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Las distorsiones políticas de las encuestas Opinión

Las distorsiones políticas de las encuestas

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La proliferación de encuestas puede incentivar (en el margen) a los votantes a no comunicar sus preferencias reales e incentivarlos a comportarse estratégicamente.


El medio satírico de noticias The Onion trasmitió, hace algunos años, un sketch en un programa de debate político en el cual los comentaristas podían ver en vivo cómo bajaba o subía la opinión sobre estos en las encuestas. El efecto fue obvio: el que empezó diciendo que la economía no andaba bien terminó diciendo todo lo contrario al ver cómo bajaba en la opinión pública, y los que encontraban una palabra o tema que mejoraba su posición, lo repetían incesantemente en un loop sin contenido, como un perro que se come la cola.

Algo parecido está pasando hoy con la obsesión por las encuetas políticas en Chile. Con la proliferación de las encuestas semanales y la obsesión que hay en la política chilena al dejarse guiar por estas como único norte, surge una pregunta: ¿cómo influyen estos sondeos en los incentivos de los políticos y en la decisión de los votantes?

Potenciales efectos en los votantes 

El teorema de Gibbard-Satterthwaite, demostrado en 1973 por el filósofo Allan Gibbard y más tarde independientemente, en 1975, por el economista Mark Statterthwaite, señala que –en jerga económica de la teoría de la elección pública– “no existe sistema de votación uninominal no dictatorial para tres o más candidatos que no sea manipulable”. En simple, en todo sistema de votación para elegir un ganador, que considere el voto de más de una persona y permita tres o más candidatos, existe siempre la posibilidad de votar estratégicamente, esto es, votar por un candidato que no es el preferido (es decir, mentir a través del voto).

El teorema sugiere entonces que la honestidad en las votaciones, al parecer, no siempre es la mejor estrategia política. Así las cosas, a principios de la década de 1970, Allan Gibbard y Mark Satterthwaite, basándose en el trabajo seminal del Premio Nobel Kenneth Arrow, demostraron que con tres o más alternativas no existe ningún sistema de votación razonable que no sea manipulable; los votantes siempre tendrán la oportunidad de beneficiarse al presentar una elección falsa a través de votar estratégicamente (véase Taylor, 2005).

Esto, dicho sea de paso, arroja un manto de duda con respecto a que las elecciones democráticas en realidad reflejarían la “voz del pueblo”, sino que más bien reflejarían las “estrategias para ganar” de los ciudadanos autointeresados.  

Ahora bien, la votación estratégica depende de conocer las preferencias del resto de votantes, para saber si, por ejemplo, mi candidato preferido no tiene opción de ganar y entonces me convendría votar por otro menos preferido, o si prefiero votar por un candidato contrario al de mi orientación política, para que este pase a segunda vuelta, haciendo más competitivo en segunda vuelta a mi candidato, etcétera.

Pues bien, es esta información la que proveen las encuestas y, mientras mayor la regularidad de las mismas, mayor es el conocimiento sobre las preferencias del resto y, por lo tanto, mayor el incentivo a la votación estratégica. Esperaríamos entonces observar que, cuando las encuestas muestran una oportunidad de votación estratégica, los actores políticos y sus votantes respondan votando estratégicamente. Ejemplos de esto sobran, y parece ser que son más comunes ahora que cuando las encuestas eran menos seguidas. 

En la elección de 1964 la derecha abandonó a su candidato en favor de Eduardo Frei; en la reciente elección en el Reino Unido los votantes demócratas-liberales y laboristas hicieron pactos por omisión de facto en ciertas circunscripciones para que no ganaran los tories; y en la campaña presidencial en curso en Chile no han faltado llamados a abandonar a los candidatos más débiles en favor de los mejor posicionados en las encuestas. 

Hay evidencia empírica que señala que las encuestas afectan e incentivan al voto estratégico, ya que algunos votantes se muestran menos dispuestos a apoyar a un partido cuyas posibilidades de ganar parecen escasas (Blais, et al., 2006; Schlegel, et al., 2023).

Todo lo anterior sugiere que, a medida que se masifiquen las encuestas semanales e incluso más seguidas, más incentivo habrá a abandonar a los candidatos débiles –pero que reflejan quizás mejor nuestros valores– y a votar estratégicamente, abandonando convicciones y valores políticos, por seguir estrategias de dominación de corto plazo.

Las encuestas de opinión pueden afectar a la opinión pública, ya que las personas cambian de actitud tras conocer lo que piensan los demás. Una posibilidad inquietante es que las encuestas de opinión tengan la capacidad de crear “efectos de masa” o “cascadas”, en las que la opinión mayoritaria se hace cada vez más grande con el tiempo gracias a las encuestas. Dicho en chileno, las encuestas semanales podrían incentivar a que los votantes se suban al “carro de cualquier victoria”, votando estratégicamente en vez de hacerlo por sus verdaderas preferencias.   

Potenciales efectos en los candidatos

Por el otro lado, los estudios sobre los cambios de los candidatos como respuesta a las encuestas son más escasos, aunque cualquier persona que siga las noticias podría mencionar varios ejemplos de esto. Aun así, sabemos que, dado que el objetivo de los políticos es conseguir votos para ganar elecciones, los candidatos tienen un enorme incentivo de corto plazo para “falsear” sus verdaderas opiniones o para cambiar sus posiciones impopulares (de la boca hacia afuera) para llegar a más gente, incentivo que lleva a que el político –en las palabras de Douglas Bailey– deje de liderar y empiece a seguir.

Como en el fragmento de sketch de The Onion, los candidatos empiezan a repetir incesantemente lo que los hace subir en las encuestas y a omitir lo que los hace bajar en estas, disminuyendo con ello la calidad del debate público y, mediante una suerte de selección natural, incentivando la deshonestidad y falta de principios en la política. Por ejemplo, el cientista político Stephen Dawson (2022) ha encontrado evidencia de que, en algunos casos, las encuestas de opinión pueden socavar las elecciones democráticas.

Al estudiar elecciones presidenciales en todo el mundo, Dawson (2022) demostró que, cuanto más reñida parecía la carrera en las encuestas de opinión antes de las elecciones, mayores eran los riesgos de manipulación y fraude electoral. Por lo demás, las encuestas de opinión no solo influyen en los políticos para socavar la integridad de las elecciones, también afectan la forma en que vota la gente.  

En síntesis, la proliferación de encuestas puede incentivar (en el margen) a los votantes a no comunicar sus preferencias reales e incentivarlos a comportarse estratégicamente, “falsear” sus preferencias o a dejarse llevar por el “carro de la victoria”, y a los candidatos a convertirse en veletas o esclavos del “viento de las encuestas”, incentivándolos a adaptar sus posiciones según la caprichosa opinión pública.

Algunos podrían considerar esto positivo para la democracia: la votación estratégica moderaría el voto y la flexibilidad de los candidatos daría más control a los votantes. Sin embargo, el efecto más visible parece ser lo contrario, los ciudadanos terminan eligiendo al candidato “con más opciones de ganar” o al  “menos malo”, y los políticos parecen vivir cada día más bajo la máxima de Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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