
Cumbre borrascosa
Es una Cumbre necesaria ante la coyuntura, que además contará con eventos paralelos en la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica, y la participación de intelectuales invitados como Daniel Innerarity, Pablo Stefanoni, Joseph Stiglitz, Ha-Joon Chang y Anya Schiffrin.
Hace casi 180 años la escritora Emily Brontë comenzó a redactar la que sería su obra inmortal: Wuthering Heights (Cumbres Borrascosas), a la postre su única novela, dado su temprano fallecimiento en 1848 cuando apenas alcanzaba la treintena.
Aunque Brontë alcanzó a ver publicada su obra en 1847, la versión más conocida es la editada póstumamente por su hermana Charlotte –también conocida por su novela Jane Eyre– en 1850. Con el tiempo, aquel libro se transformó en un clásico de la literatura universal por aludir a situaciones y dilemas que, aunque nacidos de las entrañas de la Inglaterra victoriana, generan efectos que aún se dejan sentir en la sociedad contemporánea: hipocresía, moralina, clasismo y desigualdad de género.
Tampoco hay que olvidar que su tema central corresponde a un relato acerca de los efectos corrosivos de las pasiones. Allí apunta precisamente el significado de “borrasca”, un ruidoso vendaval que asuela a las construcciones expuestas en las alturas, una tormenta salvaje que amenaza la forma de vida que se suele llevar.
Metafóricamente, podríamos decir que es lo que busca abordar la Cumbre que el 21 de julio próximo se dará cita en Santiago de Chile reuniendo, además del Mandatario chileno, a los presidentes de Brasil, Colombia, Uruguay y el jefe del Gobierno español, todos líderes del mundo progresista, bajo el título de “Democracia Siempre”.
Esta última correspondería a la forma de vida en las democracias pluralistas –también llamadas liberales–, hoy bajo tensión y estrés ante un conglomerado iliberal, que va desde radicalismos populistas de mayorías hasta francos autoritarismos, que constituyen la borrasca de emoción y maniqueísmo político.
Para este cuadro las cumbres son entendidas como una herramienta diplomática privilegiada en el concierto internacional actual y, a pesar de su abundancia, pueden fatigar a audiencias siempre atentas a resultados concretos e inmediatos. En nuestra región, la entrevista en Guayaquil entre José de San Martín y Simón Bolívar, el 26 y 27 de julio de 1822, a pesar de su carácter privado, pudo haber sido decisiva en la emancipación.
Ella les permitió sostener un irremplazable encuentro cara a cara para coordinarse en la común tarea. En el mundo, el Congreso de Viena (1815), la conferencia de Paz de París (1919), Yalta y Potsdam (ambas en 1945) seguirían el mismo derrotero. Con el fin de la Guerra Fría hubo una intensificación inusitada del “sistema” de cumbres, que pasó a ser una actividad rutinaria de la diplomacia internacional, apoyada por el multilateralismo de Naciones Unidas, que desde la Conferencia de Estocolmo (1972) apostó al método.
Desde entonces, conferencias de la mujer, cambio climático, entre otras, han sido parte del paisaje global, destacando la reciente en Sevilla para tratar el desarrollo, ocasión en que Petro y Macron polemizaron.
Con el cambio de ciclo se conformaron grupos de países para tratar cuestiones económicas coordinándose en cumbres. Así surgieron el G7, el G8 (con Rusia) y G20 (con participación permanente de Argentina, Brasil y México), o grupos plurirregionales, como el Grupo de los 77, la reunión de economías en el Foro Asia Pacífico y, más recientemente, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). América Latina desde la década del 70 del siglo pasado utiliza el mecanismo Cumbre para un diálogo intrarregional y para la relación con el resto del mundo.
Según relata Enrique Iglesias en la presentación del libro América Latina y la diplomacia de cumbres, los objetivos de las cumbres son generalmente tres: explícitos, implícitos y coyunturales. Los primeros obedecen a los propósitos declarados de tipo internacional, que por su trascendencia interesan a los colectivos representados en la cumbres; los implícitos, a su vez, responden al ámbito más reservado del evento, a veces menos conocido por la calle. Finalmente, los coyunturales atienden la respuesta a los desafíos que emergen de la coyuntura en la que se desarrolla la reunión, pudiendo en ocasiones incluso desplazar los objetivos explícitos que la convocan.
Entre los objetivos explícitos de la Cumbre del 21 de julio están el fortalecimiento de la democracia y el multilateralismo, la reducción de las desigualdades, y la lucha contra la desinformación, que implica regular las nuevas tecnologías.
Adicionalmente, hay que mencionar que Chile busca impulsar propuestas concretas para presentar en la Asamblea General de las Naciones Unidas 2025, lo que supone coordinarse con gobiernos afines (Brasil, España, Uruguay y Colombia) para incidir en su 80ª reunión. De hecho, la Cumbre es un compromiso del Gobierno de Chile en la anterior Asamblea ONU. Los encuentros de jefes de Estado y de Gobierno en la mañana y el almuerzo de la mañana del 21 abordarán estos aspectos, mientras, por la tarde, los mandatarios se reunirán con personeros de la sociedad civil.
Entre los objetivos implícitos existen móviles internos y externos. Para nadie es un misterio que algunos de estos gobiernos llegan debilitados. Es el caso del presidente Pedro Sánchez, quien, a pesar de los índices de crecimiento económico español a la cabeza de Europa, enfrenta acusaciones de supuesta corrupción de anteriores ministros de su gabinete, lo que podría romper la alianza que sostiene el Ejecutivo y adelantar elecciones.
El presidente Gustavo Petro también afronta un clima de crispación política, derivado del incremento de la violencia criminal, el atentado contra el candidato presidencial Miguel Uribe Turbay y la probable descertificación de Washington a la lucha colombiana contra la droga. En los últimos meses, Petro ha aceptado la renuncia de varios ministros y en estos casos la cita internacional es una bocanada de aire fresco o pausa, que podría permitir retomar energía en sus debates nacionales.
Además, hay una dimensión internacional al reforzar vínculos entre los perjudicados por las medidas económicas de la administración Trump. Esta impuso a Brasil 50% de aranceles por el juicio a Bolsonaro por la Justicia brasileña (aunque huele a castigo por el papel brasileño en el BRICS), además de advertir a Colombia que, de no recibir deportados, podría elevar dichos impuestos, y amenazar a España con una negociación y tratamiento arancelario distinto al del bloque europeo por negarse a aumentar al 5% su presupuesto de defensa.
La anterior también forma parte de la coyuntura, que vuelve oportuna la Cumbre descrita. Se constata el avance iliberal en el mundo democrático, amenazado como forma de vida que remite a una existencia sin miedos a participar o disentir en el colectivo y respecto del titular del poder. Desafortunadamente, lo anterior no siempre se traduce en vivir libre de las necesidades –multiplicadas además desde registros aceleracionistas–, lo que engendra graves inequidades sociales, afectando la calidad y textura de la convivencia hasta convertirse en el talón de Aquiles de democracias hoy desafiadas desde dentro.
Solo si vemos la composición de la X Legislatura del Europarlamento apreciamos el crecimiento de las derechas populistas y radicales con cerca de un 26% de la Legislatura. Esta tendencia ha alcanzado gobiernos en el hemisferio por la vía del voto. No hay que olvidar que la democracia pluralista no es solo un rito electoral –condición necesaria, pero no suficiente–, sino un sistema de pesos y contrapesos que impide a una mayoría ocasional aplastar a la minoría, que es siempre depositaria de derechos.
Sin embargo, mediciones regionales de percepción apuntan a cierta desafección ciudadana con la forma de gobierno en beneficio del resultado. Es un aspecto de la “bukelización” de la política. En Chile una encuesta UDP/Feedback Research retrata un retroceso de tres puntos respecto de 2024 en la preferencia por la democracia, la que llega a un 63%. Casi un 30% se declara indiferente al régimen político –cifra que se amplía entre los sectores populares y los más jóvenes–, optando casi en el mismo porcentaje por algún tipo de autoritarismo si las circunstancias lo exigieran.
Por lo tanto, es una Cumbre necesaria ante la coyuntura, que además contará con eventos paralelos en la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica, y la participación de intelectuales invitados como Daniel Innerarity, Pablo Stefanoni, Joseph Stiglitz, Ha-Joon Chang y Anya Schiffrin, quienes aportarán en las posibles respuestas de las democracias ante sus desafíos.
En ese cuadro también hay que hacer una observación. La experiencia Latinoamérica apunta a que, además del desafío global iliberal del radicalismo populista de derechas en expansión, la democracia también ha sido cancelada en la región por experimentos desde el otro flanco –una izquierda radical y personalista–, que, aunque haya accedido al poder con la legítima demanda de justicia social, ha devenido en un franco autoritarismo hegemónico al limitar la libertad de expresión y perseguir opositores.
Por lo anterior, otra futura Cumbre ganaría gravitación, y eventualmente continuidad, si se incorporan otras tradiciones que plantean progreso democrático desde el liberalismo político, como en el caso del primer ministro de Canadá, Mark Carney, o el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves. Así es más probable que el compromiso irrestricto con el multilateralismo, el derecho internacional y los derechos humanos en todo momento y lugar se escuche aún más fuerte en el mundo.
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