
Nuestra historia económica reciente en modo agro
Se diseñó un programa económico ejemplar y revolucionario denominado “El Ladrillo”. Al amparo de este, se reformó el mercado de capitales, se bajaron los aranceles, se abrieron los mercados, se creó el sistema de capitalización individual, se reformaron las leyes minera y laboral, y mucho más.
Soy de aquellos que creen que en materia económica el régimen militar es el que mejor desempeño tuvo en atención a la profundidad de los cambios estructurales que se hicieron. Los siguientes 30 años fueron una cosecha de lo primero y, los que le han seguido, un insulto a los que les precedieron. Si bien los números no dan sustento a mi tesis, como dicen en el campo, el fruto de la cosecha no puede obviarse de la siembra y el trabajo de la tierra. Y, por tanto, todo buen rinde se debe a su excelente plantación, siendo imposible obtener lo primero sin esto último.
Hago un símil país, siguiendo en el mundo rural. Tomemos para ello el secano costero de la zona central.
Hacia los años 70, Chile era como aquellos potreros de la zona donde proliferaba el espino, palqui e infinidad de malezas, un terreno disparejo, fangoso, acompañado de una que otra siembra tradicional y producciones de resultado medio a bajo. Eso éramos como país, un potrero mal trabajado.
El régimen económico de aquellos años tomó este enorme paño improductivo y lo transformó. De ahí su mérito. Lo difícil, si no imposible, para aquella época, era hacer esto último. Sepan, quienes no conocen del agro, que lo terrible del espino no es lo que le da su nombre, las espinas, sino que aquello que no se ve ni se palpa, una raíz de profundidad exorbitante (2 a 3 metros), muy difícil de extraer y, por su parte, lo dificultoso de los terrenos gredosos es que no permiten el buen drenaje y, con ello, la humedad termina evaporándose en vez fluir hacia las napas.
Pues bien, siguiendo este juego de palabras de nuestro campo, la política económica que precedió a los 70, solo se limitaba a quemar la tierra y hacer carbón del espino; en otras palabras, la inflación, al igual que las malezas y el espino, crecía a raudales de año en año y la política de desarrollo interno, junto a las nacionalizaciones y expropiaciones hacían lo suyo, ahuyentando el capital como el agua lo hace de un embalse sin represa.
En consecuencia, había que dar un golpe de timón feroz. No solo erradicar el espino y llevarlo a los cerros, sino que algo mucho más profundo, qué hacer con la tierra y cómo almacenar y dar un uso equilibrado al agua. Se decidió, para ello, implementar lo correcto, así como impopular: erradicar los espinos, subsolar el suelo, establecer un sistema de riego moderno para la época y, lo que es más profundo, hacer del suelo algo rentable.
Para ello se diseñó un programa económico tanto ejemplar como revolucionario denominado “El Ladrillo”. Al amparo de este, se reformó el mercado de capitales, se bajaron los aranceles, se abrieron los mercados, se creó el sistema de capitalización individual, se reformaron las leyes minera y laboral, entre muchas otras. En otras palabras, se cambió el espino por vides viníferas. Y no de una sola variedad, sino varias, tipo cabernet, sirah y carmenere.
El mérito estuvo entonces no solo en dar con las variedades adecuadas sino que también un entorno de producción de avanzada para la época. No olvidar que hablamos de los 70. Nadie lo veía y pocos lo querían. Y hay que reconocer que a un costo alto, porque erradicar el espino de raíz, léase pasar de una economía centralizada a una abierta, sin duda, era una tarea extremadamente difícil.
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