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Educación superior en la era de la incertidumbre y la inteligencia artificial Opinión Archivo

Educación superior en la era de la incertidumbre y la inteligencia artificial

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Francisca Beroíza Valenzuela
Por : Francisca Beroíza Valenzuela Doctora en Educación. Investigadora Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, COES.
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La educación superior debe preguntarse por su impacto y su sentido en la vida de las personas y en el desarrollo. Lo que está en juego no es solo formar profesionales, sino fortalecer el tejido social, ampliar oportunidades y garantizar que el conocimiento se traduzca en bienestar colectivo.


La situación del mundo y Chile está siendo cada día más compleja, social, económica, histórica y culturalmente estamos viviendo cambios drásticos. No son solo los conflictos armados de Gaza, Rusia vs. Ucrania, la guerra en Myanmar, los ataques armados de Corea del Norte, la explosión de la inteligencia artificial, la estrategia loca y eficaz de Donald Trump, las fugaces modas y formas de vincularnos. El mundo está yendo más rápido de lo que imaginamos. Este contexto global impacta de manera directa a la educación superior, que ya no puede seguir funcionando con los mismos supuestos que la sostuvieron hace 5 años.

En una entrevista reciente, Sam Altman, el CEO de OpenAI, la compañía más importante de los últimos años, proyectaba que en 2035 un estudiante universitario que se gradúe si es que para entonces la universidad sigue existiendo en su forma actual, cosa que dudo, podría enfrentarse a una realidad radicalmente distinta: desempeñar profesiones hoy inimaginables, participar en misiones espaciales o liderar proyectos impulsados por tecnologías aún no desarrolladas, en entornos de trabajo dinámicos y altamente especializados.

Ante estos cambios drásticos, se requiere que la universidad también cambie. Las universidades ya no solo deben enfocarse en lo que ya hacían, transmitir conocimientos, preparar a los estudiantes para el mundo laboral, sino también formar personas capaces de pensar críticamente, trabajar de manera colaborativa y adaptarse a un mundo en constante cambio, fortaleciendo competencias socioemocionales y transversales.

Ya no es tema lo teórico, el contenido, sino que saber cuándo y cómo. El desafío no es únicamente técnico o metodológico: también es ético, social y político. Una formación conectada con las demandas del futuro requiere que la universidad mantenga un vínculo permanente con las transformaciones sociales.

La irrupción de la inteligencia artificial plantea nuevas disyuntivas y tensiona aún más el sistema de educación superior. El reto ya no es decidir si incorporarla o no, sino establecer cómo hacerlo bajo criterios éticos sólidos, resguardando la integridad académica y potenciando las competencias humanas que ninguna máquina puede sustituir, es decir, el pensamiento crítico, creatividad, empatía y otras habilidades esenciales para la cuarta revolución industrial y la próxima era de la denominada convergencia tecnológica, que la viviremos dentro de poco o quizás ya la estamos viviendo.

La llamada convergencia tecnológica o Quinta Revolución Industrial marcará una etapa en la que distintas innovaciones, desde la inteligencia artificial hasta la biotecnología y la computación cuántica, dejarán de avanzar por separado para integrarse y multiplicar su impacto. No se trata solo de sumar herramientas, sino de crear un entramado tecnológico que reconfigura radicalmente nuestra forma de vivir, aprender y trabajar.

El concepto, popularizado a comienzos de la década del 2000 por la National Science Foundation (NSF) de Estados Unidos, describe precisamente esta integración sin precedentes. En este contexto, la universidad chilena no puede limitarse a seguir el ritmo: debe anticiparse, formando personas capaces de comprender estas interacciones, aprovechar sus oportunidades y enfrentar sus riesgos éticos y sociales. El debate internacional apunta a una necesidad clave: repensar la gobernanza educativa para que la toma de decisiones, la asignación de recursos y las estrategias institucionales estén alineadas con los cambios vertiginosos de la sociedad y la tecnología.

Frente a este escenario, aterrador para algunos, normal para otros que pensamos que la historia sigue un curso fluido e interesante de admirar, la educación superior debe orientarse hacia un modelo sustentado en cuatro ejes.

Primero, gobernanza adaptativa: un liderazgo universitario ágil, anticipatorio y basado en evidencia, capaz de tomar decisiones rápidas sin perder profundidad, abriendo espacios a la interdisciplinariedad y la experimentación.

Segundo, formación continua y flexible: preparar a las personas para aprender a lo largo de toda la vida, con rutas educativas no lineales, y conexiones reales con distintos sectores productivos y comunitarios.

Tercero, innovación con propósito: integrar tecnologías y metodologías emergentes con sentido pedagógico y criterios éticos claros.

Cuarto, equidad: garantizar acceso, permanencia y oportunidades con un enfoque interseccional.

En definitiva, la educación superior debe preguntarse por su impacto y su sentido en la vida de las personas y en el desarrollo del país. Lo que está en juego no es solo formar profesionales, sino fortalecer el tejido social, ampliar oportunidades y garantizar que el conocimiento se traduzca en bienestar colectivo. Si las universidades no asumen este compromiso, perderán legitimidad y quedarán al margen de las transformaciones que la sociedad demanda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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