de Chile, señalar su liderazgo relativo respecto a Latinoamérica, pero su gran retraso económico frente a estas culturas prósperas, que confirma los límites de nuestro desarrollo y demuestra el fracaso cultural de nuestro experimento capitalista.

II. Orígenes del capitalismo occidental

La historia nos muestra que los inicios del sistema capitalista actual se encontrarían en el siglo XVI en regiones de la actual Italia, tales como Lombardía, Génova y Venecia.

Sin embargo, según las ideas del sociólogo Max Weber presentadas en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), su gran impulso se basaría en el surgimiento y desarrollo de una cultura calvinista y luterana de trabajar duro para lograr el éxito como señales de haber recibido la salvación y la gracia de Dios al momento de su nacimiento, posturas contrapuestas con la visión clásica del cristianismo, en que para conseguir la gracia de Dios y obtener la salvación es necesario realizar buenas obras durante nuestra vida.

Es decir, los protestantes consideran que una persona ha sido escogida por Dios para su salvación si es trabajadora, tiene éxito en los negocios y otras virtudes similares, cualidades que han impulsado la superioridad económica de esas naciones; a diferencia del catolicismo, que las considera como un castigo celestial por el pecado original.

En todo caso, estas perspectivas deben ser contextualizadas en un mundo global en que irrumpen otras culturas orientales no cristianas, cuyo fuerte desarrollo económico se debe a su milenaria tradición comercial y, por lo tanto, no pueden ser comparadas con Occidente, y también surgen otros países católicos del sur de Europa, cuyo crecimiento probablemente se debería al arrastre de pertenecer a la zona de libre comercio de la Unión Europea.

III. Un nuevo modelo económico consistente con la cultura latina

Como alternativa a los modelos económicos centralizados (Unión Soviética y otros), los chilenos hemos intentado diversas alternativas, tales como la Revolución en Libertad del Presidente Frei Montalva, la Escuela de Chicago (Estado subsidiario) impulsada durante el Gobierno militar y, actualmente, un modelo capitalista social (Estado solidario), basado en la explotación de recursos naturales, que claramente se muestra agotado, no por falta de impulso de los diferentes gobiernos a la fecha, sino como demostración de una inconsistencia cultural que le impide un desarrollo armónico integral, que absurdamente solo se podría mitigar “importando” una gran cantidad de nuevos inmigrantes calvinistas y luteranos.

De los antecedentes y análisis expuestos, concluyo que para nuestra sociedad latina es inconducente pretender un desarrollo humano basado en el “crecimiento económico”, por lo cual hago un llamado a nuestros líderes políticos a considerar un nuevo modelo económico solidario, justo, humano y fraterno, que, leyendo los signos de los tiempos, sintonice con nuestros propios valores culturales y la civilización que nace.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad