
Democracia siempre
Me parece que el ejercicio ha sido relevante y apunta a una real necesidad y urgencia. La gran interrogante es si esto tendrá una continuidad sustantiva o se sumará a la pléyade de bloques e iniciativas que bajo nombres grandilocuentes se reúnen, pero que aportan poco o nada.
La semana transcurrida trajo un evento multilateral relativamente importante a Chile, bajo la convocatoria de Democracia Siempre. Viajaron a Santiago para reunirse con el Presidente Boric los gobernantes de Brasil, Lula da Silva; Colombia, Gustavo Petro; España, Pedro Sánchez; y Uruguay, Yamandú Orsi.
El factor común es el signo político de los participantes, identificados con lo que hoy se suele mencionar como “progresismo”, o sea, en términos un poco más antiguos, con la izquierda política.
Sin duda que los pesos pesados de la reunión fueron Lula da Silva y Pedro Sánchez, los que, con motivo de la asamblea general de Naciones Unidas del año pasado, decidieron impulsar un movimiento de Estados en favor del multilateralismo y de la democracia, en un contexto de acelerado deterioro de ambos sistemas.
El presidente brasileño en sus tres mandatos (está en el tercero) se ha caracterizado por una activa política exterior, buscando siempre instalar a Brasil en un rol más relevante en la arena global, por cierto con resultados diversos. Una constante de sus iniciativas ha sido generar bloques o alianzas que hagan algún contrapeso a la hegemonía estadounidense. En esa línea estuvo, por ejemplo, el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Es interesante notar que el sello de esta nueva iniciativa, denominada por ahora como Democracia Siempre, tiene indiscutiblemente un claro componente valórico relativo a la libertad y al respeto de la dignidad humana. La misma óptica ilumina la promoción del derecho internacional y del multilateralismo. Esto claramente contrasta con otros bloques como el mismo BRICS, donde –como sabemos– varios de sus miembros no son democráticos y han contribuido a erosionar el sistema multilateral.
La pregunta que surge entonces es sobre la coherencia de una política exterior y, por lo tanto, su credibilidad y efectividad. ¿Es posible ser absolutamente pragmático por un lado y principista por otro? Y si no está todo alineado con principios, ¿entonces la regla general es el pragmatismo? Por supuesto que la realidad es siempre compleja y casi nada es blanco o negro, sino predominantemente con matices de gris. Por eso, siendo la regla general el pragmatismo, eso no obsta a que haya límites establecidos que no se deben cruzar, entendiendo que representan o preservan ciertos valores fundantes de un sistema político y de un convenio social.
Entendiendo lo anterior, ¿es viable participar activamente de dos bloques que, aunque pueden tener espectros diferentes, en algunas dimensiones chocan frontalmente?
Podrá haber varias respuestas, pero creo que si estamos en un contexto valórico, el nivel de consecuencia repercutirá sin duda en la credibilidad de quien impulse una política o medida, lo que evidentemente afectará el resultado. De más está señalar que ningún país está exento de este cuestionamiento, incluyendo por cierto a los participantes en esta minicumbre.
Pero volviendo a la reunión misma, me parece que los temas abordados son efectivamente relevantes y que se requiere una alianza de Estados que comprometan acciones para defender la democracia, los derechos humanos y el multilateralismo. Pero, para que ello ocurra, deben consensuarse objetivos muy concretos a los cuales adherir y, por supuesto, implementar las medidas para avanzar hacia su consecución.
Ello incluye ampliar la convocatoria, no importando el signo político, porque de lo contrario esto va a entrar (si es que ya no lo está) en la lógica polarizante de suma cero. Este desafío es más urgente porque, de todos los participantes, la mayoría va de salida y es probable que den paso a gobiernos de signo distinto.
Al término del encuentro se dio a conocer que los gobiernos del Reino Unido, Dinamarca y Canadá habían comprometido su apoyo a la iniciativa, sumándose en las próximas reuniones.
Como corolario de la reunión se anunció que para la asamblea general de este año se presentará una serie de medidas e iniciativas en favor de los objetivos reseñados. Habrá que esperar qué surge a partir de ahí, incluyendo la ampliación de la convocatoria. Por lo pronto, se acordó que España será el anfitrión de la próxima cumbre.
Considerando todos los comentarios y prevenciones vertidos, es de todas maneras destacable el ejercicio que hizo Chile de convocar y reunir a estos jefes de Gobierno. Me parece que recoge y revitaliza una constante en nuestra política exterior, que es el apoyo al multilateralismo, entendiendo que permite defender mejor nuestro interés nacional, otorgando mayor estabilidad y certeza al sistema internacional.
También es una señal potente la explícita promoción de la democracia por gobiernos de izquierda, en una región en que precisamente este mismo sector o una parte ha tenido coqueteos recurrentes con el autoritarismo y subsisten dictaduras identificadas con ese signo.
En síntesis y más allá de los resultados, que están por verse, me parece que el ejercicio ha sido relevante y apunta a una real necesidad y urgencia. La gran interrogante es si esto tendrá una continuidad sustantiva o se sumará a la pléyade de bloques e iniciativas que bajo nombres grandilocuentes se reúnen, pero que aportan poco o nada.
Finalmente, creo que la respuesta a esa pregunta tiene que ver con una cuestión valórica de fondo que exige consecuencia si se quiere tener credibilidad y, por tanto, generar resultados.
Habrá que esperar para tener más luces. Mientras tanto, América Latina aparece tomando iniciativas. Eso en sí es muy bueno.
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