
La triple crisis silenciosa: sueño, aire contaminado y la salud de la población chilena
La reforma a la salud que Chile necesita no puede limitarse a discutir financiamiento. Debe ampliar su mirada para reconocer que la calidad del aire que respiramos y la calidad del sueño que tenemos son dos caras de la misma moneda: la salud integral.
Imagine un tratamiento capaz de combatir la hipertensión, la diabetes y la depresión. Ahora, imagine que su efectividad es saboteada noche tras noche por un enemigo invisible que se cuela en nuestros hogares y pulmones. Este no es un escenario ficticio. Es la realidad de miles de chilenos cuya salud es vulnerada por una triple crisis: la epidemia de trastornos del sueño, la carga de enfermedades crónicas y la contaminación del aire que empeora ambas.
Nuestro sistema de salud opera con una visión fragmentada. Recetamos fármacos para la presión arterial, pero no investigamos si el paciente sufre de apnea del sueño. Tratamos la ansiedad, pero ignoramos el insomnio que la alimenta. Y en este diagnóstico incompleto, omitimos sistemáticamente un agresor clave: el aire contaminado que respiramos.
La evidencia científica es contundente: la contaminación atmosférica – material particulado (MP2.5), dióxido de nitrógeno (NO2) – no solo irrita los pulmones. Es un disruptor del sueño. Las partículas finas penetran profundamente, generando inflamación sistémica y estrés oxidativo que fragmentan y deterioran la calidad del sueño. Para quienes ya padecen de apnea obstructiva del sueño (AOS), la contaminación incrementa la irritación de las vías respiratorias, empeorando los episodios de apneas nocturnas. Es un círculo vicioso: el aire contaminado empeora el sueño, y la mala calidad del sueño debilita al organismo, haciéndolo más vulnerable a los efectos de ese mismo aire contaminado.
Esta sinergia negativa tiene consecuencias dramáticas. La AOS es un generador de enfermedades cardiovasculares, metabólicas y de salud mental. La contaminación del aire también lo es. Cuando se combinan, su impacto no se suma, se multiplica, acelerando el daño a nuestro organismo: en nuestro sistema circulatorio, por ejemplo. aumentando el riesgo de infartos y diabetes; y en nuestro sistema nervioso, generando insomnio, y agravando la ansiedad y depresión.
La oportunidad y la urgencia para Chile es clara. Abordar esta crisis requiere una mirada integral de “Una Sola Salud” (One Health), que entrelace la salud ambiental con la humana.
- Política pública conectada: Los planes de descontaminación atmosférica deben evaluar su impacto no solo en la reducción de enfermedades respiratorias agudas, sino también en la mejora de la salud del sueño y la reducción de la carga de enfermedades crónicas en la población. Este es un argumento de peso para políticas más audaces.
- Un sistema de salud que haga las preguntas correctas: Los médicos deben incorporar dos preguntas fundamentales en la atención primaria: “¿Duerme usted bien?” y “¿Vive en una zona de alta contaminación?”. Identificar a los pacientes en esta intersección de riesgos permitirá intervenciones más precisas y preventivas.
- Inversión estratégica: Formar especialistas en medicina del sueño y equipar la red pública en capacidad diagnostica y de tratamiento es crucial. Pero también lo es priorizar la salud respiratoria de la población como un determinante crítico del descanso nocturno.
La reforma a la salud que Chile necesita no puede limitarse a discutir financiamiento. Debe ampliar su mirada para reconocer que la calidad del aire que respiramos y la calidad del sueño que tenemos son dos caras de la misma moneda: la salud integral. Garantizar el derecho a la salud implica también el derecho a un ambiente limpio y a noches de sueño reparador, lejos de los efectos silenciosos de la contaminación. Despertar ante esta realidad es el primer paso para construir un país más sano y resiliente.
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