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El ruido y la furia: 100 días de Trump 2.0 Opinión Archivo

El ruido y la furia: 100 días de Trump 2.0

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Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Hasta ahora, en medio del vertiginoso vendaval de ruido y furia, los únicos frenos a Trump han sido los sensibles mercados e índices financieros que se alteran con facilidad, más algunos jueces del circuito federal de Justicia que han ordenado detener algunos de sus más controvertidos decretos.


Una de las obras cumbres del reconocido escritor estadounidense William Faulkner –Premio Nobel de Literatura 1949– es el El sonido y la furia (1929), título inspirado en uno de los versos del Macbeth de Shakespeare. Más tarde fue traducida al español con el aún más sugerente título de El ruido y la furia, combinando sintéticamente la tragedia isabelina del siglo XVI, que apunta al daño causado por la ambición política, con el relato de decadencia y ruina de una familia tradicional –los Compson– del Sur Profundo de Estados Unidos pre-Depresión.

Dicho título y trama resuenan en el Gobierno del 47° presidente de Estados Unidos, Donald Trump, iniciado hace 100 días, aupado en el heterogéneo movimiento MAGA (Make America Great Again), una explosiva mezcla de neoconservadores, tecnooligarcas (llamada broligarquía), nativistas paleoconservadores, proteccionistas e incluso supremacistas blancos, bajo la consigna de la regeneración del país, aun cuando la idea del mismo difiera completamente de unos a otros.

El deseo de satisfacer a todos, para así cultivar tempranos réditos políticos, ha significado impostar un vértigo inédito para cualquier nueva administración, con 26 órdenes ejecutivas durante la primera jornada en funciones, inmediatamente después del acto de inauguración de mandato. Pero no se ha detenido allí. En la actualidad ha sobrepasado las 139, marcando todo un registro histórico, a pesar de que su tienda, el Partido Republicano, controla ambas Cámaras del Capitolio, por lo que muchas de aquellas decisiones serían aprobadas.

De ahí que la sensación térmica de detractores y críticos de esta primera centena tendría que ser multiplicada fácilmente por 10. La premura es el signo distintivo de la segunda administración Trump, ante la posibilidad del advenimiento de un contexto menos propicio en el que las iniciativas tropiecen o, quizás, como una manera de saturar la agenda mediática y así confundir a las audiencias.

Este vértigo decisional en el Gobierno de Estados Unidos es un reflejo de la imprevisibilidad de carácter del otrora empresario de bienes raíces. Aunque en las antípodas del shock que Naomi Klein (2007) describió para referir la acelerada liberalización de las fuerzas de mercado y la reducción arancelaria propuestas desde la Escuela Chicago, la idea fuerza de esta sui generis doctrina también es el impacto ejercido sobre la psicología social provocada por una serie de eventos disruptivos que, a su vez, producen tal estado de conmoción y confusión, que permiten implementar reformas en principio impopulares, aunque pueda ser más preciso afirmar que se trata más bien de una antidoctrina, ya que no parece existir un mapa claro o un conjunto de elementos que orienten coherentemente un plan –apenas el referido mitologema MAGA de renacimiento nacional–, excepto la voluntad presidencial de prevalecer sin óbice alguno.

En este cuadro parece indispensable distinguir la paja y el trigo, que en este caso equivale al ruido originado en el simple blufeo o las maniobras distractoras, de la furia de fondo, particularmente si se considera que Trump parece seguir fielmente el guion del populismo radical respecto de apelar a la polarización temática-afectiva en torno a la migración, seguridad, corrupción y política exterior.

En lo concreto, se han efectuado deportaciones masivas de extranjeros indocumentados, a menudo sin el debido proceso, como hizo al invocar la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, que otorgaba al presidente de la entonces joven república la autoridad para expulsar de Estados Unidos a ciudadanos de países extranjeros en caso de guerra o invasión.

En estos meses dicha norma se esgrimió para expulsar migrantes venezolanos y salvadoreños mayores de 14 años vinculados a la banda conocida como Tren de Aragua. La calificación del crimen organizado como “organizaciones terroristas” ha facilitado dichas expulsiones sin mediación de un procedimiento jurídico. Además, se cancelaron permisos de residencia temporal a quienes huían de crisis humanitarias emergentes y se caducó la ciudadanía de nacimiento. La crimigración llevada a su máximo nivel.

La Casa Blanca ha renunciado al menos a parte del multilateralismo liberal (abandonando la Organización Mundial de la Salud y el Acuerdo de París), además de arriesgar el sistema comercial global de Bretton Woods. La relación privilegiada con Europa, que creó el Occidente contemporáneo tras la Segunda Guerra Mundial, ha zozobrado ante el impacto de declaraciones del tipo “la UE se formó para perjudicar a Estados Unidos”, declamada durante una reunión de gabinete de febrero, mientras su vicepresidente Vance aseguraba, en la Conferencia Anual de Seguridad de Múnich, que la libertad de expresión estaba bajo riesgo en Europa y que aquello le preocupaba más que la amenaza rusa o china.

Los acercamientos con Putin cristalizaron este febrero, mediante contactos telefónicos, en los que Trump comprometió cooperación ártica, sin duda un camino más corto al Asia Lejana que la Ruta de la Seda. El 28 de ese mes fue escenificada la ruptura con el presidente ucraniano Zelenski, quien sufrió en el Salón Oval el ataque verbal combinado del jefe de Estado y su número dos. El breve encuentro en la Basílica de San Pedro, durante el funeral del papa Francisco, pudo haberlos reconciliado, aunque es evidente que lograr la paz entre Moscú y Kiev toma más de los dos días ofrecidos en campaña.

En marzo fue el turno de las universidades de la Ivy League, las más reputadas del país. Trump acusó a los centros académicos de alentar el antisemitismo en sus protestas contra la guerra en Gaza. Enseguida, eliminó subvenciones a la Universidad de Columbia por 400 millones y recortó 2.200 de millones de dólares a Harvard. A otras universidades, como Georgetown, las ha amenazado con hacer lo mismo si no cambian su política de apertura a la diversidad y tolerancia. Duros golpes a la tradición de autonomía universitaria datada desde la Edad Media.

La pesadilla de los publicitados “pseudoaranceles recíprocos” tocó tierra el 2 de abril, argumentando que era una cuestión de seguridad nacional para evitar una participación dilatoria del Congreso en un tema que le correspondía al Capitolio institucionalmente, pero que ha terminado por trizar a parte de su base de respaldo, con algunos republicanos –como el senador Ted Cruz– frunciendo el ceño, o el propio Elon Musk que tachó a Peter Navarro, autor intelectual de la guerra comercial, de imbécil.

El plan previó gravámenes país por país con un mínimo 10% base, 20% para la UE y 34% para China, que con 20% previo alcanzó un 54%. Una semana después, el presidente de Estados Unidos anunció que aparcaba el alza por 90 días, excepto para China, a la que alcanzó a imponer un 145% de aranceles –replicados con 125% por Beijing–.

Tras la coerción económica y el bilateralismo a la carta, comparece el objetivo principal de la denominada “guerra comercial”: China. La omisión de Rusia de la lista de los afectos a las cargas comerciales implicó otro guiño a Putin, con el afán de separarlo de Beijing, algo así como la estrategia Kissinger al revés. En cualquier caso, uno de los versos predilectos de campaña, “arancel, la palabra más bonita del diccionario”, fue desplazado por el alboroto que causó la frase que espetó a los Estados cuyos dirigentes buscaban denodadamente la renegociación arancelaria: “Estos países que nos están llamando, nos besan el trasero”.

En el hemisferio, vecinos y socios también han experimentado sus desplantes. Trump insiste en emular a los presidentes del garrote expansionista (fines del siglo XIX y principios del XX), al declarar que retomará la administración del Canal de Panamá, disputando con Dinamarca la posesión de Groenlandia –asunto que describe como vital para su seguridad– y reiterando, cada vez que puede, en su red Social Truth, que Canadá debería transformarse en el 51 estado de la Unión.

En víspera de la crucial elección canadiense, misma que antes de sus comentarios ganaban los conservadores por veinte puntos, Trump volvió a redundar en el tópico ofreciendo “reducir sus impuestos a la mitad, aumentar su poder militar, de forma gratuita, al nivel más alto del mundo; hacer que su automóvil, acero, aluminio, madera, energía, y todos los demás negocios, se CUADRUPLIQUEN en tamaño, CON CERO ARANCELES O IMPUESTOS”, todo a cambio de pasar a ser la quincuagésima primera estrella del emblema estadounidense.

Mucho ruido que no trajo nueces: el primer ministro Mark Carney obtuvo la primera mayoría relativa, siendo probable que los liberales formen nuevamente gobierno, derrotando a los conservadores de Pierre Poilievre, que también pugnaron en los comicios por mostrarse opuestos a toda anexión. Un caso de activismo digital que puede jugar en contra de los aliados trumpistas en otras latitudes.

Por si fuera poco, de tarde en tarde Trump coquetea con la idea de otra reelección, cuestión prohibida por la enmienda 22 de 1951, que convino que nadie podría ocupar la presidencia en una tercera ocasión. El orden constitucional sigue tensionándose, al decir que se buscarán vacíos o resquicios legales para eludir la magna disposición institucional, tal vez simplemente una forma de evitar un prematuro “pato cojo” y así concentrar poder o, quizás, un mecanismo distractor de lo relevante: las arduas negociaciones arancelarias, las concesiones impuestas a Ucrania para acabar la guerra con Rusia, o los bloqueos que algunos jueces establecen ante las draconianas medidas antimigratorias.

Sin embargo, no se puede descartar nada cuando se trata de Trump, después de todo pocos apostaron por él luego del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

Hasta ahora, en medio del vertiginoso vendaval de ruido y furia, los únicos frenos a Trump han sido los sensibles mercados e índices financieros que se alteran con facilidad, más algunos jueces del circuito federal de Justicia que han ordenado detener algunos de sus más controvertidos decretos en materia de deportaciones y ciertos recortes fiscales. Eso, al menos hasta las elecciones legislativas de medio término. Hasta entonces, tiene tiempo para experimentar y sorprendernos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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