
Trump y las Américas
Los asuntos latinoamericanos no parecían interesarle mucho a Trump durante su primer mandato. Por ejemplo, en 2018, faltó de manera muy descortés a la única Cumbre de las Américas de su mandato, pero esto puede cambiar rápidamente.
Quienes practican el juego de mesa Risk saben que una buena estrategia consiste en evitar la dispersión de fuerzas y tener como base un continente entero firmemente ocupado. De ahí esta pregunta: Trump, al trastocar por completo la política exterior de EE.UU., ¿no está jugando al Risk, reafirmando agresivamente su dominio sobre el continente americano, al norte y al sur, y desdeñando otras regiones del mundo?
En cualquier caso, sus declaraciones van en ese sentido y a menudo nos hemos equivocado al no tomarlas al pie de la letra, engañados por sus payasadas. Ha dicho que quiere ser juzgado por las guerras que no emprenderá y que no proyectará la fuerza militar fuera de las fronteras.
Sí, pero ¿cuáles son “sus” fronteras?
Habla de apoderarse de Groenlandia, algo trivial desde el punto de vista militar, pero complejo políticamente. Groenlandia, al igual que Alaska, tiene un interés estratégico aumentado, ahora que el paso marítimo por el Polo Norte se está abriendo. El acto sería terriblemente agresivo hacia Europa y volvería hostiles a ambos bloques, pero se conoce el desprecio de Trump por los líderes europeos y su proyecto de construcción política mediante la norma y el consenso. Y, sobre todo, ¡qué sueño para él ser algún día señalado por los escolares estadounidenses como el presidente que permitió la mayor expansión territorial de su país!
Lo mismo ocurre con Panamá, aunque la operación es menos fácil y lo enemistaría con toda América Central. Pero solo tiene elogios para los presidentes William McKinley y Theodore Roosevelt, que marcaron la historia de EE.UU. con sus conquistas coloniales, entre ellas, la absorción de Puerto Rico, el control de Cuba y del canal de Panamá, esto con un apoyo de armas a la partición de Colombia.
No duda en promover el dólar como moneda de transacción, satisfaciéndose con la dolarización en curso en algunos países de América Latina, con un estímulo especial a Milei, que es quien lo propone. Durante el “liberation day”, se divirtió imponiendo aranceles al mundo entero, aunque fue indulgente con América Latina, a la que planea gravar solo con un 10%, sin ningún “derecho recíproco”.
Poco importa que en todo ello esté pisoteando la reputación internacional de EE.UU. y su papel preeminente en el juego multilateral, negando todas las ventajas que esta posición trajo al país. Más importante parecen ser las Américas. Las palabras duras y arrogantes que emplea contra Canadá y México, sus socios más cercanos, mientras que su lenguaje es de lo más amable con los autócratas al frente de los rivales estratégicos de EE.UU., evocan al gallo que llama al orden a su gallinero.
Cada uno con su zona de influencia
Si se exceptúa el apoyo incondicional de Trump a Israel, hay poca proyección directa de poder fuera de América. Trump parece conformarse con una situación en la que Ucrania vuelve a caer en la esfera de influencia de Rusia, otro golpe para Europa. Y no muestra la voluntad de defender Taiwán frente a un intento de anexión por parte de China.
Es significativo que la administración Trump haya decidido recientemente reducir considerablemente la presencia diplomática de EE.UU. en el continente africano, como si la lucha por la influencia estuviera perdida para ellos. El desmantelamiento de la USAID, la agencia de ayuda al desarrollo, es otro indicio.
En el fondo, ante un mundo multipolar en el que la hegemonía de Estados Unidos es más difícil de mantener, el hilo estratégico seguido por Trump parece ser que cada una de las potencias construya su zona de influencia, reservándose EE.UU. al menos su continente. La Pax Americana se convertiría en Pax in Americas, menor en extensión geográfica pero más imperiosa en su territorio, con un control renovado sobre los países que la componen.
Los imperios más duraderos, se dice, son los que son contiguos geográficamente. Frente a China, que sigue siendo el enemigo designado, no se trataría de actuar con una contención (containment) mundial, como lo hizo antaño Estados Unidos frente a la URSS. Esto debe hacerse en el terreno económico e industrial, disputando industria por industria su posible dominio, corrigiendo los flujos comerciales de todos los países a su favor.
Los asuntos latinoamericanos no parecían interesarle mucho a Trump durante su primer mandato. Por ejemplo, en 2018, faltó de manera muy descortés a la única Cumbre de las Américas de su mandato, pero esto puede cambiar rápidamente. Hay que “persuadir” a estos países para que se desvinculen de China, que en la última década ha logrado avances espectaculares –y tal vez imprudentes– para facilitar sus exportaciones.
Trump ya impuso al presidente de Panamá la expropiación de la empresa china que gestionaba los puertos adosados al canal. El Tesoro estadounidense comunicó recientemente al ministro Marcel su preocupación por la “influenza” china en Chile.
Se intuye que en estos momentos hay reflexiones activas en el Ministerio de RR.EE. sobre el ajuste estratégico que hay que realizar según los escenarios estadounidenses. En cualquier caso, parece necesario reforzar los vínculos políticos y económicos de Chile con los países cercanos y las potencias emergentes. Porque los países pueden rebelarse. Así lo demuestra la reciente victoria electoral de Mark Carney, un decidido opositor a Trump en Canadá, tras las palabras despectivas de este último hacia su país.
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