
El ocaso de ME-O
Quedará inscrito en la historia política chilena como el que le quitó el récord a Salvador Allende, quien se presentó en cuatro oportunidades a la Presidencia, aunque con una diferencia importante: la última vez –1970– logró el objetivo.
Marco Enríquez-Ominami tenía 36 años cuando se presentó por primera vez como candidato a la Presidencia de la República. Hoy, el cineasta y exdiputado tiene 52 años y compite, por quinta vez consecutiva, por el sillón de La Moneda. Para una generación completa –esos que votaron por primera vez a los 18, en 2009–, Marco integra por default lo que él mismo denomina como “la papeleta”.
Y, por supuesto, esos jóvenes –que hoy bordean los 34 años– deben pensar que ME-O forma parte del inventario, de la fauna presidencial. Esa generación, que maduró, estudió, se integró al mundo del trabajo, tuvo hijos y/o mascotas entre la primera y quinta postulación de Marco, tuvo la oportunidad de asistir a una especie de Truman Show, viendo cómo el candidato se iba llenando de canas y se convertía en un cincuentón. Claro, vistiendo siempre traje azul y corbata negra durante largos 16 años.
Además, esa misma generación tiene incorporado en su ADN que en “la papeleta” –desde hace ya varios años– hay un grupo de personajes que se presentan sistemáticamente a la elección, aunque para algunos de ellos pareciera no ser importante el resultado, como en el caso de Artés (tercera vez). Parisi también va por su tercera elección y aspira con suerte a salir cuarto, aunque esta vez al menos ha hecho campaña en Chile y no telemáticamente desde EE.UU., como en 2021. Completa el cuadro José Antonio Kast, con su tercera postulación a La Moneda, aunque a diferencia de los otros tres reincidentes –ME-O, Artés y Parisi– es el único que tiene una chance real.
Por supuesto, en la sobremesa chilena el comidillo es que algunos de los reincidentes lo hacen solo por la plata que está de por medio. A manera de ejemplo, por cada voto obtenido, reciben como reembolso aproximadamente 0.04UF, es decir, unos $1.580. Solo si consideramos como referencia la votación de MEO en 2021, en que obtuvo 534.485 votos, nos da un monto de 844 millones de pesos. En el caso de Eduardo Artés, quien apenas alcanzó el 1.47% de los sufragios ese mismo año, el reembolso alcanzó a 163 millones.
Cuando Marco irrumpió en 2009, obtuvo un porcentaje importante de sufragios –1.405.124 (20.4%)–, una señal que dejó en evidencia el primer gran quiebre de la hasta ese momento exitosa Concertación de Aylwin, Frei y Lagos. ME-O renunció incluso al PS, después que el partido no lo incluyera en la primaria del sector. De hecho, sus excompañeros de ruta lo responsabilizaron de la derrota sufrida ese año por Frei a manos de Piñera.
Después de todo, el ME-O de 2009 fue un bálsamo para la empaquetada política postdictadura, convirtiéndose rápidamente en el niño terrible, rupturista y que planteaba temas nuevos de la agenda, con una cuota de ironía y humor negro que desconcertó al establishment.
La gracia inicial de ME-O fue ser capaz de darle continuidad política a un proyecto progresista, fundando el PRO, el que logró posicionarse como una alternativa de centroizquierda frente a una coalición que comenzaba a vivir el desgaste y las contradicciones propias de su heterogeneidad. Pero el vuelo duró poco. Tras la escasa incidencia parlamentaria del PRO, sumada al retorno de algunas de sus actividades ligadas a la cultura y sus asesorías en el extranjero, ME-O empezó a ausentarse de la coyuntura para reaparecer cada cuatro años en la elección siguiente.
Ya en la elección de 2013 solo consiguió el 10.5%, cayendo progresivamente a 5.7%, para remontar levemente al 7,61% en 2021, todo esto influido por su vinculación al caso OAS, la muerte del PRO y, por supuesto, su escasa incidencia política
Creo que el error principal, el punto de quiebre involutivo de Marco Enríquez-Ominami –que inició su caída, el ocaso–, fue quedarse pegado en el personaje con que irrumpió a fines de la primera década del siglo, seguir proyectándose ante la ciudadanía de la misma forma, hablando de los mismos temas y criticando con acidez a moros y cristianos. Se produjo entonces un desfase entre el ME-O versión original y el ME-O que emergía cada cuatro años, periodo intermedio en el cual su participación en la política contingente decaía, más aún después de la desaparición del PRO.
En ese contexto, la versión 2025 del candidato nos muestra a un Marco totalmente distinto al de cuatro años antes. Partamos por el hecho de que el diseño de campaña para volver a estar en la primera línea fue inteligente.
Centrado en RRSS, el abanderado –esta vez independiente– produjo un verdadero reality show de sí mismo. A través de TikTok la cámara nos paseó a través de su living, cocina, pieza y auto. Frases cortas, con temas cotidianos, poco contenido y escasas propuestas políticas. Luego fue incluyendo burlas y críticas a sus oponentes de derecha, especialmente contra Evelyn y JAK.
Mientras subían sus seguidores –lo que le permitió juntar las firmas con facilidad–, ME-O intentó jugar su carta política: volver a integrar la coalición que abandonó en 2009. Sin partido, alejado de las pistas, sin figurar en las encuestas, era lo que más le convenía.
Pero, al igual que 16 años antes, recibió un portazo para las primarias. De ahí en adelante, Marco volvió a ser el niño terrible de antaño. Subió el tono, abandonó al personaje amable y divertido de TikTok y también agregó a Jeannette Jara dentro de sus contrincantes. Y en el primer debate televisivo vino la revancha hacia sus antiguos compañeros de ruta. Prefirió usar su tiempo en acorralar a la abanderada del oficialismo ante la sorpresa y sonrisa de Kaiser, Parisi y JAK.
Hoy Marco Enríquez-Ominami es la sombra del joven político de hace una década y media. No solo porque su relato y estilo no tienen novedad, sino porque tampoco le calza ese llamado a que el elector le dé una oportunidad para demostrar eso que los “políticos” no han podido hacer por el país. Pero, además, está muy, muy lejos del millón 400 mil sufragios que obtuvo la primera vez, cuando el voto era voluntario. No hay ninguna encuesta en que marque más de un 1% o 2% y la tendencia no se ha movido desde hace meses. Creo que el ciclo político de ME-O terminó y me da la impresión de que él lo tiene claro.
Pero independientemente de cómo le vaya en la elección, e incluso si decide volver a retirarse temporalmente de la política –como lo anunció en 2018–, ME-O quedará inscrito en la historia política chilena como el que le quitó el récord a Salvador Allende, quien se presentó en cuatro oportunidades a la Presidencia, aunque con una diferencia importante: la última vez –1970– logró el objetivo. Claro que Eduardo Artés, en doce años más, podría arrebatarle el título.
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