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Presidenciables: el futuro no se construye sin dignidad Opinión

Presidenciables: el futuro no se construye sin dignidad

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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A quienes hoy aspiran a gobernar Chile, no les pedimos poesía ni discursos pulidos. Les exigimos verdad.


Hay un país que no sale en las estadísticas. Un país que no aparece en los discursos ni en los balances. Pero está ahí, vivo y dolido. Es el país que madruga sin esperanza, que sobrevive el día sin certezas, que se acuesta cada noche con una pregunta en la cabeza: ¿hasta cuándo?

Ese país no cabe en los gráficos de crecimiento. Es la señora que hace fila en el consultorio desde la madrugada. El trabajador que se gasta tres horas en transporte para llegar a una pega que paga mal y exige demasiado. El joven profesional endeudado que no encuentra trabajo, o que lo encuentra y no puede vivir de él.

Es la vida de millones, y si la contamos no es por autoflagelación: es porque ya no se puede seguir negando el dolor. Porque Chile no quiere más abusos. Ni más violencia. Ni la que viene del delito, ni la que se disfraza de contrato, de sistema, de norma o de indiferencia.

Una juventud empujada al límite

Los jóvenes en Chile ya no creen en promesas. Han visto a sus padres trabajar toda la vida para terminar con pensiones miserables. Ellos mismos estudiaron con esfuerzo, endeudándose para pagar una universidad que muchas veces no les garantizó nada. Salen al mundo laboral con sueldos bajos, contratos precarios y precios de arriendo que duplican lo que ganan. No es que no quieran tener hijos: es que no pueden. ¿Cómo formar una familia si ni siquiera pueden independizarse? ¿Cómo proyectar una vida si sienten que todo es frágil?

No es falta de ganas. Es agotamiento. Es ver que, por más que se esfuerzan, el sistema no responde. Es vivir con la sensación de que todo está condicionado: el empleo, la salud, la vivienda, incluso la esperanza. Y por eso, cada vez más, optan por no tener hijos. No por egoísmo, sino por realismo.

Adultos mayores: la nueva incertidumbre

En el otro extremo están los adultos mayores. Chile aumentó su esperanza de vida –un logro indiscutible–, pero no se preparó para lo que eso implica. Hoy vivimos más, pero ¿cómo vamos a financiarnos? ¿Con qué pensiones? ¿Con qué servicios de salud, con qué apoyo en la vejez?

Muchos jubilados siguen trabajando porque no tienen opción. Otros dependen de sus hijos, que a su vez están atrapados en un sistema que los exprime. Y el Estado no responde con la urgencia ni con la dignidad que se necesita. Se prometen reformas, pero siempre faltan
votos, tiempo, voluntad.

La vejez en Chile no debería dar miedo. Y sin embargo, lo da. Porque el sistema no está hecho para cuidar, sino para resistir. Y resistir toda una vida solo para llegar a una jubilación de pobreza no es justicia: es una derrota silenciosa.

El rostro oculto de la violencia

Esta es una forma de violencia. Una que no suena como disparo ni aparece en los noticieros, pero que se vive cada día. Es la violencia de la desigualdad, del desamparo, del olvido institucional. Porque Chile también duele cuando los barrios ya no se sienten seguros. Cuando los servicios básicos se convierten en trámites eternos. Cuando las promesas se transforman en discursos repetidos. Cuando los liderazgos pierden credibilidad y el Estado parece una maquinaria lejana.

No basta con decir que “estamos mejor que hace veinte años”. Porque hay gente que no aguanta ni veinte días más. Y esa es la urgencia que no se ve desde el poder.

Octubre sigue presente

Todo esto no es una exageración. Estalló. En octubre de 2019, esa olla a presión reventó. Lo que muchos no quisieron ver, se mostró con toda su crudeza. Y aunque desde entonces se han abierto procesos, debates y reformas, lo esencial sigue igual: el dolor sigue ahí. La herida sigue abierta. Y no se va a cerrar sola.

Entre el cansancio y la esperanza

Pero incluso en medio de esa herida, Chile no se rinde. Hay comunidades que se organizan, vecinos que se ayudan, sindicatos que resisten, jóvenes que siguen soñando. La esperanza no ha muerto, pero tampoco es ciega. Es una esperanza lúcida, que sabe que el cambio no vendrá desde arriba si no se construye desde abajo. Que entiende que no hay justicia sin participación, y que el miedo paraliza, pero la dignidad moviliza.

Mostrar esta cara del país no es derrotismo. Es el primer paso para salir adelante. No hay sanación sin verdad. Y la verdad es que Chile no quiere seguir así. No quiere seguir postergando lo urgente. No quiere más discursos vacíos. Quiere respeto. Quiere justicia. Quiere futuro.

Y sobre todo, quiere que por fin se le escuche.

A quienes hoy aspiran a gobernar Chile, no les pedimos poesía ni discursos pulidos. Les exigimos verdad. Que miren este país de frente. Que hablen con sus heridas, no solo con sus cifras. Porque gobernar no es administrar la comodidad del poder: es hacerse cargo del dolor de la gente.

Y el futuro no se construye sin dignidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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