
Continuidad moderada del aperturismo y contención al poder: León XIV
Durante su discurso inaugural del jueves 8 de mayo mencionó varias veces la palabra paz. En un momento en que los conflictos armados desangran a Ucrania y la Franja gazatí entre otros, sin olvidar la tensión indo-paquistaní, el nuevo Papa alzó su voz para referirse a la paz como beneficio colectivo.
Se dice que el otrora arzobispo de Chicago, el difunto Cardenal George, dijo una vez “Mientras Estados Unidos no entre en decadencia política, no habrá un Papa estadounidense”. Dichas palabras contrastan con quienes ariscaron el ceño cuando supieron que el conclave de cardenales de la Iglesia Católica Romana, tras dos días de deliberación en la Capilla Sixtina, había elegido a un Papa nacido en Estados Unidos. En tiempo de nacionalismo, deportaciones y Guerra Comercial, sencillamente les pareció incomprensible que el obispo de Roma fuera compatriota del Presidente Trump.
Como ha sido la tónica, el actual mandatario estadounidense había manifestado opiniones categóricas cuando se le preguntó si tenía favoritos para el cónclave respondiendo: “No sé, no tengo preferencia, pero debo decir que hay un cardenal de un lugar llamado Nueva York que es muy bueno”. Unos días después no resistió la tentación de polemizar cuando publicó una imagen creada por inteligencia artificial en la red social de su propiedad, con él mismo ataviado como Pontífice, desatando una ola de críticas de fieles y dignatarios católicos quienes censuraron la provocación presidencial en medio de un duelo pontifical, entre otros Monseñor Dolan, el Arzobispo de Nueva York.
Por eso sorprendió que después que el cardenal protodiacono Dominique Mamberti anunciara el nombre del nuevo titular de la sede apostólica petrina, el cardenal Robert Francis Prevost -desde ahora León XIV- en su primera alocución éste mencionara en español a la diócesis de Chiclayo.
Efectivamente había nacido en Chicago, con una ascendencia era diversa (italo-francesa, española y afro-hatiana), a la que se suma un trabajo pastoral de un tercio de su vida en América Latina, concretamente al norte del Perú, en las ciudades de Piura, Trujillo y Chiclayo. Al ser nombrado obispo chiclayano, adquirió la ciudadanía peruana en 2015, por lo que tiene doble nacionalidad estadounidense peruana. Acumuló responsabilidades bajo el Papa Francisco –lo que habla del reconocimiento y confianza pontifical-, quien le nombró prefecto del influyente prefecto del Dicasterio para los Obispos, a cargo de seleccionar a los nuevos cabezas episcopales, y también presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. De ahí que su línea sea de aperturismo, conforme al legado del Papa Francisco, aunque matizado por un estilo y carácter moderado y conciliador, lo que en definitiva le permitió alcanzar la mayoría de más de dos tercios en el
conclave.
Mientas en algunos temas León XIV ha asumido posiciones más tradicionales –como respecto a la familia o el papel de la mujer en la estructura de la Iglesia- en otros puede mostrarse como un serio contradictor de los poderes de esta tierra, particularmente de la corriente política que domina en la Casa Blanca. Su posteo en redes y el propio nombre de Pontífice que eligió nos pueden aportar algunas pistas.
Hace apenas algunas semanas criticó rotundamente las palabras del vicepresidente estadounidense, católico converso, JD Vance, quién replicó la lógica del “sentido común del cariño” que catapultó a la fama al fundador del Frente Nacional francés, Jean Marie Le Pen
durante un programa de televisión en 1984, afirmando hoy que primero se ama a la familia, luego al prójimo o a la comunidad y finalmente al resto. Con un sencillo “JD Vance se equivoca” concluyó sentenciando en X “Jesús no nos pide que clasifiquemos nuestro amor por los demás”.
La línea de fractura podría ser más pronunciada en uno de los temas más sensibles para el movimiento MAGA: la migración. Las palabras y posiciones del obispo Prevost no tienen doble lectura, ha rechazado las políticas de deportaciones y confinamiento sin el debido proceso que han desplegado Trump y Bukele. ¿Acaso podría ser distinto para una religión que venera a una familia de refugiados y perseguidos por el poder político herodiano?
Y aunque se trata de un dignatario religioso que ha cultivado un perfil sobre todo pastoral antes que político, no faltan algunas declaraciones de dimensiones acusatorias –o “proféticas” en lenguaje eclesial-, como la que realizó hace unos 8 años atrás cuando el obispo de Chiclayo aseguró a la prensa peruana que el ex mandatario Alberto Fujimori debía pedir perdón explícito y no genérico por algunas de acciones que calificó de “grandes injusticias”.
Durante su discurso inaugural del jueves 8 de mayo mencionó varias veces la palabra paz. En un momento en que los conflictos armados desangran a Ucrania y la Franja gazatí entre otros, sin olvidar la tensión indo-paquistaní, el nuevo Papa alzó su voz para referirse a la paz como beneficio colectivo, lo que apunta a la urgencia de treguas y negociaciones inmediatas.
El nombre que eligió en el bautizo del pontificado número 267 de la tradición católica es aún más decidor. El anterior papa León, número XIII (1878-1903), innovó en materia de doctrina social de la Iglesia, al punto que algunos le recuerdan como “el Papa de los Trabajadores”. Así testimonian la publicación de la encíclica Rerum Novarum (1891), una respuesta a la crítica cuestión de la precariedad de la vida obrera provocada por la Segunda Revolución Industrial a finales del siglo XIX. En las cartas pontificias, León XIII defendió la propiedad privada y denunció la explotación humana, abogando por el derecho a la sindicalización. Adicionalmente abrió en 1881 los archivos vaticanos a la investigación académica y en otro documento, Inmortale Dei (1885) reconoció el derecho de cada sociedad a dotarse de la mejor forma de gobierno, en referencia a la democracia.
Hoy en tiempos de la Cuarta Revolución tecnológica, básicamente digital, su nombre apunta a un tipo de liderazgo que responda a los cambios antes que detenerlos. Mucho antes, el Papa León I (440-461), llamado Magno, se habría entrevistado con el jefe Huno Atila (probablemente en el 452) en las afueras de Roma evitando que la urbe de Rómulo y Remo fuera saqueada y haciendo retroceder la invasión bárbara. En una época de transición –como la actual-, con el viejo orbe imperial romano cayéndose a pedazos, el obispo de Roma no solo supo adaptarse a los cambios, sino que fundó una tradición en que un pastor religioso -antes que un declarado político- tuvo el talante persuasivo y negociador, premunido de una enorme capacidad de diálogo, para enfrentarse con el mismísimo poder “duro” del mundo.
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