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¿Jara es Lenin? Una respuesta a Hugo Herrera Opinión Archivo

¿Jara es Lenin? Una respuesta a Hugo Herrera

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La pregunta es: ¿por qué Herrera, así como trae tan ligeramente el pasado soviético para encarnarlo en Jeannette Jara, no hace lo mismo con la enorme cantidad de evidencia que vincula a Matthei y su familia con la dictadura?


Hugo Herrera, en este mismo medio, advertía ayer que “Lenin fundó la policía secreta soviética, es responsable del asesinato de cientos de miles de seres humanos, sentó las bases de un régimen sanguinario. Validó la ‘dictadura del proletariado’ […] ese es el credo suscrito y afirmado por Jara. ¿Cómo confiar en ella y su izquierda?”.

Es cierto que Herrera es alguien que anima el debate público y que, desde la academia y los medios, ha podido dar con algunas cuestiones que permiten inteligir lo que pasa. Sin embargo, párrafos como el anterior revelan una argumentación que no solo es rústica, sino que tendenciosa y libera una formato de análisis que, más que esto, es una forma de “infoxicación” que se resuelve en la intención de darle soporte a la candidatura de Matthei, a quien, públicamente y en todo su derecho, declaró su apoyo –a “la candidatura corajuda de Evelyn Matthei”, sostuvo–.

El punto, a mi juicio, es que la prédica de Herrera deja de ser académica y política en el mejor de los sentidos y se sitúa, ahora, en el costado propagandístico o como un pretendido diapasón electoral; y es justo en este perímetro que todo el relato responde a un trenzado de intereses que lo expulsan de la reflexión seria, crítica y con valor –si se quiere– hermenéutico. Abandona la idea y abraza el panfleto. Entonces hace aparecer la historia sin distinciones ni relieves, reemplazando así, sin complejos y en un ejercicio algebraico básico, X por Z.

De esta manera, el tiempo se mecaniza a favor de su zona de interés política en la que la especificidad del momento histórico es absorbida por el gran discurso que se articula desde una ritología anticomunista que le es funcional y que le permite, al fin, revivir muertos.

Entonces Jara es Lenin. Una viva es un muerto.

En esta perspectiva es que el académico intenta atormentar con crímenes pasados que, siendo lo que fueron, no se le pueden atribuir ni al Partido Comunista chileno ni menos situar a Jeannette Jara como el eslabón último y testamentario de una historia abyecta que, en su figura, no tiene ningún asidero, no estiba; no se ajusta al “hoy”.

Y al decir que el leninismo es el “credo” de la candidata, de una forma medio curtida e injusta la hace parte de esos crímenes; le atribuye responsabilidad como si sobre sus hombros pesara parte de vesania y el pecado de los tiempos, obligándola a dar respuestas porque, desde una cierta derecha devenida pensante, se le impone la querella por las millones de muertes que sí carga el PC soviético.

En este sentido, lo de Herrera raya en el insulto contra Jara y da cuenta de lo extemporáneo de su análisis, en el entendido que recurre estratégicamente al pasado totalitario del comunismo para inflacionar el presente con la acústica del mal abreviado, ahora, en el PC chileno y en la candidata comunista.

En Chile, y esto sí es una constatación y no un cómic, los muertos los carga la derecha, no el PC; derecha entendida como ese cenáculo que, tras Pinochet, compuso la coreografía tanática en la que militares, civiles, empresarios y tecnócratas bailaron a su antojo con la muerte y trinaron en un gran coro el puntazo neoliberal que se venía.

Así, para Herrera la historia pareciera simplemente reverberar sin matices, sin tonalidades, quitándole singularidad ahí donde esta se configura no como la suma de puras continuidades que terminarán en la reminiscencia de lo mismo (Jara siendo Lenin), sino a partir de grietas por las que se filtran nuevas significaciones que abren, a su vez, a otros significantes que hacen del presente no un necesario eco del pasado, sino un mosaico de eventos, fuerzas, nuevas correlaciones e intensidades, rupturas, mutaciones de lo político y a toda escala.

Al revés de lo que ensaya Hugo Herrera, entendemos la historia como la distribución de aleatorios e imprevisibles “efectos de superficie”, al decir de Gilles Deleuze. Esto es, que “lo más oculto se ha vuelto lo más manifiesto, todas las viejas paradojas del devenir deben recobrar el rostro en una nueva juventud: transmutación”.

¿No es acaso Jeannette Jara un efecto de superficie que, en tanto diferencia encerrada en el folclore verticalista del PC –cuya cúpula masculina no le ha despejado necesariamente el camino, hay que decirlo–, logra identificar un punto de fuga impactando de manera inédita en aquello que se da a llamar “lo social? ¿No es ella la irrupción de lo oculto-comunista que permite la identificación de una “nueva juventud” en lo político? No nos referimos a una cuestión etaria, sino a la juventud como aquel momento en que las fuerzas de la vida se nos muestran inauditas, sin medida, activándose así la posibilidad de un destino, indeterminado tal vez, pero destino al fin.

Fácil sería, desde esta vereda, decir que Matthei –se insiste, la opción legítima de Hugo Herrera– es hija de un exmiembro de la junta militar que, aunque se ha intentado dulcificar su figura, no fue sino un testigo activo de la barbarie; o que en la FACH se torturó y asesinó gente, o que la misma Evelyn Matthei fue una furiosa pinochetista que no dudó un segundo en salir a la calle en 1998, fuera de sí y con los ojos desorbitados, a invitar al boicot contra España e Inglaterra (al momento de la detención de Pinochet en Londres), gritando que los miembros de estas embajadas en Chile no “se atreverán a salir a las calles”.

O que hace solo un par de meses salió a defender y justificar los crímenes de la dictadura, sobre todo en los primeros años, donde la misión principal del llamado “Comando Conjunto” era asesinar, precisamente, a toda la cúpula del Partido Comunista, lo que hizo. Sí, sería fácil revelar el ethos pinochetista de Matthei.

La pregunta es: ¿por qué Herrera, así como trae tan ligeramente el pasado soviético para encarnarlo en Jeannette Jara, no hace lo mismo con la enorme cantidad de evidencia que vincula a Matthei y su familia con la dictadura? Nadie podría decir que la candidata de derecha asesinó a alguna persona, mas, también, ¿alguien podrá dudar que –y ni siquiera en su fuero más íntimo sino que a un nivel dérmico y visible– no es pinochetista?

Si resolvemos la ecuación, entonces Hugo Herrera también sería un pinochetista, lo que dudo, por cierto. No obstante estos juegos sucios, estas genealogías interesadas, estas voces/poses vacías de potencia argumentativa que manipulan la historia estupidizando a la población, etc., inhabilitan todo asomo de honestidad intelectual, rebajando el debate, volviéndolo una casa de apuestas y no una confrontación de ideas.

Los simulacros, las ficciones, las resurrecciones… la política en toda su corteza de manipulaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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