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Política exterior de Chile en un mundo incierto Opinión Archivo

Política exterior de Chile en un mundo incierto

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Boris Yopo H.
Por : Boris Yopo H. Sociólogo y Analista Internacional
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Podemos tener posturas convergentes con las grandes potencias y bloques en algunos temas, y en otros no, pero las decisiones que tomemos, al final deben ser consistentes con nuestros principios e intereses.


Hace unos días, entrevistaron a Bill Gates en CNN Internacional y le pidieron que describiera el mundo de hoy en una palabra, y respondió: Incertidumbre. Y claro, cuando, se ven las noticias internacionales hoy, lo que vemos es una multiplicación de conflictos bélicos, guerras comerciales, el auge de populismos autoritarios y del crimen organizado, y los gigantescos desafíos que plantea la crisis climática, las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, y la dramática crisis de natalidad que ya afecta a casi todo el mundo. Y esta incertidumbre extendida a nivel global se traduce muchas veces en un pesimismo creciente en las sociedades. El mejor ejemplo de ello es Europa, donde por primera vez desde la post segunda guerra mundial, los jóvenes ahora perciben que sus condiciones de vida serán peores que las de sus padres.

Este escenario mundial que hoy vivimos no era el que muchos analistas, políticos y economistas habían pronosticado cuando finalizó la Guerra Fría, hace ya 35 años atrás. Entonces, la mirada predominante era que el mundo entraba en un gran período de paz y prosperidad y de ahí, por ejemplo, el  famoso título del libro El Fin de la Historia, de Francis Fukuyama. La democracia liberal y la apertura de las economías con la globalización iban finalmente a acercarnos a esa “paz perpetua” de la cual escribió el filósofo Kant. Y, por algunos años, pareció que iba a ser así. Las economías crecían con dinamismo, la democracia se expandía por el mundo, la pobreza disminuyó marcadamente y las grandes guerras y conflictos parecían en retirada.

Pero esto no duró mucho. La invasión de Estados Unidos a Irak en el 2003, la guerra civil yugoslava, el genocidio en Ruanda, la crisis financiera del 2008 y el auge de los populismos autoritarios demostraron que los cimientos del nuevo orden internacional eran más precarios de lo que pensaba. A esto se suma, el debilitamiento del multilateralismo y de las instituciones internacionales, y la ausencia de un liderazgo global por parte de las grandes potencias, lo que ha incentivado una mayor anarquía en el sistema internacional, y el retorno de prácticas unilaterales para resolver conflictos, reforzadas por un creciente uso del poder militar para dirimir disputas, e imponer a las contrapartes más débiles, las condiciones de resolución a esas disputas. Eso lo vemos claramente hoy, por ejemplo, en la invasión rusa a Ucrania, el ataque de Estados Unidos a Irán, o en la inclemente acción de Israel en Gaza y otras tierras palestinas ocupadas.

Y este el mundo que enfrentará nuestro país en los próximos años. Un mundo marcado por la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos, por el retroceso de la democracia en América Latina y otras partes, y por el debilitamiento del multilateralismo y la erosión de las reglas internacionales basadas en el derecho, que han sido una fuente de predictibilidad, y protección sobre todo para países medianos y pequeños. En este escenario ¿cómo debe navegar Chile en un mundo que seguirá inevitablemente marcado por grandes turbulencias, y abusos de poder por parte de potencias y actores que creen que las reglas aplican para los demás, pero no para ellos? Al respecto, nuestro país tiene un conjunto de principios y una práctica histórica en política exterior, que deben ser reafirmados en la actual coyuntura.

El primero es que, no importando quién gobierne a partir del próximo año, se debe buscar acuerdos básicos en temas cruciales en materia internacional, porque una de las fortalezas de los países en el campo internacional es cuando hablan con una sola voz ante contrapartes en el mundo, ya sea en el ámbito bilateral o multilateral. Por cierto, esto no será fácil, porque se ha instalado cada vez más -en un clima de polarización doméstica- el anotarse puntos y buscar dañar al adversario, usando temas de política exterior, que en un clima más dialogante serían tratados de otra manera. Pero al menos hay que intentarlo, pensando en el bien superior del país.

Por otra parte, para fortalecer nuestra voz y presencia en el mundo, hay que reafirmar lo que dijo en su momento el Presidente Lagos, en cuanto a que “hacemos política exterior desde América Latina” y esto, más allá de las diferencias ideológicas, implica fortalecer lazos y trabajar con todos aquellos que estén disponibles cuando se trate de materias que son de beneficio común, y para intentar reponer una presencia latinoamericana (hoy debilitada) en los grandes debates globales.

Además, hay que reimpulsar alianzas internacionales con países afines (like-minded) de manera flexible, buscando en cada materia de interés las convergencias con otros países, de manera de sumar fuerzas en temas de interés común. Eso significa que los países en estas alianzas serán distintos, dependiendo de la materia a impulsar, pero lo clave aquí es continuar diversificando nuestros vínculos, porque esto aumenta nuestro margen de maniobra frente a escenarios que pueden ser complejos.

Y en este marco, se debe formular una fuerte defensa de principios básicos que guían nuestra acción,  reivindicando el respeto y acatamiento al derecho internacional, al camino multilateral para resolver las diversas disputas internacionales y la promoción y protección permanente de los derechos humanos y la democracia y, al mismo tiempo, rechazar los intentos por algunos de instalar otra vez prácticas que buscan recrear las “esferas de influencia” en el mundo, que buscan relativizar los principios de soberanía y no intervención en asuntos internos, que tanto costó a países medianos y pequeños conseguir en otras épocas, cuando diversos imperialismos se repartían el mundo.

Varios de estos principios son violentados a diario, sobre todo por grandes potencias y bloques, que los interpretan y usan como “menú a la carta”, en función de sus intereses y preferencias políticas (la Unión Europea, por ejemplo, celebró la acción de la Corte Penal Internacional en relación a Rusia, pero la ignora o relativiza cuando se le aplica Israel , en circunstancias que los principios en juego son los mismos). Por eso, la aplicación consistente de estos principios debe ser  una dimensión central de nuestra acción internacional, siempre. Ello no solamente es parte de nuestra tradición histórica en democracia, sino que además protege nuestros intereses en un mundo convulso.

Chile es un país democrático, latinoamericano, occidental en el sur del mundo, e históricamente no-alineado. Esta es nuestra identidad. Podemos tener posturas convergentes con las grandes potencias y bloques en algunos temas, y en otros no, pero las decisiones que tomemos, al final deben ser consistentes con nuestros principios e intereses.

Reivindicar esto ahora, en un mundo donde reaparecen las lógicas de la fuerza e imposición, no siempre será fácil, pero lo hemos hecho en el pasado, y si impera ahora un piso mínimo de unidad en política exterior , o lo que se ha llamado “Política de Estado” (aunque hay un debate pendiente sobre si esta política en realidad ha existido o no) frente a los grandes temas, se puede. Pero esto dependerá finalmente, de salir de la contienda pequeña, y veremos si el mundo de la política, pasada la elección, estará a la altura o no. En el mundo convulso que vivimos, sería muy irresponsable que ellos no acontezca. Pronto sabremos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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