
¿Basta con guardias? El desafío del comercio local en Chile
La gran tarea, entonces, no es únicamente combatir el síntoma en Meiggs ni en otras capitales regionales. Es repensar el modelo urbano y comercial de nuestras ciudades.
El histórico barrio Meiggs siempre ha sido un símbolo del comercio en Chile. Durante décadas, fue un punto de encuentro entre pequeños comerciantes y consumidores en busca de precios accesibles. Sin embargo, en los últimos años también se transformó en sinónimo de desorden, informalidad e inseguridad. La respuesta inmediata de las autoridades ha sido aumentar la presencia de guardias y policías. Pero la pregunta es inevitable: ¿es sostenible resolver un problema estructural únicamente con más seguridad?
La experiencia demuestra lo contrario. Lo ocurrido en Meiggs refleja lo que se conoce como la teoría del globo: si se aprieta en un lado, se infla en otro. Reducir el comercio ambulante en un punto no significa que desaparezca, sino que se desplaza hacia otros sectores de Santiago o hacia capitales regionales. Es una estrategia que ordena momentáneamente la vitrina, pero que no ataca el fondo del problema.
El dilema es mayor si miramos el ecosistema completo del comercio local. Los pequeños comerciantes formales, que cumplen con patentes, impuestos y regulaciones, enfrentan una doble presión. Por un lado, la competencia desleal del comercio ambulante que opera sin los mismos costos. Por otro, la irrupción masiva de las tiendas chinas, que con su escala global y cadenas de abastecimiento logran precios inalcanzables para cualquier negocio de barrio. El resultado es un escenario profundamente desigual, donde los que cumplen las reglas ven amenazada su supervivencia.
El orden de nuestras ciudades no se sostiene solo con más guardias. Se necesitan políticas públicas inteligentes que combinen seguridad, regulación y apoyo al comercio local. El desafío consiste en ordenar el espacio público, pero también en ofrecer alternativas reales a quienes dependen del comercio menor, ya sea formal o informal.
Algunas experiencias muestran caminos posibles. En Temuco, por ejemplo, el municipio ha impulsado convenios con grandes tiendas de retail para que pequeños productores instalen ferias en espacios de alta circulación, aunque fuera del centro tradicional. El efecto ha sido doblemente positivo: descongestiona el corazón de la ciudad y abre nuevas oportunidades de venta para los emprendedores locales. Es un avance concreto, aunque todavía insuficiente.
Porque si bien estas iniciativas son valiosas, falta ir más allá: fortalecer a los gremios y cámaras de comercio detallistas, escucharlos y dotarlos de más instrumentos. Ellos no solo generan empleo; también son parte fundamental de la identidad urbana y del tejido social. Una ciudad con comercio local vivo es una ciudad más segura, más diversa y con mejor convivencia.
El problema del comercio ambulante y de la presión sobre los pequeños negocios no es solo económico. Tiene consecuencias urbanas, culturales y sociales. Una ciudad saturada de informalidad pierde atractivo y seguridad. Pero una ciudad que margina a su comercio tradicional también pierde cercanía e identidad. El equilibrio no se logra solo con expulsiones masivas y con tolerancia ciega, también hay que agregar con inclusión, saber distinguir entre quienes son captados por una mafia delictual para ocupar espacios de venta en la calle o quienes realmente tienen una necesidad con el horizonte de formalización a corto plazo, regulación clara y espacios de venta ordenados.
La gran tarea, entonces, no es únicamente combatir el síntoma en Meiggs ni en otras capitales regionales. Es repensar el modelo urbano y comercial de nuestras ciudades. Defender al pequeño comerciante, promover la formalización con incentivos, regular la expansión de grandes cadenas y abrir canales alternativos de venta son pasos indispensables para construir un equilibrio real.
Porque, si no actuamos a tiempo, las consecuencias serán inevitables: ciudades cada vez más inseguras, comerciantes quebrando, espacios públicos dominados por la informalidad y mafias que captan a personas vulnerables para ocupar las calles. No podemos darnos el lujo de seguir parchando con guardias lo que requiere políticas de fondo.
El desafío del comercio local es también el desafío de la democracia en nuestras ciudades: o construimos espacios seguros, inclusivos y con identidad, o terminaremos entregando nuestras calles al desorden y a la ilegalidad.
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