
¿Qué entiende usted por socialdemócrata?
¿Y entonces? ¿Qué es ser socialdemócrata hoy? Primero, volver a la idea original. El objetivo es una verdadera ciudadanía y eso requiere condiciones materiales y de poder relativamente bien distribuidas en una sociedad. Ese norte no se puede perder.
Vecina, vecino, cuando usted vaya al parque o al almacén, y le hagan la pregunta que todo Chile se está haciendo: ¿es usted socialdemócrata?, no responda altiro. Primero, pregunte de vuelta, ¿qué entiende usted por socialdemócrata? Como es un concepto que tiene más de 100 años, es bueno no apurarse a responder, en especial porque cada uno puede estar entendiendo cosas distintas. En esta columna, desarrollaremos una guía rápida para saber qué responder ante esta pregunta.
Lo primero es partir de la idea original. ¿Por qué “socialdemócrata” y no “demócrata” a secas? ¿Qué hace ese agregado “social” ahí? ¿Qué le podría faltar a la democracia que necesite un adicional o una aclaración? Como sabemos, la existencia de sistemas democráticos con voto universal es algo muy reciente en la historia humana. A fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX la lucha del movimiento obrero era por terminar con el voto censitario (solo votaban los hombres que tenían determinada renta) y lograr el voto universal.
El objetivo era lograr la igualdad ante el Estado. Pero ¿se logra la igualdad sin mirar las condiciones sociales de cada quien? Entonces desde el movimiento obrero surgió la idea de la “socialdemocracia”, es decir, la afirmación de que la ciudadanía requiere no solo igualdad formal (una persona, un voto) sino también atender las condiciones materiales para que las personas puedan participar de la sociedad en igualdad de condiciones. Si su vecino le está preguntando eso, y usted es de izquierda, con mucho orgullo debería responder, sí, soy socialdemócrata.
Luego tenemos los años dorados de la socialdemocracia, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de los años setenta, cuando se hizo el mayor esfuerzo conocido por poner esta idea en práctica, a través de los Estados de bienestar en Europa.
Resultado de la fuerza del movimiento obrero por su resistencia al fascismo y, también, del temor de las élites europeas ante el gigante soviético que golpeaba su puerta, se producen los mayores pactos sociales en la era moderna, generando las mayores distribuciones de la riqueza y el poder hasta ahora conocido.
Se expanden y universalizan los servicios públicos como salud, educación y pensiones, con lo que el Estado asegura condiciones mínimas (y no “mínimas” paupérrimas, sino un mínimo con dignidad) para que todas las personas puedan participar en la vida social y ejercer la ciudadanía.
Además, se establecen los sistemas de negociación ramal y participación de los trabajadores en los directorios de las empresas. Por ejemplo, de esta época viene la norma alemana de que empresas de más de 500 empleados deben tener 50% de participación de los trabajadores en los directorios. Esa norma sigue vigente hasta hoy. Así que si su vecino le está preguntando por esta socialdemocracia, usted también diga que sí, pero no lo diga tan fuerte, porque lo pueden acusar de ultraizquierdista en el Chile de hoy.
Por último, tenemos una tercera versión de lo que significa ser socialdemócrata. Resulta que durante la década de los setenta se produjo una crisis económica conocida como “estanflación”: estancamiento + inflación. Y los economistas de los Estados de bienestar sabían en ese entonces responder al problema del estancamiento o de la inflación, pero no los dos juntos.
Entonces aparece como “la única alternativa” un nuevo conjunto de políticas públicas, cuyos principales creadores fueron Friedrich von Hayek y Milton Friedman, conocido como neoliberalismo, que sí eran capaces de contener la inflación. Estos señores reformularon el pensamiento liberal clásico, al que se le culpaba de generar monopolios, y asumieron el principio de que los mercados no eran algo natural, sino que era el Estado el que los creaba.
Y eso significaba que el Estado podía crear mercados en todas las áreas de la vida, con lo cual era posible desmantelar los servicios públicos que costaban caro e implicaban un alto gasto para el Estado. ¿Se acuerda usted de los semáforos de colegios? Bueno, eso era una política neoliberal para crear un “mercado de la educación”.
¿Y qué pasó con la socialdemocracia? Ante la difícil situación de parecer ser el neoliberalismo “la única alternativa”, otro señor, Anthony Giddens, formuló la idea de una “socialdemocracia de tercera vía”, la cual, en la práctica, implicaba aceptar las nuevas reglas del neoliberalismo, y enfocarse en políticas públicas que permitieran moderar o compensar los efectos del mercado, apostando a tratar de mantener el ideal original, en las nuevas condiciones.
¿Ha escuchado hablar usted de que Chile es el “laboratorio del neoliberalismo”? Bueno, es que aquí esta fórmula se aplicó más que en ningún otro lado. Lo que produjo cosas buenas y malas. La expansión de la educación superior, por ejemplo, donde mucha gente que antes no hubiera podido hacerlo, pudo entrar a una universidad. El problema es que nos terminamos encontrando con universidades de dudosa calidad (porque son empresas cuyo fin es el lucro) y una sobreoferta de carreras sin una planificación de un mercado laboral para recibir a todos esos profesionales (muchos de los cuales hoy trabajan en Uber).
Por estas contradicciones, esta forma de socialdemocracia es polémica. Buena parte de las marchas y protestas de los últimos 15 años tienen que ver con las limitaciones y problemas que esta forma de proveer servicios sociales a través del mercado produjo, porque resultaron estar bien lejos del “mínimo con dignidad”. Entonces, hace bien la candidata Jeannette Jara en no correr a abrazarse con esta idea de socialdemocracia, porque muchos dolores que se viven hoy en día vienen de las limitaciones que tuvo este modelo.
¿Y entonces? ¿Qué es ser socialdemócrata hoy? Primero, volver a la idea original. El objetivo es una verdadera ciudadanía y eso requiere condiciones materiales y de poder relativamente bien distribuidas en una sociedad. Ese norte no se puede perder.
Y lo segundo es asumir que hay mucho por inventar todavía. Los socialdemócratas de mediados del siglo XX no enfrentaron el problema de tener ante sí mercados en la educación y salud, o al capital financiero preocupado de los fondos de pensiones. Nada de eso existía.
Entonces nuestro problema es uno nuevo. A la vez que todo indica que el ciclo neoliberal se acerca a su fin y nadie sabe lo que viene después. La tarea es cómo construir ciudadanía efectiva ante los desafíos nuevos que enfrenta el mundo, como el cambio climático, las migraciones masivas y la inteligencia artificial. Y de ese tipo de socialdemócrata hay que ser sí o sí, por sobrevivencia.
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