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Tarapacá: el individuo elegido para evolucionar Opinión Archivo

Tarapacá: el individuo elegido para evolucionar

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Diego Rojo Martel
Por : Diego Rojo Martel Académico de Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad Arturo Prat. Geólogo de la Universidad Andrés Bello y candidato a doctor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Investigador de la relación tectonomagmática en la Patagonia.
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El mismo desierto que Darwin consideró inhóspito puede volver a ser fértil. Quizás los troncos fósiles que recogió en Iquique no solo sirvan para entender el pasado, sino también para imaginar un futuro.


Cuando Charles Darwin recorrió las costas occidentales de Sudamérica en 1835, escribió en su bitácora, tras su paso por el puerto de Iquique y el cruce de la Cordillera de la Costa, que la Región de Tarapacá representaba la más pura definición de un desierto. Tal vez fue tan intensa su experiencia –apenas tres días en la región– que el capitán Fitz-Roy optó por zarpar directamente rumbo al Callao, a 1.500 kilómetros al norte.

Sin embargo, antes de partir, Darwin recolectó en la mina de plata Huantajaya los últimos fósiles de Sudamérica, junto con fragmentos de troncos petrificados de más de 2 millones de años. Probablemente uno se podría cuestionar ¿cómo es posible que en la actual depresión central y en el desierto más árido del mundo –con precipitaciones menores a 1 mm al año– hayan existido bosques?

Aunque suene improbable, la historia geológica revela que hace unos 250 millones de años, el norte de Chile albergó ecosistemas similares a los observados en la selva amazónica. Hoy, en cambio, Tarapacá es un territorio dominado por gravas, arcillas y arenas, fruto de la erosión de antiguos relieves, modelado por la incansable actividad tectónica.

Esta herencia natural ha sedimentado no solo el suelo, sino también la percepción colectiva: la región se ha asociado casi exclusivamente a la extracción de recursos no renovables, partiendo desde el mineral de Huantajaya al salitre, el cobre-molibdeno, e incluso las salmueras con litio de la Pampa del Tamarugal. Es decir, la historia nos muestra que el motor económico de nuestra región ha estado basado en un solo un escenario: la minería.

El problema no es la minería. El problema es depender únicamente de ella. ¿Qué ocurrirá cuando el cobre decline, cuando las faenas se agoten y solo queden enormes cráteres en la tierra? El destino de Tarapacá podría emular el de Detroit, ciudad que fue símbolo de la potencia industrial estadounidense y terminó convertida en emblema de su decadencia. La deslocalización de las automotoras, la búsqueda de mano de obra barata en Asia y la falta de diversificación colapsaron su economía. La lección es clara: sin inversión en educación, innovación y nuevas industrias, toda ciudad o región que se sostiene sobre una sola base está condenada a su derrumbe.

A nivel nacional, la minería representa más del 14% del PIB y en regiones como Tarapacá supera el 50%, por lo que ha sido la columna vertebral del Norte Grande y del país en general. Pero si lo miramos desde la otra vereda, la minería también podría considerarse el campo de mayor debilidad, por lo que, si el Estado y las autoridades centrales y regionales no lideran una transición hacia una matriz productiva diversa, estamos escribiendo el guion de nuestro propio abandono. La diversificación no es un eslogan: es una necesidad. Energías renovables, agricultura tecnificada, turismo patrimonial, logística portuaria y tecnología aplicada no son utopías; son caminos posibles.

Una gran oportunidad para este escenario adverso es el reciente anuncio del Plan de Acción del Corredor Bioceánico Vial, presentado por el Presidente Gabriel Boric en abril de 2025. La ruta que conectará Brasil, Paraguay, Argentina y Chile –más de 2.400 kilómetros– posiciona a Tarapacá como punto clave del eje Atlántico-Pacífico. Pero la gran pregunta es: ¿seremos solo un punto de paso? ¿Una estación de peaje entre los que producen y los que compran? ¿O sabremos aprovechar esta oportunidad para reindustrializar, diversificar y revalorizar nuestra posición geográfica?

Tarapacá no puede seguir siendo vista como una zona de sacrificio. Como bien ha insistido el historiador Hrvoj Ostojic, la región ha sido históricamente tratada desde el centro del país como un pulmón económico desechable. A pesar de que ha generado más de 100 mil millones de dólares en utilidades por extracción de recursos, hoy depende de un presupuesto regional de apenas 47.800 millones de pesos (cerca de 50 millones de dólares), según menciona el Gobierno Regional para el año 2024.

Para notar la brecha en el presupuesto económico, podríamos mencionar que tal presupuesto representa solo un 4% del costo de la remodelación del estadio Santiago Bernabéu (USD 1.270 millones) o el 6,7% del presupuesto total de reconstrucción de Notre-Dame (USD 900 millones). Esa brecha, francamente, es una afrenta.

Pero hay una alternativa. En el norte de África –con climas similares al nuestro– están transformando sus desiertos en polos agrícolas. Egipto lo está haciendo con el ambicioso Proyecto Toshka, que ya ha irrigado más de 500 mil hectáreas mediante canales artificiales conectados al Lago Nasser. En 2023, Egipto exportó 7,5 millones de toneladas de productos agrícolas, generando 8.800 millones de dólares. La agricultura representa el 15% de su PIB y emplea al 25% de su población.

¿Y si Tarapacá tuviera su propio Toshka? Un proyecto de desalinización para irrigar 100 mil hectáreas –una quinta parte de lo hecho por Egipto– requeriría un caudal diario de 2 millones de m³ (23,8 m³/s) y una inversión de largo plazo que podría ser elevada, sin embargo los retornos, es decir, ingresos agrícolas, podrían superar los 7 mil millones de dólares, sin contar empleos, encadenamientos productivos, o impacto en seguridad alimentaria y descentralización.

De esta manera, el mensaje no es abandonar la minería, sino preparar el terreno para lo que vendrá. El mismo desierto que Darwin consideró inhóspito puede volver a ser fértil. Quizás los troncos fósiles que recogió en Iquique no solo sirvan para entender el pasado, sino también para imaginar un futuro: un Tarapacá que evoluciona, no por selección natural, sino por decisión política.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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