
Arturo Prat en Europa: una lección de patriotismo y modernidad para Chile
Recordar a Prat es mucho más que repetir su hazaña final. Es también mirar con respeto y admiración esos años europeos en los que, sin estridencia ni gloria inmediata, construyó los fundamentos de su leyenda. Es, en definitiva, inspirarse en su ejemplo.
En la historia de Chile, pocas figuras tienen la estatura moral e intelectual de Arturo Prat Chacón, el héroe inmortal de Iquique. Sin embargo, más allá de su gesta del 21 de mayo de 1879, que lo elevó a símbolo del sacrificio por la patria, hay una etapa menos conocida y no por eso menos significativa: sus años en Europa, entre 1876 y 1877. Ese período, breve pero decisivo, no solo marcó su crecimiento personal y profesional, sino que dejó una huella profunda en la evolución de la Armada de Chile.
En 1876, Prat viajó a Inglaterra con una doble misión: supervisar la construcción del blindado “Cochrane”, pieza clave en la modernización naval chilena de esos años, y al mismo tiempo profundizar su formación intelectual. Había acabado de titularse como abogado en la Universidad de Chile, luego de años de esfuerzo personal, estudiando en condiciones adversas mientras cumplía funciones activas en el mar. Esta capacidad de perseverancia y superación es una de las muchas virtudes que hacen de Prat una figura excepcional: el oficial que estudiaba leyes de noche, mientras servía a la patria desde las cubiertas navales en el día.
Durante su estadía en Europa, Prat recorrió astilleros, presenció pruebas de maquinaria naval y absorbió los conocimientos técnicos y estratégicos más avanzados de la época. Fue testigo directo del salto tecnológico que vivían las armadas de potencias como Gran Bretaña y Francia, y comprendió con claridad que el futuro de Chile como nación libre y soberana dependía del dominio del mar. El historiador Gonzalo Vial Correa, en su célebre obra Prat, Capitán de la Gloria, destaca cómo ese joven oficial supo ver en la profesionalización de la Armada una tarea prioritaria para el país, y cómo entendió que la grandeza militar no podía sostenerse sin una base sólida de conocimiento técnico, legal y moral.
Prat no solo observó; también propuso. Planteó reformas en la formación de los oficiales, insistió en la necesidad de vincular la ciencia con la práctica naval y promovió una ética de servicio basada en el estudio, la disciplina y el amor por Chile. Todo esto lo hizo desde una convicción profundamente republicana, donde la educación y el mérito debían ser los pilares del progreso.
Su visión adquiere hoy una vigencia sorprendente. En pleno siglo XXI, cuando potencias de distinto tamaño como China, India, Estados Unidos y Australia refuerzan sus capacidades navales en el Indo-Pacífico, Chile -con más de 4.300 kilómetros de costa y una proyección tricontinental que incluye Oceanía y la Antártica- necesita consolidar su presencia marítima con liderazgo estratégico, innovación tecnológica y capital humano de excelencia.
La Armada de Chile, herencia viva del pensamiento de Prat, juega un rol fundamental no solo en la defensa del territorio, sino también en la protección de las rutas comerciales, la investigación científica y la cooperación internacional en un océano cada vez más disputado.
La enseñanza que dejó ese joven oficial, entonces de apenas 29 años, va más allá del combate. Su paso por Europa no fue un simple encargo técnico; fue un viaje de transformación intelectual, en el que consolidó su carácter de líder, de estudioso y de ciudadano comprometido con el destino de su patria. Y es esa dimensión la que hoy -en pleno Mes del Mar- debemos reivindicar, en una época en que los desafíos de Chile exigen líderes con preparación, conciencia cívica y sentido del deber.
Para la Armada de Chile, Prat sigue siendo un faro, pero su legado también pertenece a toda la sociedad. Su vida es testimonio de que la verdadera grandeza no nace solo en el campo de batalla, sino también en la constancia del estudio, en la humildad del servicio y en la fe en la patria.
Recordar a Prat es mucho más que repetir su hazaña final. Es también mirar con respeto y admiración esos años europeos en los que, sin estridencia ni gloria inmediata, construyó los fundamentos de su leyenda. Es, en definitiva, inspirarse en su ejemplo para formar nuevas generaciones de chilenos comprometidos, íntegros y preparados para servir a su país en un mundo en constante transformación.
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