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Alasdair MacIntyre: pensar con tiempo y a destiempo Opinión Archivo

Alasdair MacIntyre: pensar con tiempo y a destiempo

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Ignacio Serrano del Pozo
Por : Ignacio Serrano del Pozo Doctor en Filosofía. Profesor de la Universidad Santo Tomás.
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En una época en que la filosofía parece haber sido colonizada por la lógica de la especialización, él defendió con coraje la idea de que pensar es, esencialmente, una práctica social que exige tiempo, y no pocas veces hacerla a destiempo.


El pasado 21 de mayo, a los 96 años, falleció Alasdair MacIntyre. Filósofo escocés de nacimiento, fue una de las figuras más influyentes y radicales del pensamiento moral del siglo XX. Su obra, original y provocadora, trascendió el ámbito académico al ofrecer una crítica contundente al individualismo moderno, al liberalismo tecnocrático y a la fragmentación de nuestras vidas e instituciones.

Tuve el privilegio de conocerlo personalmente en 2014. Para entonces ya estaba retirado, aunque seguía asistiendo con frecuencia a la Universidad de Notre Dame (Indiana), donde se había establecido en sus últimos años. Lo que más me impactó de aquel encuentro no fue tanto el contenido de su exposición, sino la manera en que acogía mis preguntas: meditaba cada respuesta con una pausa larga —incómoda, incluso—, como si reflexionara por primera vez sobre lo conversado, a pesar de que no le planteé nada particularmente complejo o inusual.

En ese momento, me comentó que trabajaba en una autobiografía intelectual. Hasta donde sé, nunca llegó a publicarse. Habría sido un documento fascinante, porque uno de los aspectos más notables de MacIntyre fue precisamente su itinerario filosófico, a menudo marcado por rupturas profundas y giros inesperados.

Comenzó su formación con los clásicos griegos, pero pronto se volcó al marxismo británico de los años cincuenta. En esa militancia temprana descubrió una de las constantes que lo acompañaría toda su vida: su crítica radical al liberalismo y al individualismo moderno. Más adelante estudió a Marcuse y a Freud, dialogando indirectamente con ciertas preocupaciones del freudomarxismo, como la alienación y la racionalidad instrumental. Pero los acontecimientos de Hungría en 1956, y la respuesta del comunismo soviético, lo decepcionaron profundamente.

MacIntyre no solo detectó una crisis en el pensamiento filosófico, sino también en la vida moderna. Denunció una existencia compuesta por fragmentos inconexos: teorías enfrentadas, prácticas escindidas, identidades parciales que se alternan sin integración. De esa intuición surgió Tras la virtud (1981), una obra que revolucionó la política y la filosofía moral anglosajona, pero también con profundas repercusiones en España y Latinoamérica. Allí propuso recuperar la unidad narrativa de la vida moral y situar las virtudes dentro de prácticas sociales y tradiciones racionales vivas.

Ese libro lo convirtió en una figura central del “neoaristotelismo” en la ética contemporánea. Es cierto que Aristóteles nunca desapareció de la filosofía occidental, pero MacIntyre lo reubicó en el corazón de la política. En diálogo con figuras como Arendt o Gadamer, contribuyó a repensar la vida pública desde la noción de virtud, deliberación y praxis comunitaria. Así, se transformó en un protagonista clave en los debates sobre cómo organizar la vida común en tiempos de fragmentación moral.

Posteriormente, dirigió su crítica hacia el modelo de las universidades liberales, donde la hiperespecialización había roto la posibilidad del diálogo entre saberes. Las disciplinas ya no compartían un horizonte común, lo que, según él, impedía toda conversación genuina y debate entre tradiciones. En textos como The End of Education y God, Philosophy, Universities, defendió con fuerza la necesidad de una filosofía primera que restituya la unidad del conocimiento y le devuelva a la universidad su raison d’être.

Convertido ya al tomismo —aunque muy distante de sus versiones más ortodoxas o neoescolásticas—, MacIntyre no aspiraba a retroceder el calendario a un tiempo previo a Descartes, sino a encontrar un terreno común desde donde volver a discutir con seriedad. Ese terreno fue la teoría de la ley natural, comprendida no como una doctrina estática de principios inmutables, sino como una sabiduría práctica anclada en la prudencia y la costumbre.

Cuando parecía que había dado lo mejor de sí, escribió uno de sus libros más breves y lúcidos, Animales racionales dependientes (1999), que parte de una constatación olvidada: todos los seres humanos somos, por naturaleza, dependientes unos de otros. La autonomía moderna ha disimulado esa verdad básica. Fue gracias al feminismo y a la ética del cuidado que se rescató esta dimensión constitutiva de nuestra condición corporal y animal.  Para el caso de MacIntyre, fue la biología aristotélica y la misericordia tomista.

Y, sin embargo, a pesar de este recorrido, nunca dejó de ser —en algún sentido— un revolucionario utópico de raigambre marxista: su atención a la praxis, su crítica a las contradicciones internas del liberalismo y su confianza en las pequeñas comunidades como formas de resistencia contra el capitalismo así lo atestiguan. En los últimos años, se mostró especialmente preocupado por los nuevos totalitarismos digitales: Amazon, Facebook y otras corporaciones que —decía— sabían más sobre nosotros que lo que alguna vez logró saber la Stasi o el Partido Comunista.

MacIntyre fue, ante todo, un filósofo práctico. No en el sentido instrumental del término, sino como alguien que buscó comprender el sentido narrativo de nuestras trayectorias vitales, restituir los bienes internos de nuestras instituciones (más allá del prestigio y el poder) y atender a la fragilidad de nuestras posibilidades humanas. En una época en que la filosofía parece haber sido colonizada por la lógica de la especialización, él defendió con coraje la idea de que pensar es, esencialmente, una práctica social que exige tiempo, y no pocas veces hacerla a destiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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