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Ya no más

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Como muchos chilenos progresistas, afirmamos que esto no da para más. Está llegando el momento de levantar una fuerza política nueva: no un remiendo del pasado, sino una construcción desde las identidades que se sumen, pero donde los que manden cedan la posta a dirigentes renovados.


Se está produciendo, ante nuestros ojos, un encuentro largamente incubado en la derecha chilena. No es un accidente ni un malentendido: es la convergencia de una vieja derecha que suma a antiguos pinochetistas —que nunca estuvieron cómodos bajo la sombra de Kast— con diversos exdemócratacristianos, técnicos y profesionales que por años vivieron en la frontera.

Esto viene desde la Nueva Mayoría y desde Piñera. Mal que mal, eso fue el expresidente: un ex DC atípico pero de derecha, el único que reivindicó la democracia en su sector y se atrevió a tratarlos de “cómplices pasivos”. En esa ambigüedad se sentían cómodos algunos de los que eran nuestros: no compartían el grito de barricada, pero tampoco podían habitar plenamente la casa de la DC. Lo que la dictadura no logró dividir, hoy lo logra la derecha, en una especie de venganza tardía de la historia.

Con qué ansiedad esperaron este momento. Lautaro Carmona no desató nada nuevo: solo les dio la excusa. Porque algunos ya habían cruzado el Rubicón hace rato y otros, inseguros, siempre apostaron al caballo ganador. Al final se atrevieron, aunque con la incomodidad de quienes saben que también les tocará “comerse sapos”, como confesó sin pudor su candidata Evelyn Matthei al hablar de los republicanos que integrarían su eventual gobierno.

Personas comunes como yo nos preguntamos: ¿cuántos de estos conversos —y algunos que por tradición aún no salen del clóset— estarán hoy tirando los dados como los soldados que echaban suertes en la cima del Gólgota? ¿Cuántos estarán ganándose la membresía con caras serias y con un fingido, bien calculado dolor?

¿Cuánto tiempo meditaron esta fuga, saliendo a escondidas en la noche, como si debieran el arriendo atrasado? No somos ingenuos. Son los mismos que nos vendieron la necesidad de desmovilizar al país durante la transición, los que pactaron no tocar las privatizaciones de la dictadura, los que suspiraban por traer de vuelta a Pinochet, los que una y otra vez justificaron lo injustificable. Hoy, simplemente, se quitaron la careta.

¿Cómo se habrán sentido algunos, por quienes muchos profesábamos un respeto sincero, al acompañar a Matthei en su candidatura? No lo sé. Tal vez fue solo a sorprendidos como yo a quienes nos dolió verlos allí. Pero lo cierto es que este paso es definitivo y sin retorno. No hay marcha atrás. Desde hace rato estaban, emocional e intelectualmente, al otro lado del río. Y ahora han sido recibidos como “camaradas” por una derecha que los abraza con alivio: finalmente pueden seguir siendo los mismos derechistas, pero con cara de demócratacristianos.

Pero este no es un asunto de traiciones personales ni de pequeñas cuentas pendientes. Lo que está en juego es mucho más grande: se trata de definir si Chile seguirá atrapado en las mismas coordenadas que nos han conducido al estancamiento, o si nos atrevemos a abrir un camino nuevo.

La vieja disputa entre Estado y mercado, entre socialismo y capitalismo, entre izquierda y derecha, ha demostrado ser una jaula. Una jaula conveniente para quienes, desde la política o los negocios, se han acostumbrado a repartirse el poder y administrar la mediocridad. Una jaula cómoda para quienes, disfrazados de centro, han hecho del cálculo y del acomodo una identidad.

Chile necesita otra cosa. No un arbitraje tibio, sino un Estado que cautela el bien común, que nivela la cancha en serio, que impide que la codicia pase por encima de la solidaridad. Un potente y sostenido crecimiento económico que vaya mucho más allá de las estadísticas. Un pacto social por el crecimiento con equidad, en el que desde el inicio quede acordada la meta del crecimiento y la meta de la solidaridad, es decir, cómo se reparten los frutos de ese crecimiento sin cuestionamientos ni aumentando la desigualdad. No queremos un desarrollo que solo beneficie a los mismos de siempre y reparta sus frutos haciendo más ricos a los ricos, terminando —de forma inverosímil— por agrandar la brecha.

La democracia tampoco puede seguir siendo entendida como un ritual vacío. Necesita reformas profundas para asegurar gobernabilidad y participación real: una ciudadanía que decide, que controla, que exige. Y desde temprano: una educación cívica para los niños, que forme ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes, capaces de sostener y defender la democracia en el tiempo. Y una política que vuelve a ser palabra empeñada, no un simple contrato de adhesión a intereses transitorios.

Lo repito: no es un ajuste cosmético, es un cambio de rumbo. La apertura que Chile necesita no se juega en las alfombras de la derecha ni en las oficinas de los operadores; se juega en la capacidad de construir un horizonte común donde la justicia social, la equidad y la dignidad sean los cimientos de un país que vuelva a creer en sí mismo

Como muchos chilenos progresistas, afirmamos que esto no da para más. Está llegando el momento de levantar una fuerza política nueva: no un remiendo del pasado, sino una construcción desde las identidades que se sumen, pero donde los que manden cedan la posta a dirigentes renovados, legítimos representantes de sus comunidades, con la autoridad que da la confianza de los suyos y no el favor de las élites.

Algunas personas que han leído mis columnas me preguntan: ¿Cuál es la propuesta? Y yo creo que, más que reconstruir, ha llegado la hora de formar, de conversar, de debatir, de proponer, de actuar con coherencia e integridad. Ha llegado el tiempo de formar algo nuevo, parándonos en lo mejor de nosotros mismos, sin odiosidades, en paz, en positivo. Esto debe ser un aporte, no algo que se hace contra alguien.

Tal vez esté muy equivocado, pero junto con defender la democracia frente al riesgo que representa Kast, hay que empezar a abrir el camino con la cara descubierta, con valentía, con humildad, no escondidos en medio de la noche.

La alternativa está clara: un Chile que puede crecer y repartir con justicia, un Chile que educa a sus hijos en ciudadanía, un Chile que abre la política a la grandeza de lo común. Un Chile que protege el medio ambiente y que ofrece un futuro real para los jóvenes. En fin, una patria que respeta la diversidad y que es ejemplo de igualdad de género.

Esa es la apertura y ese es el quiebre. El resto es pasado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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