
¿El arte como arma de guerra?
El arte, en todas sus expresiones, ha sido lo que podríamos llamar un arma estilo Sun Tzu, inteligente y perspicaz, para ganar batallas culturales sin matar a nadie. El único muro que ha colaborado a destruir fue el Muro de Berlín.
“Es mejor ganar sin luchar (…) y eso distingue al hombre prudente del ignorante”. Sun Tzu, El arte de la guerra, s. II a.C.
Sun Tzu, siendo un distinguido general hace más de veinte siglos, debió ver los horrores, aberraciones y pérdidas incalculables que causa la guerra armada. El maestro Sun se propuso alcanzar victorias sin batallas, ganar guerras sin hacerlas y avanzar sin destruir ciudades enemigas. Y lo logró. No es una declaración mística. Él diseñó y utilizó estrategias concretas para resultar vencedor, evitando la lucha, la muerte y la destrucción, en la medida de lo posible… Ello requiere mucha más nobleza, inteligencia e ingenio que los que vemos en las guerras actuales.
Hoy los “guerreros” ni se ven. Se parapetan detrás de frías pantallas electrónicas a 300 kilómetros se distancia y se disparan misiles teledirigidos, destruyendo hospitales, escuelas y matando a miles de civiles inocentes. Hoy el soldado no ve la cara de su enemigo, tampoco la de los que mató. No puede dar, pedir ni recibir compasión.
Actualmente hay más de 50 guerras armadas en el mundo, en que intervienen más de 90 países. Huracanes bélicos serpentean por todos lados. Es la mayor cantidad de conflictos armados simultáneos desde la Segunda Guerra Mundial. En general los ignoramos. Que se haya sumado a la lista la guerra de la India contra Pakistán, dos grandes potencias nucleares, no es menor. Y que Netanyahu siga extendiendo sus tentáculos de muerte y destrucción total en Gaza, el Líbano, Cisjordania y Siria, pinta muy mal.
La guerra es la ruina, el hundimiento, el fuego y la asfixia. Neruda decía: Y una mañana todo estaba ardiendo/ y una mañana las hogueras / salían de la tierra/ devorando seres,/ y desde entonces fuego,/ pólvora desde entonces,/ y desde entonces sangre…
La guerra es pura sangre, barro y mierda, según Pérez-Reverte. Hasta Maquiavelo, al que algunos atribuyen la malicia en el consejo de los príncipes, previene que “un príncipe bueno y sabio debe amar la paz y huir de la guerra”.
Trump impuso ahora otra guerra. La guerra comercial que ha declarado contra todo el mundo. Improvisada, mal fundada y errática. Ha generado un caos e incertidumbre que por sí mismos suspenden y desalientan la inversión y generarán una recesión. Además está jugando con fuego, porque muchas guerras comerciales desencadenan guerras armadas. Por ejemplo, las dos únicas y grandes guerras armadas que ha tenido Chile independiente contra países extranjeros (La Guerra contra la Confederación Perú- Bolivia y la Guerra del Pacífico) se originaron en conflictos comerciales.
Otro tipo de guerra que atraviesa hoy al mundo en distintas direcciones es el de las guerras culturales, cuyo eje son los conflictos de identidad. Trump y su Gobierno también están en ello. Ya veremos. Quizás la más fuerte guerra cultural actual sea la del neoconservadurismo nacionalista, a veces libertario posliberal, contra el movimiento woke. Está cruzada por temas raciales, el aborto, la pena de muerte, el feminismo, la diversidad de géneros, el nacionalismo, la inmigración y otros. En estas guerras culturales se tratan de imponer narrativas, costumbres, prohibiciones o liberaciones, para instalar cierta hegemonía. En esta guerra Trump, Putin, Milei, Elon Musk, Le Pen, Netanyahu y Giorgia Meloni pueden estar del mismo bando.
El arte, en todas sus expresiones, ha sido lo que podríamos llamar un arma estilo Sun Tzu, inteligente y perspicaz, para ganar batallas culturales sin matar a nadie. El único muro que ha colaborado a destruir fue el Muro de Berlín.
Como sabes, después de la Segunda Guerra Mundial se dividieron las áreas de influencia del mundo entre las potencias ganadoras, principalmente entre EE.UU. y la URSS. Las tensiones entre ambas potencias hicieron surgir rápidamente la Guerra Fría, y los dos bloques pugnaron por décadas cuál sería el modelo más exitoso: si el que ofrecía más libertades, democracia liberal y capitalismo, liderado por EE.UU., o bien si el que ofrecía el comunismo, la planificación centralizada o socialismo de los soviéticos y su órbita.
La Guerra Fría duró 44 años de fiera competencia por conquistar la cultura, el espacio, las ciencias, la tecnología, el armamento sofisticado, etc. Fue una guerra principalmente cultural, ideológica y política, acompañada de una carrera de armamento nuclear capaz de desintegrar la Tierra y la vida humana varias veces.
En ese contexto se formó la CIA, en 1947, que tuvo un rol importante en la Guerra Fría cultural entre el capitalismo y el comunismo. En los años 50 la guerra cultural la iba perdiendo USA. Casi todos los grandes filósofos, científicos, pensadores, escritores, artistas, músicos y otros protagonistas de la cultura eran entonces de izquierda o comunistas, desde luego en la propia URSS, pero también en los países democráticos de Europa Occidental, y en el propia EE.UU.
En USA el senador McCarthy, campeón de la caza de brujas anticomunista, inició el Comité de Actividades Antiamericanas, buscando y amenazando infiltrados por todas partes. Sin embargo, esa persecución de McCarthy causó un daño a la imagen que Estados Unidos quería proyectar al mundo, de ser el “campeón de las libertades” y las ventajas que ello representaba.
Un agente de la CIA de apellido Braden, culto e inteligente, propuso una estrategia totalmente contraintuitiva para hacer que USA recuperara el rol de campeón de la libertad y tomara la vanguardia cultural del mundo, que hasta entonces seguía liderando Francia. Braden propuso que la CIA financiara e impulsara todas las actividades artísticas y culturales de vanguardia existentes en USA y Europa occidental, aunque fueran de artistas de izquierda, y exhibirlas alrededor del mundo, como una muestra de la libertad progresista y creativa que ofrecían el capitalismo y EE.UU.
La CIA financió con millonarios fondos ediciones de libros y revistas, películas animadas, armó orquestas sinfónicas, organizó conciertos, congresos internacionales de la cultura, grandes exposiciones de arte. Pero la CIA no dejaba su huella. Todo este sistema de financiación y organización del arte y la cultura lo hizo a través de fundaciones y grandes millonarios norteamericanos, como la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford. David Rockefeller, un activo colaborador de la CIA, cumplió un rol fundamental.
En el arte plástico, la CIA fue la financista y promotora principal indirecta de lo que se llama el “expresionismo abstracto”, ese movimiento artístico que nos regaló los brochazos existenciales de Jackson Pollock, los profundos campos de color de Rothko y la energía gestual de De Kooning.
La CIA no creó el expresionismo abstracto, solo lo utilizó o se apropió del arte contemporáneo más vanguardista que existía en USA como arma para ganar la guerra cultural contra el comunismo. Porque, claro, nada habla mejor para expresar que se es un “mundo libre” como un lienzo lleno de manchas raras de colores vivos.
Estos artistas fueron vistos como la cumbre del arte moderno, del espíritu libre e individualista. ¡Y vaya que lo lograron! El MOMA de Nueva York hizo una gran exposición de estos artistas y los compradores pagaban precios millonarios. Luego organizaron una gira de los expresionistas abstractos por Europa. Rockefeller les compró nada menos que 250 cuadros.
El expresionismo abstracto fue un movimiento artístico que es totalmente expresivo del espíritu de cada artista, libre, busca el gesto y la huella de su creador. Es una especie de improvisación mística que revela su interioridad puramente individual. Fue así como Estados Unidos pasó a ser la vanguardia artística del mundo.
Probablemente, Pollock, Rothko, De Kooning y otros artistas del expresionismo abstracto eran comunistas o al menos de izquierda, y no tuvieron la menor idea de que su salto a la fama y el alto precio de sus obras se debía no solo a la calidad de estas, sino también al efecto calculado de un plan de la CIA de usarlos como armas de la Guerra Fría.
En el presente estas estrategias siguen vigentes, solo que con otras caras y otras formas. Hoy, en un mundo en que la información circula a velocidades vertiginosas y el arte se comparte en redes sociales con un solo clic, los gobiernos y los poderes económicos han encontrado nuevas maneras de usar el arte y la cultura como herramienta política.
El arte sigue siendo un arma cultural. La pregunta es: ¿sabes quién lo está usando ahora y para qué?
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