Publicidad
Cuando el desarrollo se impone: la Línea 7 y la construcción de la ciudad con las comunidades Opinión Imagen de archivo

Cuando el desarrollo se impone: la Línea 7 y la construcción de la ciudad con las comunidades

Publicidad
Cecilia Manzano y Eduardo Alfaro
Por : Cecilia Manzano y Eduardo Alfaro Vecinos Unidad Vecinal N°5.
Ver Más

Los beneficios del Metro son innegables: mejora la conectividad, descongestiona las calles y reduce la contaminación, pero nada de eso justifica procesos de planificación que marginan a los habitantes de los territorios intervenidos.


En los últimos años, el debate sobre cómo crecen nuestras ciudades ha ganado fuerza. Ya no basta con levantar infraestructura: hoy, más que nunca, es necesario preguntarnos para quién se construye, quién decide y cómo se integran las comunidades en los procesos de planificación y desarrollo urbano. La expansión de la red de Metro de Santiago, particularmente la construcción de la futura Línea 7, se ha convertido en un caso paradigmático de cómo el progreso, cuando se impone sin diálogo, puede dañar profundamente el tejido social y urbano.

Los beneficios del Metro son innegables: mejora la conectividad, descongestiona las calles y reduce la contaminación, pero nada de eso justifica procesos de planificación que marginan a los habitantes de los territorios intervenidos, quienes durante años deben soportar la construcción de túneles, estaciones, movimiento de maquinaria pesada, detonaciones subterráneas, escombros y tierra, así como el ruido persistente de toda gran obra que opera con turnos las 24 horas del día y los siete días de la semana. En comunas como Quinta Normal, Renca y Cerro Navia, vecinos y organizaciones sociales han denunciado con fuerza cómo esta obra pública ha sido ejecutada sin una participación efectiva, incluso sin comunicación a las personas que ahí habitan sobre el proyecto, su ejecución y duración. Nadie les explicó el impacto en sus vidas.

En el caso del Parque Forestal y el Parque de los Reyes, en la comuna de Santiago, los reclamos no son simples resistencias al cambio. Son alertas legítimas sobre la destrucción de áreas verdes patrimoniales, la afectación del arbolado urbano y la alteración de espacios públicos históricos. Como denunció el movimiento ciudadano “Salvemos el Parque Forestal”: “Estamos a favor de la estación en sí. El punto está en el trazado. Ojalá pudiera haber una variación que no implique el sacrificio de más de 100 árboles centenarios”, señaló su vocero Daniel González.

Otro grupo, el colectivo “El Barrio que queremos”, advirtió que las vibraciones del tren subterráneo y las obras profundas deteriorarán la estructura radicular de los árboles, provocando su muerte progresiva en menos de una década. “Lo que no se tala hoy, se secará en pocos años. No es solo una estación: es la pérdida de un ecosistema urbano que tomó más de un siglo construir”, declararon en carta pública.

En Quinta Normal, los vecinos relatan que no fueron informados de los impactos reales de las obras hasta que los cierres perimetrales y la maquinaria llegaron al barrio. “La consulta fue una formalidad. Nadie vino a preguntarnos cómo esto afectaría nuestro parque, nuestra sede vecinal, nuestros niños”, comentó una dirigenta del sector.

Ejemplos hay muchos. Otros incluso han llegado a los tribunales, como es el caso de la construcción de la Línea 6, donde Metro fue multado por incumplir las normas por vibraciones y ruidos molestos en su operación. Es así como comunidades de Santiago, Pedro Aguirre Cerda, Ñuñoa y Providencia demandaron a la empresa. Para los vecinos de la estación Los Dominicos, en Las Condes, este proyecto trajo consigo el deterioro progresivo del parque y los barrios colindantes. En Providencia es paradigmática la destrucción de la esquina de Nueva Providencia con Suecia, donde la nueva estación de Metro se convirtió en una bodega con un entorno sucio, oscuro y muy inseguro para los que allí viven y que transitan, y que ha permanecido por años en esa situación.

Este tipo de desarrollo no solo genera conflicto y desconfianza; además desperdicia una oportunidad valiosa: la de construir ciudad con sentido colectivo y con beneficios para todos. Porque una obra pública no es solo una solución técnica, también debe ser un proyecto político, social y cultural.

Por eso, necesitamos un nuevo enfoque de desarrollo urbano. Uno que reconozca que las comunidades no son obstáculos, sino aliados; que respete el derecho a la ciudad, al entorno y a la memoria de los barrios; que entienda que construir para el futuro no puede hacerse destruyendo el presente. En Providencia, la historia se repite con la decisión de construir la futura Línea 8 y tres piques en sectores altamente residenciales, sin información a sus comunidades y sin el diálogo que la normativa ambiental impone a este tipo de proyectos. No nos oponemos a que el Metro siga creciendo, nos oponemos a la forma en que este se realiza de espalda a los vecinos.

Hoy, más que nunca, urge que el Estado, las empresas públicas y privadas, así como los municipios, integren mecanismos reales de participación ciudadana en los grandes proyectos. La planificación urbana no puede seguir siendo una decisión vertical. Solo así lograremos ciudades más justas, habitables y democráticas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad