
El aborto también es una cuestión de salud mental
El aborto también es una cuestión de salud mental. Y reconocerlo es un paso indispensable para construir un país que cuide de verdad a las mujeres.
La salud mental en el debate sobre la legalización del aborto en Chile, no ha ocupado el mismo protagonismo que otras dimensiones de la experiencia, como la criminalización, el estigma o los riesgos para la salud física que la práctica clandestina conlleva, para la quienes se ven forzadas a optar por esta alternativa.
Creo que esta omisión se explica en que introducir el tema, suele abrir la puerta a un argumento ampliamente difundido por sectores contrarios a legislar: el llamado “síndrome post aborto”. Según esta visión, abortar dejaría secuelas inevitables en la salud mental de las mujeres. Sin embargo, este supuesto diagnóstico no tiene respaldo científico y no figura en manuales internacionales de clasificación como el DSM-V ni el CIE-10. De este modo, introducir la salud mental en el debate, se ha usado más como herramienta política que como evidencia médica en favor de legislar, contribuyendo a profundizar mitos en torno a los efectos emocionales y psicológicos de la experiencia de abortar.
Sin embargo los estudios en esta materia revelan lo contrario: cuando el aborto se realiza en condiciones seguras, legales e informadas, no tiene consecuencias negativas duraderas para la salud mental (Flores, K. 2020). Investigaciones han revelado que mujeres que accedieron a un aborto no presentaron mayores tasas de depresión, ansiedad, ideación suicida ni consumo de sustancias en comparación con quienes continuaron embarazos no deseados. En cambio, aquellas que se vieron obligadas a gestar reportaron más ansiedad, menor autoestima y peores condiciones económicas. A cinco años del procedimiento, el 95% de las mujeres que abortaron aseguró que fue la mejor decisión para sus vidas (Biggs, M., Upadhyay, U., Mc Culloch, C. & Foster, D., 2017).
Así, la verdadera fuente de malestar emocional no está en el aborto mismo, que por cierto es una experiencia difícil, si no en las condiciones en que este ocurre: la clandestinidad, el riesgo a la criminalización, el miedo al juicio externo, la falta de apoyo y la experiencia de desamparo institucional, son los factores que pueden transformar una experiencia difícil en una experiencia que genere malestar.
Garantizar el acceso a abortos seguros y legales no es solo un asunto de justicia reproductiva o de salud física: es también una política de cuidado de la salud mental. Porque decidir en libertad, acompañadas y sin miedo, es la diferencia entre vivir un proceso difícil o quedar atrapadas en un trauma impuesto por la clandestinidad y el juicio social.
El aborto también es una cuestión de salud mental. Y reconocerlo es un paso indispensable para construir un país que cuide de verdad a las mujeres.
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