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Reconocer a Palestina mientras se ignora a los palestinos Opinión Archivo

Reconocer a Palestina mientras se ignora a los palestinos

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Dana El Kurd
Por : Dana El Kurd Profesora asociada de Ciencias Políticas y miembro no residente del Arab Center Washington.
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En estas condiciones, los palestinos deben preguntarse: ¿Qué Estado se reconoce ahora? ¿De qué sirve ese reconocimiento? Sin abordar seriamente estas preguntas, las declaraciones de reconocimiento de las potencias extranjeras caerán en saco roto.


En las últimas semanas, varios países occidentales han anunciado su intención de reconocer a Palestina como Estado, entre ellos Francia, Canadá, Malta y Bélgica. El primer ministro británico, Keir Starmer, hizo lo propio, pero en forma de amenaza explícita: su Gobierno reconocería el Estado de Palestina si Israel no accedía a un alto el fuego en Gaza.

Estos anuncios representan el impulso de más alto perfil para el reconocimiento del Estado palestino desde 2012, cuando Palestina obtuvo el estatus de observador en las Naciones Unidas. Durante muchos años antes de los ataques dirigidos por Hamás el 7 de octubre y la campaña militar de Israel en Gaza que les siguió, la comunidad internacional parecía haber renunciado a la idea de una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí.

En su lugar, los responsables políticos estadounidenses buscaron acuerdos de normalización árabe-israelíes a través de los Acuerdos de Abraham, que eludían por completo la cuestión palestina. Mientras tanto, la comunidad internacional no ha exigido responsabilidades a Israel por su anexión de facto de los territorios palestinos, ni a la Autoridad Palestina por su creciente ilegitimidad e inclinación autoritaria. De hecho, en cierto modo la han alentado.

Palestina ya ha sido reconocida como Estado por 145 países, pero como el último impulso para su reconocimiento procede de Estados poderosos, incluidos algunos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, la noticia ha sido recibida con gran atención. Sin embargo, en medio de unos niveles de violencia masiva sin precedentes en Gaza, ¿qué puede conseguir realmente el reconocimiento? ¿Cambiaría significativamente las condiciones materiales en Israel y Palestina, o es sólo teatro político?

Estas preguntas han encendido un debate entre analistas israelíes y palestinos, estudiosos de las relaciones internacionales y expertos jurídicos. El politólogo y columnista de World Politics Review Paul Poast argumentó que el reconocimiento por sí solo puede no resolver el conflicto, pero sigue siendo una señal significativa por parte de los actores internacionales. Señaló correctamente que el reconocimiento está ligado a la soberanía, o «la noción de que un gobierno tiene tanto el control sobre su territorio como que otros gobiernos reconocen legalmente ese control».

Tanja Aalberts, que escribe sobre la soberanía y el reconocimiento internacional, ha señalado de forma similar que la soberanía es la «identidad» de un Estado, constituida por las normas de la sociedad internacional. En esta formulación, los Estados son reconocidos como soberanos si cumplen el derecho a la autodeterminación de un grupo de personas. En contadas ocasiones en el pasado, el sistema internacional incluso se ha negado a reconocer a ciertas entidades políticas como Estados porque violaban este derecho. Rodesia, por ejemplo, estaba controlada por un gobierno de minoría blanca que no concedía la autodeterminación a su población y, por lo tanto, sólo logró el reconocimiento generalizado como Estado soberano en 1980, cuando pasó a ser gobernado por la mayoría y pasó a llamarse Zimbabue. Acompañada de un embargo comercial de la ONU a Rodesia, la decisión de la comunidad internacional de no reconocerla tuvo una enorme importancia.

Los anuncios más recientes de reconocimiento de Palestina han sido recibidos en algunos rincones con cinismo, sospecha e incluso alarma. Los analistas palestinos, en particular, han señalado que estas declaraciones son una manera fácil para los actores internacionales de dar la apariencia de acción sin realmente responsabilizar a Israel por los impactos de la guerra en Gaza. Entre ellas, cientos de miles de personas muertas o heridas, muchos civiles detenidos y torturados, millones de desplazados y víctimas de la hambruna, y la destrucción de casi el 80% de las infraestructuras de la Franja de Gaza. Estas condiciones han sido identificadas de forma creíble como genocidio por expertos jurídicos y organizaciones de derechos humanos de todo el mundo, así como dentro del propio Israel.

En lugar de exigir responsabilidades a los dirigentes israelíes, el reconocimiento es una pantalla que se puede sostener ante el público nacional para aplacar el creciente descontento de la opinión pública. Además de evitar la rendición de cuentas, el reconocimiento de Palestina no contribuye a presionar a Israel para que ponga fin a la guerra. Como han argumentado otros analistas, hay muchas palancas disponibles para presionar a Israel, incluyendo un embargo de armas, sanciones y el cumplimiento de las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional contra líderes israelíes. El reconocimiento de Palestina no utiliza ninguna de estas palancas.

Además, los países que están considerando el reconocimiento de Palestina han establecido algunas condiciones. El presidente francés, Emmanuel Macron, dice que París sólo reconocerá a Palestina si Hamás se «desmilitariza.» El primer ministro canadiense, Mark Carney, de manera similar, condicionó el reconocimiento de su país a que la Autoridad Palestina finalmente celebre elecciones que excluyan a Hamás. Como señalaron el mes pasado los expertos jurídicos palestinos Noura Erekat y Shahd Hammouri, la Autoridad Palestina se mantiene como representante legítima de la soberanía palestina en siete cláusulas distintas del documento publicado por la conferencia internacional sobre Palestina convocada por Arabia Saudí y Francia el mes pasado, que precedió al anuncio de reconocimiento por parte de Francia.

Esto habla de la cuestión principal que está en juego con estos anuncios de reconocimiento: En ningún momento ningún actor internacional ha considerado lo que el pueblo palestino quiere o incluso lo que aceptaría. No se trata de una cuestión meramente moral, sino estratégica, ya que sin el apoyo de la población, las soluciones no irán a ninguna parte.

Entonces, ¿qué piensan realmente los palestinos? En primer lugar, están profundamente insatisfechos con la Autoridad Palestina. Según la última encuesta, publicada en mayo, el 81% de los palestinos quiere que el Presidente Mahmoud Abbas, jefe de la AP, dimita. Sólo el 15% está satisfecho con la actuación de la AP en los dos últimos años. A menudo se hace referencia a la AP como «subcontratista de la ocupación», acusada de centrarse en la coordinación de la seguridad con Israel por encima de la defensa de los palestinos, y de aferrarse a su propio poder decreciente a expensas de las aspiraciones del pueblo palestino.

Hamás tampoco tiene un mandato popular. Sin duda, el 32% de los palestinos apoya al grupo militante, frente al partido Fatah de Abbas, que obtiene el 21%. Pero el 34% de los palestinos encuestados -el grupo más numeroso- dijeron que no sabían a quién apoyaban o se negaron a responder a la pregunta.

Está claro que el reconocimiento del Estado palestino a costa del mantenimiento de la Autoridad Palestina en su forma antidemocrática actual no tendría ninguna base de apoyo entre los palestinos. La convocatoria de elecciones limitadas no resolvería esta cuestión y, de hecho, sólo empeoraría la percepción de ilegitimidad de la AP.

Cuando se les pregunta por sus aspiraciones de tener un Estado, el 47 por ciento de los palestinos apoyan una solución de dos Estados, mientras que sólo el 15 por ciento apoya una confederación y el 14 una solución de un Estado en el que vivan en Israel con los mismos derechos. Sin embargo, el verdadero significado de una solución de dos Estados para los palestinos -un Estado propio con una soberanía significativa- no es algo que Israel esté dispuesto a aceptar. Y eso se nota, pues el 67% de los palestinos cree que la solución de los dos Estados ya no es factible.

Los palestinos siempre han deseado la autodeterminación y la soberanía real, que no significa cantones de autogobierno limitado, sino el control sobre su territorio, su defensa y su pueblo.

En 1993, los palestinos pensaban que los Acuerdos de Oslo les prometían un camino hacia ese Estado. Pero esto nunca ha sido algo hacia lo que Israel estuviera dispuesto a negociar; el entonces Primer Ministro Yitzhak Rabin declaró claramente en 1995 que lo que se ofrecía era «una entidad menos que un Estado». En la actualidad, dirigentes israelíes como el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, rechazan incluso la noción de autogobierno y ofrecen a los palestinos la rendición completa o, de lo contrario, el traslado involuntario.

Estados Unidos ha parecido aceptar, y de hecho alentar, este estado de cosas. Durante la primera administración del presidente Donald Trump, el plan «Paz para la prosperidad» de Jared Kushner hablaba de la soberanía palestina como un «obstáculo innecesario» para las negociaciones que debía dejarse de lado para centrarse en «preocupaciones pragmáticas y operativas.» La administración Biden ignoró entonces las crecientes dificultades de los palestinos y reafirmó el compromiso de la política exterior de Trump con la normalización árabe-israelí en lugar de con la paz palestino-israelí.

Pero esto era, y sigue siendo, inaceptable para los palestinos, que han reafirmado repetidamente su deseo de autodeterminación, de unidad palestina a pesar de la fragmentación, y de soberanía. Estos compromisos no han hecho sino reforzarse en la actualidad. Los activistas palestinos invocan a menudo el thawabit, o «constantes», en su lucha, que incluyen la autodeterminación, el derecho a resistir, Jerusalén como su capital y el derecho al retorno de los refugiados palestinos. Estas constantes son la base de las reivindicaciones palestinas, tanto en los territorios ocupados como en todo el mundo. Que los actores internacionales lo consideren o no un punto de partida razonable es irrelevante; el hecho es que el pueblo palestino sigue comprometido con estas constantes. Por lo tanto, el reconocimiento de algo menos que eso, sin la participación de la opinión pública, no obtendría el apoyo de ésta, especialmente mientras continúa la guerra en Gaza.

Quizá lo más importante sea el hecho de que los palestinos no están ciegos. Pueden ver que Gaza ha sido destruida de forma quizá irreversible y que la sociedad palestina se ha visto reducida a unas condiciones nunca vistas en la historia de Palestina. También pueden ver que la demografía de Cisjordania y Jerusalén Este está siendo rediseñada ante sus ojos: aldeas despobladas, campos de refugiados arrasados y residentes secuestrados en zonas cada vez más pequeñas.

Los expertos consideran desde hace tiempo que esta tendencia es una señal de que la solución de los dos Estados ya no es una posibilidad. En estas condiciones, los palestinos deben preguntarse: ¿Qué Estado se reconoce ahora? ¿De qué sirve ese reconocimiento? Sin abordar seriamente estas preguntas, las declaraciones de reconocimiento de las potencias extranjeras caerán en saco roto.

Traducción de Pablo Abufom S.

Originalmente publicado en World Politics Review.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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